Punta Galera y oeste de Esmeraldas

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Punta Galera es un muñón de la geografía esmeraldeña con algunos de los entornos playeros más llamativos del país; pueblos pesqueros que en su modorra ofrecen una peculiar concepción del tiempo; vertientes salobres envueltas en vegetación; hermosas cascadas; bosques; pescadores de mar y manglar; y un curioso hueco que produce fuego.

Preámbulo

Bocana del río, Estero de Plátano. Foto: Jorge Vinueza.

El quiteño tuvo que esperar siglos antes de tener “su” playa. Caminos decentes para llegar a las costas más cercanas de Quito, en la provincia de Esmeraldas, no existieron hasta el boom petrolero. Antes de los ochenta, los quiteños estaban forzados a vacacionar en Salinas, hoy provincia de Santa Elena, un viaje de más de 9 horas en automóvil.

Con la llegada de las carreteras de asfalto a Esmeraldas, sin embargo, el viaje a la playa para el quiteño se redujo a cuatro horas (con trechos planos que cuentan con hasta ocho carriles). Los primeros llegados a estas costas perdidas del Pacífico, no tardaron en notar el potencial: pequeños recintos pesqueros con ensenadas silenciosas y paradisíacas orillas de palmera, el lugar ideal para ir colmando de construcciones “con vista al mar”.

Tonsupa y Atacames, las playas ubicadas inmediatamente al oeste de la capital provincial, fueron las elegidas, y hoy, sin duda, son irreconocibles…

Atacames recibe tantos turistas que cuenta con un centro de salud al que puedes acudir en caso de alguna emergencia. Su plaza principal es florida, con juegos infantiles, donde notarás la peculiar iglesia y una pasta o pizza no es mala idea en el nuevo La Brasa de Michelle. No dejes pasar por el mercado de pescado, un buen lugar para ver el ajetreo costero y comprar ingredientes frescos. Pero existe también un paso lateral justo antes del pueblo (en el redondel de la Virgen) que te adelanta hacia Same, Tonchigüe y la fabulosa Punta Galera.

En Same predomina otro complejo de edificios y casas de playa para los capitalinos: Casablanca. Aquí, te recomendamos Green 9, una cómoda estadía y buena base para explorar la zona, con su pintoresco Tiki House para pizzas y mariscos. La playa es linda, con sus preciosos atardeceres lilas, donde tuvimos, incluso, el agrado de bañarnos con delfines. En la carretera, antes del complejo, está Simón Pizza, una buena opción de paso, y justo después (oeste) del pueblo de Same, El Acantilado, donde puedes comer o quedarte en sus cabañas con vista directa al mar. A pocos metros también está el excelente restaurante/hotel El Rampiral con platos más elaborados.

Same, en sí, es la frontera que los quiteños y sus constructoras jamás cruzaron, y todo lo que queda al oeste de aquí nos lleva en el tiempo a un mundo anterior a la utopía playa-resortque ha proliferado en las últimas décadas a través de la zona. Es una ruta, en nuestros ojos, que realmente vale la pena explorar.

Desvío hacia Punta Galera

Tonchigüe, el primer poblado al oeste de Same, es un buen lugar para cargar el auto de combustible (pagando en efectivo); sus tiendas, un buen lugar para comprar un último refrigerio antes de viajar o algún juguete de playa que le falten a los niños… La playa del pueblo es de pescadores. Su poética llegada por años ha llamado la atención de quienes vacacionan en Same; puedes madrugar para presenciarlo antes de las primeras luces. Tampoco dejes de probar el delicioso bolón con camarones, un clásico del malecón.

Senderos de Caimito hacia la playa.La primera derecha que le sigue a Tonchigüe no pasa por desapercibida, con una enorme señalización que anuncia la entrada a la auto-proclamada “ruta turística” Galera – San Francisco. El título no es para menos… este es uno de los trayectos más paisajísticos de la provincia, bordeando lo que en 2008 se convirtió en una reserva marina.

El primer destino es Playa Escondida. Verás el letrero de madera que te indica la entrada, pasando una gran muralla de ladrillos a tu derecha. El portón de madera suele estar abierto de 8 am a 6 pm, lo cual indica que puedes ingresar (el precio de entrada es de $5 por adulto).

Es un hotel ecológico (se recoge agua lluvia y los baños son huecos a los que se les echa aserrín); también cuenta con un restaurante que sirve comida típica y desayunos. Puedes acampar (por $5), o quedarte en una de sus habitaciones sin ventanas, que parecen surgir del mismo acantilado. La playa es un espectáculo lleno de movimiento (garzas, cangrejos, correlimos, pelícanos…) temprano en la mañana. Caminatas durante la marea baja te llevan a cuevas, túneles y extensiones rocosas y esculturales producidas por el levantamiento geológico de la zona.

A un kilómetro, Cumilinche ofrece un hospedaje más tradicional, que vale la pena conocer quizás tan sólo por el hermoso palmeral bajo el cual, a la sombra de las frondosas copas de las palmeras, puedes aprovechar de una hermosa ensenada privada.

Pueblos, cascadas, ríos, playas…

Senderos de Caimito hacia la playa. Foto: Jorge Vinueza.

