Texto: Ilán Greenfield
Fotografías: Jorge Vinueza
El Parque Nacional Yasuní es uno de los lugares más biodiversos del mundo. Descubre los sonidos, colores y movimiento del bosque húmedo tropical.
“Es tan grande como la vida, y dos veces más natural”
A través del Espejo, Lewis Carrol
En la selva tropical, a diferencia de muchos lugares del mundo, amanece intempestivamente. El sol sale, sin previo aviso, como una explosión de luz. Lo cambia todo en instantes.
Los sonidos, aquella capa que envuelve la totalidad del entramado amazónico, dan un giro igualmente sorpresivo, como un cambio de tono y ritmo en una canción, al momento que se retira la noche y su universo.
Zarpan los loros de sus dormideras, con tanto que decir; empiezan a cantar las cigarras con su bullicio de mercado; se despabilan los monos, haciendo caer frutos y ramas marcando su paso por las copas de los árboles; el suelo se empieza a mover, las hormigas agrícolas abriendo carreteras; las legionarias, marchando hacia la guerra.
La experiencia de la selva es profundamente sensorial y satisface mucho más que los ojos.
Olores como la vainilla, cuando está en flor, pueden cubrir extensiones inmensas; hay hormigas que saben a limón; hay texturas infinitas, cada rama, cada tronco, cada hoja, viva o muerta. La incesante banda sonora de la selva está llena de niveles, dividida en distancias, sonidos cercanos, otros ventrílocuos que suenan más cerca de lo que están, sonidos pequeños, sonidos microscópicos, sonidos grandes, sonidos que suenan a lo lejos, sonidos que están incluso más lejos, en las postrimerías del horizonte: aullidos, cantos, chasquidos, gruñidos, forajidos, serpenteos, sobre el mosaico en el que se encierran todos los posibles tonos de verde que existen en el universo.
Ojos que miran y no se ven
Animales en la Amazonía los hay. Muchísimos. En lugares como Napo Wildlife Center, por ejemplo, donde la comunidad local se ha autoimpuesto un régimen de no cazarlos, animales grandes no son tan difíciles de ver, pero existe y ha existido un grado de frustración en quienes quieren hacer de su viaje a la Amazonía un safari. Claro, necesitan satisfacer sus ojos. Por supuesto, es asunto de percepción. Ahí están todas las criaturas en frente tuyo. Te rodean como en ningún otro lugar del mundo. Pero no los puedes ver, aun cuando están a la vista.
Es, en realidad, un kaleidoscopio de ilusiones ópticas, juegos de fondo y forma de la naturaleza en su versión más sofisticada. Todas las criaturas que aquí existen han moneado genéticamente consigo mismos para poderse defender de los demás. Es todos contra todos, y no porque no se divisen los animales quiere decir que no estén ahí. Están, en todas las versiones posibles.
Mariposas pintadas las alas con ojos de búho, colibríes imitando el destello del sol, polillas que parecen líquenes, aves que parecen troncos de árbol, cigarras que parecen hojas muertas, orugas que, cuando los tocas, constriñen los músculos y se parecen a la cabeza de una víbora, y esos bichitos como ramitas caídas, a tal punto detallistas en su disfraz natural, que imitan hasta las irregularidad y ranuras del objeto verdadero.
Diversidad sin igual
La selva es el ejemplo más elevado de los portentos de la vida en la tierra. No existe lugar donde haya mayor competencia, donde la supervivencia se la juegue con tal creatividad. Y como paraíso natural, no se excluye nada; todo es bienvenido y todo encuentra su justo lugar. De eso se trata el balance de la naturaleza en su estado más elevado y dentro de este balance, estamos nosotros, el Hombre, como una partícula más de un horror vacui perfectamente concebido por las manos de la vida en la Tierra.
Al ritmo de la noche
Una de las asombrosas características de la Amazonía es el hecho de que hay tanta actividad en la noche como en el día. Al caer el sol, un conjunto distinto de criaturas irrumpe de los matorrales y reemplaza al reino diurno. Yasuní es mucho más un ‘lugar que nunca duerme’ que cualquier metrópolis europea o estadounidense. Por lo tanto, paseos nocturnos son una maravillosa experiencia. No son los sonidos continuos que uno espera, como en otras partes del país: sapos que se pasan la noche croando… Uno siente repentinamente la profundidad de la selva a través de una interacción dinámica de ruido y silencio; una rama puede romperse cerca, una rana puede emitir un ligero chasquido, pero todas las criaturas saben que, si bien están camufladas por la oscuridad, jamás hay que delatarse. Notorios son los murciélagos del Yasuní (su diversidad no tiene paralelo en el mundo); incluso hay especies que comen ranas; otros peces; otras aves pequeñas; y claro, las que chupan sangre… Búhos acechan sigilosamente a roedores. Todos tienen que estar alertas. Andar con cuidado. Y los insectos que lucen como hojarasca, su camuflaje no es para la noche, es para dormir en paz a la luz del día.