Hay un pueblo en la provincia de Cotopaxi donde los centros comerciales ya pasaron de moda. O, mejor dicho, nunca entraron en moda. La ropa no se exhibe detrás de vitrinas o sobre maniquíes. Se las presenta al aire libre sobre un puesto pequeño o sobre plásticos en alguna plazoleta de la ciudad. Ningún precio está fijo. Todo está abierto a un regateo irreverente.
Los días jueves en Saquisilí empiezan a las 5 de la mañana. En esta pequeña pero legendaria ciudad, los jueves son imprescindibles. Es el día de la Feria, el día en la que siete plazas del pueblo se llenan de comerciantes, de compradores, y, como nosotros, de curiosos.
Pareciera que para cada gusto hay una plaza: la de los animales, la de las papas, la de los granos, la de los ponchos, la de la ropa, la de las aves, la de las hierbas… Si preguntas a las vendedoras, ellas mismas se confunden; enumeran cinco y empiezan a repetirse; se dan por vencidas y dicen “no sé, mijita, hay taaantas”.
Los zapatos enlodados, el fuerte olor a abono, los chillidos estridentes de cerdos, los mugidos de vacas, los reclamos y regateos inauguran este día, reservado desde tiempos inmemoriales al comercio. “¿A cuánto el chancho?” pregunta una mujer envuelta en un poncho rojo. “Doscientos ochenta” le responde la dueña del animal. “Uy Jesusito, no, no. Allá está a ciento cincuenta,” señala ambiguamente hacia otra aglomeración de animales. La dueña le explica que su porcino es más grande, más fornido… ¿más jugoso?
Son las 4 AM. Aún no caen los primeros rayos de luz, el cielo todavía guarda su gama de azules crepusculares que a duras penas iluminan el camino hacia la explanada de tierra y lodo, el frio tajante atraviesa los ponchos, y sin embargo, ya hay una larga fila de camiones y coches de carga que llegan con fuerza y cuyas llantas van forjando un camino por el lodo con sus grandes animales de ganado. Llegan hasta un terreno grande con verjas blancas que separan a los animales por su especie. Los chanchos están primeros, seguidos por los borregos, burros, llamas, terneros, vacas, toros… Sus dueños los llevan de una cuerda, a jalones, a empujones, y a los más reacios, a patadas. Vienen de pueblos aledaños, de Canchagua, de Toacazo, de Guantuchico, etc, con el afán de vender sus animales para el consumo, crianza o reventa.
Ya en el centro de Saquisilí, en la plaza Rocafuerte (la “de las aves”), pese a su nombre, se encuentra de todo: pescado, cuyes, conejos, legumbres, herramientas, cocinetas, perros, gatos…y, por supuesto, aves. De vez en cuando, una gallina rebelde escapa de su jaula. Por un par de segundos, las caseras de la plaza detienen lo que están haciendo. Corren para atraparla y todas le cierran el paso. Finalmente la agarran de una pata. El animal produce un gemido de derrota y la meten una vez más en su jaula. Ytodos reanudan su actividad. Las caseras continúan animando a los curiosos, “venga, venga, ¿qué desea?”; en la plaza de las papas, el olor a tierra domina el ambiente; en la plaza de los ponchos, los textiles llenan de color las miradas y el poncho blanco con rayas rojas, característico de Saquisilí, se destacentre los otros. La colada morada con pan se la vende todo el año y los costureros con sus máquinas Singer aún usan husos para hilarsu hilo de lana de borrego; y en la plaza de granos la diversidad de laslegumbres llena de vida el mercado, donde tampoco puede faltar la sección de comidas: un caldo de calavera, de pata, de gallina, energiza las ventas.
Saquisilí es uno de los pocos lugares del país que mantiene casi intacto el mercado indígena con sus distinguidas plazas. Todavía se prefiere el comercio ancestral, todavía triunfa la venta informal sobre las nuevas formas de comprar y de vender. La gente de Saquisilí y sus alrededores ya ha determinado que el jueves es el día de la feria, y que nada lo reemplazaría…
Fotografía: Jorge Vinueza