Otavalo 2.0

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Luciendo sus atuendos muy particulares, los cuales entre­ven algo que trasciende la cultura comercial de la plaza atestada de ropa y bordados, los vendedores de Otavalo son hombres y mujeres de mundo que profesan una singu­lar cultura de negocios. Hay tintoreros, tejedores, bordado­res, luthiers, talladores, compradores, distribuidores, trans­portistas, directores generales, y no parecería que, como se diría a la ecuatoriana, “se pisaran el poncho”… Sanae, semana a semana confecciona bufandas y gorros de bebé junto a su puesto en la esquina noroeste de la plaza prin­cipal y ella nunca ha salido de Otavalo. Ni siquiera viaja a Quito. Hay gente para eso: venden en el Mercado Artesanal de La Mariscal. Otros, como Cristina, su kiosko da al sur, vende en Barcelona, Amberes, Berlín, Roma, Amsterdam… ha participado en la feria de Union Square en Nueva York más de una docena de veces. Estará en Madrid en el otoño.

Inspiración para los diseños otavaleños puede venir de cualquier lado. Desde M.C. Escher a el “casimir” esco­cés, de bordados hindúes a motivos precolombinos… los otavaleños están a la mira de nuevas ideas y tendencias, al tiempo que reproducen sus productos tradicionales por miles. Con paciencia, se puede encontrar un poncho, saco o tapiz totalmente único.

Los trajes otavalos

Algunos creen que los otavaleños son lo más cercano a la vestimenta incásica. Otros creen, inclusive, que los otavaleños fueron traídos por el Inca Huayna Capac para poblar a Cayambe y aculturar a los orgullosos grupos dominados. Los otavaleños son elegantes, orgullosos de su cultura y vestimenta, con cuentas de oro alrededor de sus cuellos que indican jerarquía entre las mujeres y hermosas blusas bordadas. Los hombres visten ponchos azul marino, panta­lones claros y pelo característicamente largo y trensado…

Sábado, día de mercado

El famoso mercado se trasladó de lotes baldíos aledaños al pueblo a la actual Plaza Centenario en los años 1930. Mercaderes llegaban de todo rincón (desde Carchi al norte a Loja en el extremo sur del país) para comprar los artículos que teje-dores del área confeccionaban durante la semana. No pasaban las 7 de la mañana y todas las prendas se vendían. El resto del sábado se trataba de un intercambio de productos agropecuarios entre los moradores locales. Esto sigue siendo la esencia del pueblo, incluso en medio de los turistas, lo cual se puede presenciar desde muy temprano en la feria sabatina de animales, en lado oeste de la carretera.

Guiados más o menos pacíficamente de una cuerda por sus propietarios, llamas, cerdos, cabras, ovejas, caballos y demás animales llegan desde los terrenos circundantes a las extensiones barrosas de las afueras del pueblo. Son apenas las 6 de la mañana. El regateo se realiza sin mayor inconveniente, pero acaloradas discusiones pueden surgir sobre el precio de una gallina o un conejo. Los famosos “cuyes”, conejillos de indias, no son mascotas. Se los merca por más o menos un dólar, son asados y servidos como una exquisitez de la zona.

Ya en el pueblo, camiones van descargando variedades innumerables de frutas y verduras. Niños ayudan a sus madres a llenar bolsas de maíz y papas, coles son lanzadas desde camionetas a receptores en la acera, señores pasados los sesenta años cargan cajas de tomate a sus espaldas, mientras que las mujeres organizan sus quioscos, preparando platos de un dólar para la venta rápida.

A las 9 de la mañana, la actividad en la Plaza de Ponchos está en su punto. Tapices, alfombras, bufandas, manteles, edredones, cestas, los famosos ponchos… repletan cada rincón viable del pueblo. También puedes llevarte una poción para los celos de tu novia o un CD con mejores éxitos de charango y rondador.

Fotografía: Jorge Vinueza

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