Piratas en Galápagos

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Criminales, vagabundos, ladrones y… ¿eruditos? Uno no suele referirse a los piratas con esta última palabra. Sin embargo, fueron estos exploradores extravagantes quienes proporcionaron al mundo los primeros registros, crónicas e incluso observaciones científicas de las remotas islas Galápagos, mientras aterrorizaban las costas y mares del Pacifico.

El consenso mundial consideraba a las Galápagos como islas abandonadas por Dios; por lo tanto, jamás fueron reclamadas por los españoles, aun cuando estaban dentro de su jurisdicción. Pero lo que es inútil para algunos puede ser valioso para otros. Para los bucaneros de la época, las islas eran un lugar estratégico: situadas lo suficientemente lejos del continente como para ocultarse de sus enemigos, pero lo suficientemente cerca como para ser su base de asalto en la caza de los galeones españoles, aquellas grandes carabelas que transportaban los tesoros de las colonias. Aun así, por muy útil que fuera Galápagos, por la falta de recursos en las islas, los piratas se quedaban como máximo un par de semanas de corrido.

Woodes Rogers, uno de los corsarios británicos más exitosos y conocidos —que incluso gozaba de una licencia otorgada por su propio gobierno para acechar galeones españoles— ancló su embarcación, El Duque, en las islas. Llegó a Galápagos luego de saquear el puerto de Guayaquil, llevándose dinero, joyas y todo lo que él y sus compañeros pudieron arrebatar. Desafortunadamente para sus propios colegas, Rogers se retiró de estas andanzas, convirtiéndose en el gobernador de Las Bahamas y, por lo tanto, volviéndose contra sus semejantes, erradicando cualquier pirata que encontraba en su camino.

El Duque fue el navío que rescató a Alexander Selkirk, un corsario abandonado a su suerte en una isla desértica. Lo encontraron vestido con sólo pieles de cabra, después de años de vivir como naufrago. En su vuelta a casa, como acostumbraba siempre hacerlo, Rogers hizo escala para recoger tortugas en Galápagos, comida inestimable en alta mar. Selkirk (hay incluso un corto animado que relata su historia) habría sido la inspiración principal de la famosa novela Robinson Crusoe, de Daniel DeFoe.

Una historia similar se cuenta del primer habitante de Galápagos, Patrick Watkins, un marino irlandés que vivió en isla Floreana. Fue abandonado por años en el lugar, sobreviviendo de ron y del intercambio de los pocos productos que supo cultivar en la isla con los balleneros. Uno de los últimos piratas famosos que visitó Galápagos fue John Clipperton, quien regresó a Inglaterra en completa bancarrota luego de que su tripulación echara su parte del botín al mar como castigo por negarse a compartirlo.

Pocas tripulaciones piratas permanecieron por mucho tiempo en Galápagos. Una de ellas viajaba en el Bachelor’s Delight, un buque comandado por John Cook a finales de los años 1600, durante la verdadera Edad de Oro de la Piratería. Sus Merry Boys (Muchachos Alegres) lograron sorprender y capturar tres galeones españoles frente a las costas de Uruguay. La decepción fue, sin embargo, encontrar que los barcos llevaban quince mil sacos de harina, mermelada de membrillo y unas pocas tablas de madera. Para colmo de males, uno de los cien hombres capturados se les reía en la cara, diciéndoles que acababan de perder un barco con ochocientas mil piezas de plata. Con la moral baja, la tripulación del Delight hizo su camino alrededor de la costa de América del Sur. Llegaron a las islas Galápagos y desembarcaron en busca de provisiones. Si bien hubo carne suficiente para todos, el problema era la falta de agua dulce. Después de días de saltar de isla en isla, la suerte cayó de su lado en Santiago. Los Merry Boys pudieron al fin zarpar, dejando los sacos de harina y las mermeladas en cuevas ocultas. Nunca las recuperaron.

Entre esta tripulación se encontraba uno de los bucaneros más fascinantes de la época. Recordado como el ‘pirata literario’, William Dampier describía todo con lujo de detalle, desde peripecias piratas y sus barbaridades hasta los “lagartos de pinchos que resoplaban salmuera” (las iguanas marinas) y las “tortugas gigantes que vagaban por la roca” de las Galápagos.

Un innovador Dampier acuñó el término ‘subespecie’ al encontrarse con lo que sólo pudo explicar como una versión bastarda de las tortugas de mar que había visto anteriormente en el Caribe. Sus notas de las tres visitas a Galápagos cubren una amplia gama de temas, que serían la fascinación de los grandes científicos de los siguientes siglos. Habló de los ‘energéticos’ hábitos de apareamiento de las aves y de los reptiles e incluso del sabor de la carne de tortuga. De hecho, aunque la evolución estaba lejos de su concepción en el tiempo de Dampier, Charles Darwin se llevó una copia de sus escritos con él en su viaje a bordo del HMS Beagle.

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