San Pedro, de casualidad

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Apenas llegados a la comunidad de Lisan Wasi, somos informados que nuestra visita turística ha sido cancelada. Sin embargo, nos invitan a participar de una celebración. Un San Pedro, fiesta que no está dedicada al apostol cristiano sino a Pedro Vargas, abuelo de Leonardo “Leo Dan” Vargas Watotuka, prioste, quien nos lleva por un momento hacia los sonidos de sus tambores, de su baile, de su chicha…

…como en un cuadrilatero ancestral, se instala la comunidad. Todos observan al centro: el que entra, da la vuelta saludando a todos. Alrededor, mujeres y niñas dan de beber chicha a todo aquel que está sentado. En el medio, tocando tambores, dando vueltas cada uno en su tiempo formando un solo tiempo: aquellos que pasaron selva adentro trayendo la carne, alimento para la festividad; ellos también han vencido batallas en la selva, guerreros que lucen modestas coronas de plumas, pieles de sepientes, chalecos de piel de puma, que cuentan sobre la lucha entre árboles que determinó que era el animal y no el hombre el que tenía que dejar su vida. Esa piel la muestran como trofeo en estas ceremonias festivas y en momentos de guerra también, momentos de defender la tierra, el agua, la dignidad.

Conocemos a Marco Santi. Vistiendo sus trofeos de selva nos cuenta: «nosotros venimos de pueblos milenarios, ancestrales, no asentados, de territorio imprescriptible e indivisible. El sonido del tambor representa el sonido del trueno que rompe en la selva. El rugir del puma cuando espanta al enemigo. Las mujeres nos dan la chicha para obtener la fuerza e internarnos en la selva para enfrentar sus misterios. Nuestros ancestros estuvieron aquí miles de años atrás, hace siglos enfrentando la conquista y aquí estamos nosotros, enfrentando las amenazas del desarrollo.”

Enrique Vargas y su tambor en Lisan Wasi.

“No tomamos chicha por emborracharnos, no tomamos ayahuasca y huanto porque sí. Usamos las plantas de poder para entrar en otra frecuencia que nos ayude a hacernos uno con la tierra y encontrar la raíz de nuestros males y nuestras tristezas. Vemos a la ayahuasca como a una abuela sabia que nos ayuda a encontrar el camino. Vemos en otras plantas sanación.”

“Los tambores significan la bravura de la naturaleza para ahuyentar los malos espíritus que siempre rondan”. Esto dice Marco Santi y vuelve al centro del lugar sonando su tambor. Nos deja con una inquietud: ¿Cómo hacer entender al resto del planeta que el petróleo y minerales están mejor bajo tierra? ¿Como hacer entender que sin naturaleza no hay agua, no hay vida, no hay nada?

…al fondo del lugar, como mimetizado y con la misma mirada del resto, la presencia de un gringuito ya mayor llama la atención. Su naturalidad y familiaridad con la que le dan y recibe la chicha, con la que baila, también llama la atención.

Flaco, europeo, alto, con pinta de roquero perdido en la selva, Lukas llegó hace 30 años. Se enamoró de esta otra forma de vivir: en comunidad, respetando a la tierra, se enamoró de su mujer, de su selva. Hoy tiene 11 hijos y orgulloso ve bailar a la Ñusta, su nieta, en esta fiesta de San Pedro.

Al igual que todos, Lukas también exhibe su trofeo: una camiseta del primer concierto de Led Zepellin. En 1968, en el gimnasio de un instituto, en un suburbio de Copenhague, nos cuenta su papel en esa batalla.  Era el técnico de sonido del concierto donde Robert Plant y su banda electrificaron al mundo. Aquí Led Zepellin no quiere decir mucho, pero Lukas lleva con orgullo su trofeo puesto.

Leo Dan, por su parte, nos lleva a la casa de otro prioste, con tambores, que van en su propio trance por senderos adornados. El ciclo sigue, circular, acomodando viejas tradiciones kichwas, la comunidad se prepara una vez al año para celebrar durante tres días este singular San Pedro.

El primer día llegan los hombres de la selva con la carne de monte que ésta ha ofrecido. Por la tarde empiezan a tomar chicha y a bailar. El segundo día, llamado ‘sisa’, lo dedican a recoger flores y adornar las casas de los priostes y senderos que conducen a ellas. Camari, el tercer día, se come la carne que durante los tres días ha estado ahumándose y preparándose para esta última cena, acompañada, por supuesto, de chicha.

Mientras nos alejamos, quedan resonando los tambores, los gritos de la selva, los cantos de la chicha, seguramente el mismo sonido que los exploradores y conquistadores escucharon antes de intentar cambiarles al jaguar por otro santo, a la montaña por su idea de desarrollo, a su tierra por unas cuantas monedas. Pero ellos siguen convencidos de su cultura, de su naturaleza, de su chicha.

La celebración dura tres días, al ritmo de bailes y chicha.

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