Ser o no ser: Los últimos pueblos ocultos

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Texto: Ilán Greenfield

Fotografías: Jorge Vinueza

Por más primitivos que luzcan y actúen, los waorani yacen en medio de un quid filosófico fundamental y complejo, el ser-o-no-ser de la condición humana.

En 2015, Ecuador veló a Dayuma Caento, aquella recordada waorani que fuera la primera en hacer contacto con el mundo occidental y dejar, por siempre, la selva atrás. Dayuma fue sepultada –ella misma pidió esto antes de su deceso– junto a Raquel Saint, la misionera que la evangelizó en los años 1950.

Dayuma, en vida, rechazó el mundo fragmentado de su tribu ancestral, un mundo de violencia incesante que, según ella, fue la razón de su huida, luego del asesinato de su padre por parte de un clan vecino. Se convirtió, entonces, en portavoz contraria al modo de vida nómada de los waorani e instó a su pueblo a establecer comunidades para vivir en santa paz.

Hoy en día, la mayoría de las familias waorani han pasado a establecer aldeas y han abrazado, de lleno, la modernidad. Para bien o para mal, aprenden el español, se visten, consiguen trabajo, caminan con zapatos sobre pavimento, compran comida y ‘cosas’… Saltar la valla hacia la llamada civilización parecería un acto épico: un tipo de tele-transportación durante la cual atraviesan siglos en un puñado de años. El traslado, la llegada a ‘este mundo’, todavía los deja algo mareados.

Frontera entre dos mundos

Hay grupos de waorani, sin embargo, que se han quedado atrás. Son las últimas sociedades cazadoras-recolectoras que nos quedan en el mundo. Conocidos como los clanes Taromenane y Tagaeri, representan quizás la presencia humana más singular de Ecuador. Son tan especiales –abrazan algo que hasta los hippies más idealistas sólo podrían soñar en alcanzar– que yacen en una realidad paralela a nuestro pensamiento moderno y nuestra visión globalizada (con todos sus vicios y beneficios).

Cazan, recolectan, no tienen agricultura, se mueven desnudos en un bosque dentro del cual encajan como una pieza necesaria de un complejo cosmos natural, con sus cerbatanas y su curare (el veneno extraído de plantas que sólo ellos identifican), hablan con los jaguares, libres de las cadenas de un hogar… A final de cuentas, todos los waorani han tenido, recientemente, que tomar una decisión elemental: ¿me voy o me quedo…? ¿Salgo o no salgo de la cueva platónica?

La voluntad de este grupo waorani que busca rechazar las imposiciones modernas, no es sino una batalla final con la balanza en contra. Proteger la seguridad de las vidas y necesidades de estos grupos nómadas es proteger uno de los aspectos más curiosos y singulares del patrimonio cultural ecuatoriano. Pocos rincones del mundo —pueden ser contados con los dedos— presumen de una comunidad humana tan especial.

Para más información sobre el proyecto turístico de Otobo, visita www.rainforestcamping.com

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