Próxima parada: ¡la Polinesia!

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Texto y fotos: Miguel Ángel Vicente de Vera

Las islas Galápagos son el último puerto para las embarcaciones que cada año atraviesan el Pacífico, el mayor océano del planeta, rumbo a la Polinesia Francesa. Los viajeros más osados tienen la posibilidad de subir el dedo pulgar en el puerto de Santa Cruz y sumarse a una verdadera odisea.

Tras varios años haciendo “auto stop” por diferentes partes del mundo, decido dar un paso más: el barco stop. Parece una idea descabellada, pero descubro que hay miles de personas que viajan en velero por los cinco continentes, sin experiencia, visitando lugares de ensueño y con presupuesto mochilero.

La mejor herramienta para encontrar un barco es www.findacrew.com, una página gratuita que pone en contacto a propietarios con aspirantes a grumete. .

Este servicio responde a una necesidad: muchos capitanes viajan solos o en pareja y necesitan un poco de ayuda para las tareas diarias. Al adentrarte en la web encuentras miles de barcos en cualquier punto del globo, con información sobre rutas, tripulación y sus requerimientos para montarte a bordo. Algunos te llevan de manera totalmente gratuita, tan sólo compartes los gastos de comida; otros piden alguna compensación económica que no suele superar los 10 a 20 dólares diarios.

Ecuador podría parecer un destino poco atractivo para esta práctica, pero en realidad tiene un lugar muy estratégico: las embarcaciones que circunvalan el planeta suelen venir de Europa; luego de atravesar el Atlántico y navegar por el Caribe, cruzan el Canal de Panamá y, en su gran mayoría, paran en las islas Galápagos, donde descansan, hacen acopio de suministros y dan el gran salto hacia la Polinesia Francesa.

A través de esa página, y luego de algunos otros intentos frustrados, contactamos con Reinhard, un alemán que está dando la vuelta al mundo. Está en Panamá, pero en dos semanas llega a la isla de Santa Cruz para luego navegar hasta las Marquesas, el más septentrional de los archipiélagos de la Polinesia Francesa. Fijamos día y hora para el encuentro.

En la bahía de Puerto Ayora está fondeado su moderno catamarán de 11 metros de eslora, con cuatro dormitorios, cocina, dos baños y amplias zonas comunes. Nuestro camarote es cómodo. Se parece a una habitación de hotel pero a escala reducida. Con el capitán viaja Klaudia, otra pasajera alemana que se subió en Panamá. En total, seremos cuatro, con mi novia y yo. Pasamos dos semanas descubriendo las maravillas naturales de la  isla y haciendo las últimas compras de alimentos frescos.

En el puerto hay unos 25 barcos. La mayoría de ellos se dirige a nuestro destino. Hay ingleses, franceses, neozelandeses, norteamericanos. Paradójicamente, somos los únicos latinos. Algunos de ellos incluso buscan tripulación. Nos damos cuenta de que encontrar embarcación es más fácil de lo que parece. Tan sólo debes saber dónde y cuándo hay que estar.

La mejor época para atravesar el océano Pacífico es en los meses de marzo a junio, cuando los vientos son más propicios.

Esta travesía no es apta para todos los públicos. En total, son unos 5.500 kilómetros avanzando a una velocidad promedio de 8 km/h. El tiempo necesario varía en función del tipo de embarcación, de su tamaño y sobre todo del viento. Con todos los elementos a favor tardas unos 16/17 días; en la peor de las situaciones se puede demorar hasta 30/35 días.

Pasamos cerca de tres semanas en las Galápagos, entre Santa Cruz e Isabela. Durante ese tiempo descubrimos algunos de los privilegios de este recién estrenado mundo náutico, como contemplar la puesta del sol o desayunar desde la cubierta con la bahía frente a nosotros, saltar en cualquier momento al mar desde la cubierta o dar un paseo en barco privado por la costa (tan sólo se puede navegar y pernoctar en estas dos islas y en San Cristóbal por las condiciones impuestas por el Parque Nacional del archipiélago).

Minutos antes de coger el dingui o Zodiac (lancha neumática con motor) para zarpar desde el puerto de Isabela hacia lo desconocido llamo a mi madre para  tranquilizarla. Le explico de nuevo que vamos a estar incomunicados durante un tiempo, pero que todo va a salir bien. La salida está repleta de buenos augurios: un grupo de delfines dan brincos a ninguna distancia, luce un fantástico sol y decenas de tortugas flotan frente a nosotros, como si vinieran a despedirse. Luego llega un silencio conventual, únicamente quebrado por las olas que chocan contra el casco. Es una sensación de absoluta plenitud. La jornada siguiente estamos totalmente rodeados de agua. La ausencia de referentes  físicos -a los que estamos, inevitablemente, tan acostumbrados-, junto al lento transcurso de los días, hace que perdamos la noción del tiempo.

No sé si han pasado tres u ocho horas. Me siento, más bien, preso en un cuadro de Salvador Dalí.

Con 11 días de navegación, desaparece el viento. Ahora nos movemos tan sólo con las corrientes, a unos 2 km/h. No sirve de nada encender los motores, los tanques no disponen de combustible para todo el viaje.  No queda más que esperar. Y con la espera, llega la ansiedad, se asienta el mareo y es hora de maldecir a los dioses. Vivimos, sí, periodos de oscuridad, pero la Diosa Fortuna nos vuelve a sonreír. De nuevo aparecen las brisas y con ellas cachalotes, ballenas jorobadas, cientos de delfines, atunes… Pasamos tres husos horarios y la esperanza de volver a tierra retorna a nuestros corazones. Escuchamos a Bob Marley, leemos libros, hacemos guardias nocturnas, nos embelesábamos con un cielo estrellado que jamás volveremos a ver. Luego de 23 días de travesía en el horizonte aparece una pequeña mancha: ¡Tierraaa! Ganas de llorar, de reír, de gritar. Nos abrazamos todos.

Hiva Oa es una isla volcánica con montañas negras de afilados picos, exultante vegetación y aguas de color azul turquesa. El olor de la tierra húmeda me revuelve el cuerpo. Nos reciben enormes hombres y mujeres que llevan todo su cuerpo tatuado, pero que hablan dulcemente y tocan el ukelele. Allí encontramos un barco noruego y nuevos amigos con los que recorrimos durante cerca de dos meses las islas de la Polinesia Francesa, en el más espectacular viaje que jamás hemos vivido. Pero eso es ya otra nueva historia…

El retorno de Ulises

Muy bien Ulises, has llevado con éxito tu odisea, pero no lo olvides, te encuentras en medio del océano Pacífico, a más de 5.000 kilómetros de casa. Lo mejor que puedes hacer es continuar en barco hasta Papeete, la capital de Tahití, y de camino visitar el archipiélago de las Marquesas y el de Tuamotu. Desde allí, hay dos posibilidades: seguir navegando hasta Australia visitando lugares extraordinarios como las Islas Cook, Niue, Fiyi o el Reino de Tonga. Se necesitan unos tres meses para hacerlo. La otra alternativa es coger un avión directo a Auckland, Nueva Zelanda. Desde allí, puedes seguir el viaje hacia Asia o bien volver a Ecuador vía Estados Unidos.

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