Una ruta de exploración, para quienes tengan la vena aventurera y el deseo de ver y descubrir caminos desiertos…
Dicen que para hallar los secretos guardados de los incas hay que ir a Loja. En estas tierras onduladas, púrpuras y terracotas, uno empieza a evocarlos, aquellos guerreros ancestrales haciendo camino, guardando tesoros milenarios antes de que existieran los zapatos de montaña y vehículos 4×4.
Nuestro periplo inicia en la cabecera cantonal de Gonzanamá, a 43 km de Catamayo (y 75 km de Loja). En las pendientes que, en algunos tramos de la vía al noroeste, marcan ángulos escalofriantes, el olor a eucalipto inunda el trayecto y ayuda a calmar la sensación de mareo que provoca la ruta sinuosa entre las lomas. Sacapalca, nuestra primera escala, se presenta casi desierta entre semana. El alba es el mejor momento para realizar las labores del día y los jornaleros se retiran temprano. Desde las partes altas se ve el andar pausado de un campesino. Diez minutos fácilmente se tornarán en una hora de viaje. Siguiendo su camino al noroeste está el petroglifo de Santa Esther, en el sector de Caja Marquilla, a una hora del parque central de la parroquia. No hay nada que te guíe al lugar, salvo, quizás, algún vecino que conozca la ruta.
Hacer el recorrido a pie o en un vehículo urbano significa considerar un desgaste significativo tanto para el cuerpo como para la máquina. Ese también es el panorama al continuar en bajada, por cerca de tres horas, a la Quebrada del Pilancay. Lo que en pleno verano resulta poco seductor, en invierno se convierte en un oasis de árboles de algodón. Regados holgadamente también están algunos árboles de mango gestando lentamente el fruto que estará listo para el Carnaval, cuando las familias convertirán las orillas del río en balneario.
Laguna Negral del Parque Nacional Yacuri.
Al sur de Sacapalca está Changaimina, que según etimólogos quiere decir “donde hay oro”. El sitio se acuna sobre el cerro La Panuma. En un local de la esquina de la calle Bernardo Ochoa, y como preámbulo a la longaniza que ofrece a tres dólares el plato, Angelita Jiménez nos brinda un yogurt recién preparado. Desde hace cuatro meses lo tiene a la venta. Carmen Tinizaray, prioste vitalicia de la Santísima Virgen de la Caridad, es fiel cliente. Al vernos, nos invita generosamente a su casa, una estructura de adobe de más de un siglo de construcción, una de las pocas que quedan en el pueblo. Es devota de la Virgen de la Caridad, cuya fiesta religiosa se realiza el 5 de agosto. Milagros van desde sanaciones personales hasta la misma reconstrucción del colegio San Felipe (con una manito de ayuda humanitaria desde Alemania). Nuestra presencia ahí, nos dice Carmen, también es gracias a la Virgen y, como tal, visitarla en el santuario donde reposa es necesario. El templo se eleva sobre una escalinata multicolor que permite visualizar casi toda la parroquia. Una vez adentro, la Virgen te da la bienvenida. Si está feliz por la visita, sus aretes se moverán, señal de que su llamado fue escuchado.
En dirección a Lanzaca, en el barrio Puerto Bolívar, están las lagunas Pailas Rotas, cuyo “descubrimiento” fue extraoficialmente compartido con el mundo hace solo tres meses en redes sociales. Llegar al sitio (una vez en el camino correcto, pues todavía no existe señalización) toma una hora desde Changaimina. Existen pocas casas cerca, pero quienes viven aledaño a las lagunas conocen el camino (con atajos incluidos). Carmen Briceño fue nuestra guía y nos llevó 15 minutos hasta el río. Las lagunas deben su nombre a la ruptura natural de las pailas de roca gigantes que recogen el agua que pasa por ellas.
Puedes avanzar hasta Cariamanga, donde se eleva el Cerro El Ahuaca, guardián de la parroquia y portero del cantón Calvas, hogar de la Reserva Ecológica Utuana. Esta reserva de la Fundación Jocotoco protege los últimos remanentes de bosque húmedo de la zona. Es sencillo llegar (alrededor de dos horas desde Quinara al oeste); quizás quieras buscar los hermosos colibríes Frentiestrella Arcoíris o Solángel Gorgipúrpura al igual que la estrella del lugar, el Cachudito Crestinegro.
Desde Pailas Rotas también puedes volver a Gonzanamá, una buena idea para pasar la noche antes de continuar el camino a Quilanga, donde nos encontramos con las fiestas patronales que se celebran todo el mes de septiembre. La plaza central es el lugar de encuentro obligado y Yolanda Marín improvisa un comedor paralelo a la misma. En el menú está su buen seco de pollo, acompañado de verde molido, yuca y mote.
El zorro se cruza en nuestro camino.
Desde Quilanga vislumbramos el Cerro del Chiro y las cuevas del mismo nombre. Cuentan que en estos túneles de piedra, cuyo término nadie conoce, Atahualpa mandó a esconder su tesoro. También se habla de la popularidad de las cuevas entre estudiantes de medicina, que extraían los restos de exploradores perecidos en su intento de hallar el oro. “La única persona que llegó más allá de la luz natural, se enfermó y quedó maldito por los antepasados,” relata Jimmy Japón, estudiante de Biología y uno de los pocos guías del sector.
Con él paseamos por la Plaza del Inca, una elevación en donde hasta hace cinco años se apreciaba un sillar de piedra, donde se dice que el propio Inca llegaba a descansar en su camino desde Quito a Cusco. La zona entera ofrece una ínfima ventana a un mundo en el que transitaban los antepasados… aunque cunda, hoy, el silencio de su ventolera. A seis horas a caballo está la Laguna de Chuquiragua, en la cúspide del cerro Paja Blanca. Dice Jimmy que desde ahí se puede ver un tramo intacto del Camino del Inca, pero para visitar el sitio, es un día de trayecto a pie.
Paredes coloridas de Sacapalca.
Aunque las distancias demandan tiempo y paciencia, hay otros atractivos, como el petroglifo de Anganuma. Sobre una roca, resultado de la erupción del Cerro Colambo —o “La Sirena”, para los lugareños —vemos inscripciones que representan un búho, un caracol, un pez y una cabeza de perro. Cerca de allí vemos una roca olvidada en la parte superior del Yurarumi, donde brilla en dorado lo que parecen escritos, o un mono; tras la caminata de tres kilómetros se presta a la interpretación.
Por otro lado, si de Quinara nos dirijimos al sur, llegamos a Amaluza, donde está Molinos de Piedra, Cerro El Diablo y la laguna Yacuri… pero quizás el sitio más relevante, continuando hasta Jimbura, es el Parque Nacional Yacuri, que espera con sus picos, lagunas y cascadas. El sitio es conocido, incluso, por los rituales chamánicos que se realizan en Lagunas Negras, a dos kilómetros del refugio. Aprovechar el día es clave en este tramo del viaje, por eso es recomendable llegar muy temprano. Madrugar tiene sus ventajas, el avistamiento de especies que habitan en el parque se hace más probable, así como gozar de un chapuzón con alta carga energética, según dicen los oriundos… un portal hacia el Cosmos…