Galera, ubicado en la punta misma del mapa ecuatoriano en su encuentro con el gran Pacífico, es el primer pueblo al que se llega. Aquí puedes internarte hacia las colinas enselvadas caminando un sendero hasta el emblemático faro y sus fabulosos paisajes.  Sobre la larga extensión de playa descansan pocos barcos pesqueros, quizás el primer indicio del universo al cual estás a punto de franquear “volteando la esquina” del continente, en toda la costanera que desde este punto desciende hacia el sur. Se trata de una fila de pueblos pesqueros, cada cual con su identidad: Galerita, Estero del Plátano, Quingüe, Cabo San Francisco… Todos cuentan una historia parecida. Sus pobladores viven de la pesca, y es una búsqueda constante de sostenibilidad.

El terremoto del año 2016 afectó la creciente apuesta al turismo de los últimos años, tendencia a la que se han venido sumando varias comunidades.

Desde un camino de tierra que nace en Galerita, por ejemplo, se ofrecen caminatas en bosque tropical (uno debería apartar el día para realizarlas) que revelan un asombroso contrapunto frente al universo playero que domina la costanera. El atractivo turístico aquí, aparte de una preciosa cascada oculta detrás de una pared de bosque, es el hueco que emana gas natural. Una verdadera hornilla viviente, en medio de la selva… con sólo prender un fósforo se aviva la llama.

Pero es quizás Estero del Plátano el pueblo que más se ha enfocado en fortalecer un turismo sostenible. La vista a la llegada de esta bahía es impactante: un pueblo de dos calles que inevitablemente te llevan a su malecón y extensa playa. Pareciera que los niños no tuvieran preocupación en la vida: entran y salen del agua cuando quieren… se pasan la tarde en largas caminatas sobre la fabulosa explanada que forma pequeñas piscinas naturales durante la marea baja.

Ya sentados en las aceras del pueblo, desmenuzan zapotes, una deliciosa fruta tropical, y salan ovos cosechados en la zona, que, con la buena educación que les caracteriza, ofrecen a quien pasa a su lado. No dejes de visitar el restaurante Mar y Bosque (desde donde puedes organizar tu visita de los distintos atractivos de la zona) y pide, si lo han pescado, un buen plato de langostinos de mar al ajillo (¡lo guisan con leche de coco!).

Quingüe es el pueblo que sigue, con su extensísima playa, una de las más largas del trayecto. Nuevamente, resulta fascinante conocer las diferentes caras de cada ensenada. La marea baja aquí también revela voluptuosos cuerpos y planicies doradas sobre las cuales uno puede perderse caminando, con promontorios, un pequeño lago/río salobre y cuevas de interés, ocultas cuando las olas crecen.

La playa de Caimito (que se forma al sur de Quingue) es el secreto mejor guardado de la zona. Existe ahora una vía que te lleva, en auto, hasta ella, pero no es la más recomendable en lluvia por ser su pendiente de tierra, y desciende rápidamente de la pequeña cordillera al nivel del mar en menos de un kilómetro. El minúsculo recinto de Caimito se ubica en la parte alta (sobre la carretera) y ofrece, en su centro comunitario, estadía y comida. Desde aquí parte el fabuloso sendero de bosque que alguna vez fue la única forma de llegar a la fabulosa playa deshabitada, sin duda la mejor vía para experimentar su belleza.

La vía serpentea hacia el interior, cruzando el río Tóngora (pueblo de Tongorachi), donde existe la posibilidad de visitar los senderos de bosque de una finca privada y la preciosa playa “de piedras redondas”. Más allá está Cabo San Francisco, el pueblo más grande de la vía, con su fabulosa desembocadura que te lleva por un gran río (puedes averiguar en el pueblo si es posible realizar paseos en bote).

La playa y acantilados refulgen con las tardes soleadas. A medio camino entre “Cabo” y Muisne, llegas a Bunche, una zona que por años estuvo abandonada y cuyos comuneros recientemente la han activado, granjeándose una particular fama por la sazón de su comida (el tamal de concha tiene su fama). Sus aguas llegan lentamente a bañar los bancos de arena que se forman… aunque la zona también es conocida por cambiar drásticamente de paisaje a través de los años, al punto que el mar “se lleva” toda la arena y su manglar.

La vía termina un poco más al sur, al llegar a la “Y” de Muisne. Puedes continuar hacia esta ciudad, donde la comunidad organiza visitas a Isla Bonita, o puedes también quedarte en el sector de Bellavista, visitar las “pocitas” y recorrer el pequeño manglar de la zona. Si tomas la izquierda antes de Muisne, regresas a la carretera principal.

Continua a Mompiche, o regresa hacia el norte, con esta visión singular en la memoria, lugares que recuerdan cómo eran esas “playas de los quiteños” antes de que las hagan “turísticas”.

BALLENAS A LA VISTA

Desde los miradores de la parte alta de Caimito y Quingue ofrecen la singular oportunidad de observar, desde tierra, las famosas Ballenas Jorobadas saltando en alta mar. Eso si las quieres ver y no estás para aproximarte a ellas. Porque si quieres irte en yate una hora y pasar a metros de estas fabulosas especies marinas, lo puedes hacer desde la playa de Súa y combinar la visita con la Isla de los Pájaros (una buena oportunidad para ver piqueros patas azules) y la Cueva del Amor (procura que la marea esté baja para que puedas desembarcar). Las ballenas nos visitan en los meses de julio y agosto.

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