Por el río, de Borbón a San Miguel: las bondades del Cayapas

-

- Publicidad -spot_img

Texto de Oscar Molina
Fotografías por Martín Jaramillo

“Porque si no es por esteros, no se puede ir allá. Toda esta costa, en más de cincuenta leguas della, está cerrada con una espesa y espinosa breña.” Verdadera descripción de la provincia y tierra de las Esmeraldas (Miguel Cabello Balboa, 1583)

Para el hombre citadino en pleno siglo veintiuno, estamos al borde de un abismo. Adelante se forman ríos como avenidas, la verdadera Venecia del mundo, donde estamos prestos a embarcar en un bote y penetrar la masa verde de la única manera que, en todos estos siglos, hemos podido hacerlo: navegando…

 Los brazos quietos de ‘Papá Roncón’ están donde han estado la mayor parte de su vida: sobre una marimba fiestera y cómplice. Trajeado con la abundancia de los colores africanos, inmortalizado en un monumento tan grande como su legado musical,  fotografiarse junto a la figura, en pleno parque central de Borbón es una actividad ineludible. Para conocerlo y conversar un rato, pregunta por él en el pueblo.

Puedes también probar un bocado en los kioskos del malecón, donde sirven un laureado “aserrín de tollo” (una raya fluvial). Desde este muelle de pescadores ubicado ya muy cerca de Colombia, parte nuestra ruta vivencial por las comunidades asentadas a lo largo del apacible río Cayapas.

Grupo de marimba de San Miguel. Foto: Martín Jaramillo.

Nos embarcamos en lancha a las 11h45 y, tras un trecho fluido en medio de un verdor profuso y difícil de imaginar, llegamos una hora y media después a Punta Venado. Unas cuantas casonas de madera y una iglesia de cemento en construcción ocupan este terreno de atmósfera silenciosa. Nadie, al parecer, habita en estas tierras.

Hay muchos recintos fluviales, que en los mapas aparecen con nombres curiosos como Aquí Me Quedo, Canta Rana, Pintor o Negrita… que al navegar a su lado bien podrían ser las dos casas que ves apostadas a la orilla. A lo largo de los tres ríos principales, el Ónzole, el Cayapas y el Santiago, son docenas de afluentes en toda la zona, con grupos awá sobre el río Bogotá; o los grupos chachi de este mismo Cayapas, como en Pichiyacu Grande, o los éperas de Santa Rosa, el asentamiento principal de esta nacionalidad en el país.

Su idioma único se enseña en la escuelita comunitaria; las mujeres ofrecen una línea de artesanías locales y el paisaje de sus ríos es siempre inspirador. Hay muchos recintos fluviales, que en los mapas aparecen con nombres curiosos como Aquí Me Quedo, Canta Rana, Pintor o Negrita… que al navegar a su lado bien podrían ser las dos casas que ves apostadas a la orilla.

A lo largo de los tres ríos principales, el Ónzole, el Cayapas y el Santiago, son docenas de afluentes en toda la zona, con grupos awá sobre el río Bogotá; o los grupos chachi de este mismo Cayapas, como en Pichiyacu Grande, o los éperas de Santa Rosa, el asentamiento principal de esta nacionalidad en el país. Su idioma único se enseña en la escuelita comunitaria; las mujeres ofrecen una línea de artesanías locales y el paisaje de sus ríos es siempre inspirador.

“Acá únicamente vienen los indígenas chachi para enterrar a sus muertos, celebrar la Semana Santa, oficiar casamientos o castigar a quienes se emparejan con alguien de las comunidades negras aledañas”, nos explica don “Beto” Oviedo, el guía que nos acompaña. La rivalidad entre estas etnias es antigua y aún persiste, pero cada vez se vuelve –según don Beto– menos estricta.

Y tiene sentido que sea así; a fin de cuentas habitan y comparten un territorio igual de generoso para pescar, sembrar y navegar.

Avanzamos veinte minutos más por el Cayapas y, a lo lejos, los chapuzones acrobáticos de los niños nos anuncian la cercanía de nuestra próxima parada: el Centro Chachi Pichiyacu Grande. Mientras los pequeños juegan y se bañan en la orilla, sus madres lavan ropa y los vigilan de cerca. Desde la cancha de fútbol de cemento, Lorena Pichota viene corriendo a recibirnos.

Ella –de interminable pelo lacio– es una de las 56 integrantes de la Asociación de Producción Artesanal Mujeres de Pichiyacu Grande Aamama Virginia. Estas dos últimas palabras forman también la marca de comercialización de sus artesanías: bolsos, esteras, cestos y abanicos (se han identificado hasta 200 productos distintos), tejidos con las fibras resistentes de la rampira y la piquigua. Ambas son plantas que crecen en los bosques de la comunidad.

Nos despedimos de Lorena y de sus vecinas luego de aprender unas pocas palabras en cha palaa –su lengua nativa–, y nos detenemos ahora en Majua, a cuarenta y cinco minutos río arriba. De entrada, antes de saludar a Myriam Caicedo, encontramos un ejemplar de las fértiles y populares canoeras.

Foto: Martín Jaramillo.

Construidas con caña guadua y trozos de madera de canoas viejas, y separadas a 1,20 metros del suelo para evitar los picoteos de las gallinas o las travesuras de los niños, estas parcelas rectangulares funcionan como una farmacia y como un surtidor de sazón.

“Aquí hay paico para desparasitar, albahaca para la sopa, orégano para el dolor de estómago y la chillangua para los encocados”, nos dice contenta doña Myriam. Aplicaremos, sin duda, sus tips de cocina y recomendaciones para las dolencias.

Cultivos Alternativos

Las comunidades ubicadas a lo largo de los ríos cuentan con antiguas técnicas agrícolas para subsistir en su medio, usos adaptados a los ecosistemas como las canoeras, una “finiquita con cultivos para cocinar, aliñar y curar”, ubicado a elevación cerca de la casa; los canteros, espacios reservados para la siembra de caña; y los colinos, espacios que se desbrozan y utilizan por periodos de tres años, que luego se regeneran, ofreciendo a cada familia frutos para el sustento diario, incluyendo verde, guineo, frutas… incluso el caucho.

Dejamos Majua y continuamos avanzando hacia San Miguel, el destino final de nuestro recorrido. Es, como dice un arrullo en su honor, “un pueblo chiquito, pero bonito”. Paseamos por el bosque extenso junto a don Ángel Nazareno, uno de los habitantes más antiguos; recogemos oritos frescos, probamos el líquido lechoso del tronco oscurecido del sandey escuchamos sus sabias reflexiones de hombre de campo y selva: “No hay que sembrar sólo para nosotros sino también para los animales”.

Tiene, además, un centro de turismo comunitario con habitaciones limpias y cómodas, y un menú incitante que incluye el poderoso tapao de guanta y una taza fragante de chocolate hecho con cacao orgánico. Pero si hay algo en San Miguel que nos arrebata es escuchar, en vivo, al grupo de marimba. ¡Con qué brío festivo tocan los hombres el bombo y los cununos! ¡Con qué cadencia bailan las mujeres los bambucos! ¡Con cuánta fuerza ancestral canta la adorable Luz América Nazareno sus arrullos! Cada vez que se pueda, volveremos a San Miguel para ser más felices de lo que fuimos.

Para tu visita al río Cayapas con estadía en San Miguel contacta a
Merlin Nazareno
+(593 6) 303 5008.

Artículos Relacionados

- Publicidad -

Artículos Recientes

- Publicidad -

También podría interesarte
Recomendado para ti