Una ciudad piel de cebolla

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Todo es más de lo que parece en Cuenca. Uno juraría que está rodeado de edificios coloniales en el Centro Histórico, pero sólo podemos mencionar una decena que fueron construidos antes del siglo 19. Uno se maravilla de la influencia francesa en balcones de hierro forjado, entrando en patios y admirando lo que ‘debe-ser’ latón francés, imaginando la sociedad francesa que prevalecía a inicios de los 1900, pero el arqueólogo Paul Rivet era, por años, el único francés en toda la ciudad. Curiosamente, poco queda de lo que fuera la segunda capital de los Incas, el majestuoso Tumipamba y lugar de nacimiento de Huayna Cápac. Sin embargo, sólo el sitio de Pumapungo vagamente sugiere lo que se cree replicaba en grandeza y portento al Cuzco imperial. ¿Y los rasgos cincelados de los cañaris? Apenas podemos distinguirlos en las facciones redondas de la chola cuencana… Todo tiene que estar ahí en alguna parte, si no arremolinándose en el aire, corriendo en la sangre o escondiéndose en las grietas, mientras la tan mentada «identidad» continúa grabándose sobre las fachadas, encima de lo anterior. Cuenca, ¿qué duda cabe?, adoptará nuevos rostros con el tiempo, pero ¿cambiará su esencia?

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