Fotografías: Jorge Vinueza
Desde la mañana del 3 de febrero, Riobamba vuelve a lucir cotidiana. Quedan atrás los Pases del Niño que durante dos meses llenaron las calles de fiesta.
Cientos de personas se toman la calle y hacen girar las veredas con sus bailes, colmándolas de comparsas, caretas psicodélicas y personajes singulares, inexplicables a primera vista. Salen Perros con hirsutas orejas paradas y pícaras lenguas colgando de sus hocicos de papel maché; los vigilan Policías, con sus caretas de perro e indumentaria que piden de la propia comisaría; y junto a ellos, los Payasos; los Sacha Runa con sus cabezas verdes y trajes de hojas; los Curiquingues, aves/ángeles que bailan con venias y, por supuesto, los Diablos, cuyo gran pecado no lo representan con promiscuidad ni travesura, sino con un espejo en la mano: el Rey de la Vanidad también llega para rendirse ante el Niño Jesús.
De diciembre a febrero, Riobamba celebra alrededor de mil Pases a través de la ciudad. El historiador riobambeño Ignacio Ramos lo considera el recuerdo más riobambeño de todos: “Todos hemos tenido alguna experiencia con esta fiesta, o bien participando en el Pase mismo o presenciando las comparsas sin poder despegar los ojos de cada movimiento. Apenas oímos la música y uy… estamos bailando,” se muerde el labio y hace un pasito desde su sillón.
La llegada a caballo desde Tapi de los Reyes Magos, el singular paso de los diablos, con sus sonajas y sus trenzas, que se perfecciona de año en año y se transmite como elaborado legado a nuevas generaciones de bailarines; pero también la falta de trago en las calles, la organización esmerada, o la estética de los trajes y de las máscaras… Ramos está convencido de que es una de las expresiones multitudinarias más especiales del país… y la más elegante.
Nos sugirió visitar el barrio de Santa Rosa, donde ocurre el Pase más emblemático de todos, en nombre del llamado “Rey de Reyes”. Nos contó sobre la familia Mendoza, “los custodios” de este ícono; que no podíamos dejar la ciudad sin hablar con ellos. Pero antes, visitamos a Eduardo Yumisaca, un joven artista muy implicado en esta fiesta: lo contratan tanto para vestir a los bailadores como para bailar con la comparsa que representa. Su taller, un cuarto de 9 metros cuadrados que reverbera thrash-andino desde un gran parlante, se llena de pedidos que cuelgan en las paredes, sobre la mesa de trabajo y el sofá. La máscara, cuya base de hojalata él sella con un tipo de yeso, al que le añade ribetes, luces, trenzas de colores y cachos, es una creación personal. No todos los llamados “diablos de hojalata” de Riobamba son tan elaborados. Y eso que los mejores adornos se reservan para el Diablo Mayor… “ese sí que tiene que tener de todo”. En una de sus paredes, un póster muestra sentado a este personaje. “Es mi hermano”, explica Yumisaca con orgullo, “el que parte a la muchedumbre por la mitad para que la comparsa de personajes vaya avanzando”. Según ha investigado, los diablos provenían de la fiesta del Corpus Cristi, pero tal era el culto al Rey de Reyes en el barrio de Santa Rosa que los organizadores los invitaron para que formaran parte de las comparsas. Básicamente, migraron de una fiesta a otra.
Santa Rosa es un barrio de hojalateros. Ya quedan poquísimos locales que comercian los resultados de este antiguo oficio, vendiendo las regaderas, canecas y ollitas de hojalata de antaño. Lo que no deja de producirse, son las caretas de diablo. A diferencia del trabajo de Yumisaca, en Santa Rosa se deja al descubierto el latón, y las máscaras brillan como espejos. Algunos dicen que, por cada año bailado, se añade una trenza a la cabellera de la máscara. Es parte de la condición de ser diablo, pues uno debe comprometerse al personaje por lo menos durante siete años. “¡Siete años pagan pecados!”.
La fiesta empieza como todo acto de vida: como el huevo y la gallina. Uno no sabe bien qué vino primero: si la elección del prioste para el año que viene, o la fiesta en sí. El día 5 de enero, a las cuatro y media de la mañana, la banda de pueblo arremete con platillos y trompetas anunciando a la familia Mendoza que es hora de recibir “las vísperas”. La tonada y el acto comparten el mismo nombre: “albazo”, el golpe del alba. A estas deshoras, la música resuena duro por las calles y los Mendoza andan con su Niño Jesús a cuestas, una figura de casta colonial —tallada en el siglo XVIII— con penetrantes ojos azules, un delicado carmín en las mejillas y un rostro liso como la porcelana. Los Mendoza son sus únicos custodios; y como tales, viven con él, aunque el pueblo puede tener acceso solicitando que los Mendoza lo coloquen en el oratorio o lo lleven donde pidan. El Rey de Reyes —su nombre oficial— mueve a toda una ciudad. Para los Mendoza, es una responsabilidad de vida; lo ha sido ya por tres generaciones.
Son apenas las siete de la mañana. Los músicos han despertado a todo el barrio. Los Mendoza se sientan a desayunar su hornado y seguramente dormirán su siesta. En la noche, acompañarán a los Priostes Vitalicios, con quienes serán celosos espectadores de la velada que los Priostes de Vísperas —quienes se eligen cada año ese mismo día— organizaron para el evento. Es una invitación al barrio entero —y a toda la ciudad— al Estadio Olímpico de Riobamba (nada menos que el primer estadio olímpico del país) para llenar la noche de fuegos pirotécnicos y alboroto musical. Este año, se trajeron a estrellas locales como Dinamarca, Juanita Burbano y el Trío Colonial, un elenco difícil de batir para priostes futuros y un evento de cuatro horas que terminó con la presentación oficial del Rey de Reyes a su público fiel. A las 11 pm, los Mendoza regresaron con su ícono caminando del estadio al oratorio, para sellar la ceremonia y el nombramiento del prioste, quien recibirá su investidura el 2 de febrero (Día de La Candelaria) en otro protocolario evento organizado por los Mendoza. “En realidad”, explica Ramos, los Pases se llevan a cabo hasta esta fecha.
Ya para el 6 de enero, el día de Reyes, más de 3.000 personas llegarán hasta Santa Rosa, formando parte de más de 140 comparsas. Bajan, como nos contó Ramos, aquellos galantes Reyes Magos sobre sus caballos desde Tapi, y llega, sin falta, el grupo de Yumisaca con otros grupos de bailarines de otros barrios, e incluso, de otras ciudades. Bailan con gran delicadeza, cada personaje respetando sus pasos precisos, que visiblemente han practicado a detalle. Es una reverencia, un acto que demuestra incluso la soberbia del personaje que se desdobla en respeto hacia el Niño; es un movimiento/metáfora para marcar el cambio de año, la salida elegante del alma pecadora, el baile para limpiar la conciencia… Desde las ocho de la mañana y hasta pasadas las cinco, la ciudad aprovecha la oportunidad de honrar la pasión religiosa que más colores produce durante el año.