Las generosas lluvias del equinoccio cayeron sobre tierra fértil durante milenios, dando verdor y vida a este trozo único del planeta. Durante millones de años, la región brindaba un sinnúmero de ingredientes vitales al taller de la evolución, mientras que los procesos bióticos iban puliendo equilibrados ecosistemas con la concentración de especies más exagerada del mundo entero y de todos los tiempos.
En mucho menos del 1% de todo la superficie terrestre, dentro de las fronteras del pequeñito país de Ecuador, encontramos más del 10% de todas las especies, terrestres y marinas, del mundo. Aunque no conocemos con certeza el número total de especies que existen en el planeta, el mejor estimado no supera los 9 millones.
Según los peritos, este país andino-amazónico, aun con una superficie tan limitada, podría ser hogar de un millón de especies, pero nos falta mucho para documentar exactamente cuántas existen dentro de nuestras fronteras. Además, algunas autoridades científicas confirman que el Parque Nacional Yasuní, por sí solo, puede contar con un millón de especies de plantas y animales. Sabemos que nuestra Amazonia es hogar de más de 2 000 especies de árboles y hasta 600 por hectárea mientras que en los EE.UU. y Canadá juntos no llegan a más de 560 especies nativas en total.
A pesar del hecho de que más de la mitad de los fármacos modernos tienen sus raíces entre el reino vegetal, la ciencia ha estudiado menos del 5% de las plantas de Amazonía en relación a sus propiedades medicinales.
El Yasuní es hogar de 50% más especies de ranas que los dos países más grandes de Norte América en conjunto. Este parque cuenta con tres cuartos del número de especies de aves de esos mismos países, en un espacio diminuto en comparación. Si hablamos de insectos, el número por hectárea en el Yasuní es similar al de todo el territorio ubicado al norte de México. Para generalizar, Yasuní cuenta con más especies por kilómetro cuadrado que casi cualquier país de la zona templada, ¡sin importar lo grandes que son!
Un paraíso entre las manos
Seguramente los primeros humanos que pisaron lo que ahora llamamos Ecuador percibieron una tierra de abundancia, una región con espacio para vivir, agua para beber, flora y fauna para consumir: un Edén por explotar.
A primera vista, era fácil reconocer algunas plantas y animales como sustento potencial pero no habría sido posible reconocer, de inmediato, la utilidad de tantos miles de ‘activos’ en la naturaleza que hoy damos por sentadas. Sin embargo, con el tiempo y la experiencia, se aprende a apreciar estos regalos y llegamos a verlos como recursos. Al inicio, la lista de estos recursos era ciertamente pequeña pero poco a poco la innovación fue incorporando más especies, más ‘cosas’ entre la lista de los explotables.
A lo largo del camino, hemos llegado a entender el valor de la guaba, de la canela y de la cinchona, del curare y de la sangre de drago, incluso del crudo, el cobre y el oro; pero existen tantos tesoros biológicos escondidos en la selva amazónica.
La ignorancia de nuestra flora y fauna es un estorbo para cualquier avance de la ciencia y de nuestra sociedad. Y destruirla antes de conocerla es sin duda una terrible aberración e inestimable error estratégico.
Representa un vacío en las potencialidades de la raza humana. Mientras no conocemos las maravillas del mundo natural (y aunque creemos saberlo todo, hay muchos descubrimientos que nos esperan) ciertamente estamos perdiendo innumerables oportunidades para alcanzar provecho y respeto hacia el mundo natural que nos acoge y el sumak causay —aquellos ‘derechos de la naturaleza’— sobre la cual se ha basado nuestra constitución nacional.
Lo bueno es que seguimos teniendo la oportunidad de mantener esos tesoros para el futuro, siempre y cuando nuestro nivel de entendimiento de la naturaleza se vaya completando. Solo falta darnos cuenta que estamos obligados a tratar a la Pacha Mama con cuidado y ella nos dará el pan de cada día – y mucho, mucho más.