Son coloridos hostales de bambú, puestos de batidos y jugos de fruta donde antes se levantaban unas cuantas chozas humildes. Por donde caminan surfistas fornidos, con sus cuerpos bronceados y tablas recién lijadas, había manglares que abrazaban todo el entorno, y el malecón de la playa, aún sin construir, era el lugar donde estacionaban las canoas pesqueras, ahora lanchas relegadas al extremo sur de la playa.
A Mompiche se lo conoce como un pueblo tranquilo, paraíso para surfistas de todos los rincones del mundo en busca de la “derecha más larga”; mochileros, turistas y mompicheros caminan libremente por las calles de tierra, saludándose, tomándose un batido. Esta es tierra de frutas y los lugareños siempre andan con una en la mano…
“Mompiche era diferente”, afirma Ramón Cotera, recordando su pasado en aquel poblado al que emigró desde el recinto vecino de Bolívar, hace 23 años. El trayecto se lo hacía a pie, atravesando tupidos bosques húmedos de la zona, un viaje más complicado de lo que dejaría entrever la distancia entre los pueblos. Desde Bolívar, nos cuenta, salía Juvenal Torral, el cartero de hace más de 30 años, que andaba a “pata limpia” pasando por Portete, Mompiche, Esmeraldas, para terminar su recorrido en Chamanga, entregando cartas a quienes esperaban escuchar noticias de algún pariente o algún amante…
Tras haber ocupado varios cargos importantes, y recientemente haber formado un comité ambiental, Ramón ya es todo un mompichero, y camina por las calles con la confianza de alguien que anda a sus anchas en su casa.
Tiene tan vívida imagen del Mompiche agreste y selvático de antes que, al caminar junto a él, uno se va imaginando aquella playa virgen.
Al llegar al parque del pueblo, en la calle principal, dibuja una línea imaginaria, paralela a la orilla, extendiendo sus brazos hasta ambos extremos… Aquí era donde Mompiche se dividía en dos cuando subía la marea. Hoy el pueblo es uno solo, y donde antes se dividían las aguas, ahora hay calles, casas, negocios, hostales.
En realidad, este fenómeno todavía ocurre al final del pueblo, en el sector norte del mismo, donde debes esperar que baje la marea para cruzar hacia los nuevos hostales que rápidamente están ocupando los trechos más solitarios de la ensenada.
Paseos en manglar y la Isla Júpiter. Foto: Jorge Vinueza.
En un pueblo que aún sigue siendo de pescadores, ellos, listos para salir a alta mar a las 5 am, son los que más madrugan. La vida cotidiana empieza, más bien, a las diez de la mañana, cuando la mayoría de negocios abre y la gente sale de sus casas para recorrer las calles y meterse al mar, sin ningún apuro. Al mediodía llega el limonero con su conocido pregón:“tengo los mejores limones y los más jugosos”. Claro, nunca faltan los artesanos informales que han viajado por el mundo con sus mochilas llenas de sus creaciones.
Para unos desayunos singulares puedes probar los deliciosos panqueques del Oasis Colibrí en la calle Fosforera, ya para el almuerzo, no dejes de buscar los langostinos asados con ajo recién pescados del Restaurante El Económico, al final de la calle principal. A partir de las 4 de la tarde, ya encontrarás una carreta en la calle con empanadas y corviches recién preparados. Y si buscas algo diferente a la cocina costeña, puedes ir a Bam-bú donde además en ciertas noches disfrutar de música en vivo.
Este es un destino para todo presupuesto. Los mochileros y jóvenes aventureros encuentran su nicho, hostales económicos y pintorescos que se llenan de huéspedes que, como ellos, buscan la aventura del día a día; familias encuentran tranquilidad donde tanto sus hijos como la pareja pueden deleitarse con la playa paradisíaca; y todos pueden disfrutar de las actividades que ofrece, desde clases de surf, caminatas “hacia los monos aulladores”, un fabuloso mirador de todo el pueblo desde el cementerio, la increíble Playa Negra, hasta paseos a caballo por la playa, los que puede organizar Doña Fabiola Tours desde una casa de tablas al extremo sur de la playa, pasando las lanchas pesqueras. Además, están los fabulosos recorridos por los manglares de la zona y las islas de Portete y Júpiter.
Portete, Bolívar y Júpiter
En la calle principal de Mompiche se pueden encontrar casi siempre moto taxis que te llevan por $2 hasta la entrada de Portete. Para ingresar a la isla se necesita cruzar un corto tramo de río hasta el otro lado en lancha (50 centavos) o, si te aventuras o te falta paciencia, puedes pasar nadando.
Portete es una isla idílica, rodeada de palmeras y con troncos en la arena, donde el mar luce aún más cristalino.
Se lo conoce por ser el lugar donde desembarcó el primer grupo de cimarrones en asentar una colonia libre en el país, y en la plaza central del pueblo existe un monumento en honor de uno de sus líderes principales, Alonso de Illescas, con una placa que cuenta la histórica llegada. Adicionalmente, el 10 de noviembre se celebra el evento histórico con cerca de 500 personas que llegan a la isla.
El paseo puede también complementarse con un recorrido en lancha por los manglares, donde se puede observar una gran variedad de aves, y seguir hasta Isla Júpiter. Por ser un islote, sorprende su extensión y su soledad, un lugar casi deshabitado a excepción de unas pocas casas destartaladas. Desde el largo estrecho de tierra se puede divisar Cojimíes y su Isla del Amor.
Atardecer sobre la costa sur de Mompiche. Foto: Jorge Vinueza.
La lancha pasa también por Bolívar, donde se puede ver la vida cotidiana del pueblo (el parquecito es llamativo) y puedes comer en un comedor particular a la orilla del río. La descripción de Ramón de su pueblo natal no ha cambiado mucho en todos estos años. Centenarias casas de tablas siguen en pie. Y para quienes deseen salir del pequeño poblado hacia las carreteras, deben tomar una lancha que les lleve al otro lado.
Ya son dos décadas desde que Ramón compró su terreno en Mompiche, donde ahora vive, (y donde ofrece hospedaje de larga estadía a quienes lo requieran, en “La Cotona”). Pocos años después de esa adquisición, el pueblo empezó a levantar sitios de hospedaje para quienes venían a buscar la aventura en aquel paisaje costanero. Y no era para menos. El fabuloso contraste entre el bosque húmedo y la prístina playa no tardó en atraer a los surfistas, y en poco tiempo, a todos los demás…
Surfea en Mompiche
Centenares de aficionados de este deporte no lo piensan dos veces cuando quieren un paraíso para el surf. No solo tiene la fama de tener buenas olas; en realidad, a Mompiche se la conoce por tener “la ola más larga del Ecuador”. Mompiche es además considerada como uno de los mejores sitios para aprender el deporte. Eddie Moreira hace sus propias tablas y, titulado como instructor de surf, en pocas lecciones te enseñará a ser todo un “correolas”.