Fue uno de los últimos eventos colectivos que se realizaron en Quito antes del toque de queda que vació las calles de la ciudad durante meses. El lunes, 16 de marzo, entramos en un estado de excepción sin precedentes. Ya todos sabíamos algo sobre la pandemia que estaba afectando al mundo, pero días antes, la víspera incluso, nadie se imaginaba la nueva realidad que dominaría nuestra vida diaria. Especialmente quienes acudieron al HIIT Club del Estadio Olímpico Atahualpa el día sábado 14, donde se realizó la competencia de calistenia más reputada de la capital.
La Copa Mejía Bars se desarrolló con total normalidad —sin máscaras, sin distanciamiento, sin chisguetes de alcohol ni guardias de seguridad tomándote la temperatura— y designó a su campeón. La presea ofrecía al participante ganador el honor de representar al país en una competencia internacional de México… Algo grande para una disciplina tan pequeña en este país. La calistenia, a decir verdad, tiene pocos años figurando como la gran novedad de las calles de nuestras ciudades; y el evento logró reunir un centenar de jóvenes aficionados. No era poca cosa.

La calistenia nació en Francia a fines del siglo XIX y para quienes no conocen la disciplina, una referencia inmediata es la gimnasia olímpica. Sobre todo, el segmento de barras. Existen diferencias clave, sin duda, dado que la calistenia ha sido, durante gran parte de su historia, más un método de entrenamiento que un deporte. La gimnasia, en contraste, existe desde la Grecia Antigua y figura en las Olimpiadas desde la edición de 1896 en Atenas. Sólo recientemente existe la noción de competencias de calistenia a nivel mundial, durante las cuales se designan ganadores, clasificados, jueces, reglas…
“Fuerza y belleza” dice la palabra según los vocablos griegos Kalis y Thanos (respectivamente) y uno puede entender, al presenciar los ejercicios, por qué inspiran estas ideas. Pero los siglos le han dotado de una nueva cara a la disciplina de antaño, gracias a la cultura urbana que la ha rescatado. Por ello, recibe también el nombre de ‘Street Workout’, lo que da cuenta de la idiosincrasia que la sostiene, una cultura de jóvenes deportistas que se identifican con la calle, con el arte de la calle, la música de la calle y, sobre todo, los espacios de entrenamiento de la calle: parques públicos… o cualquier lugar en el que figuren las barras de metal.
Jhosué Vázquez, fundador del proyecto Mejía Bars Quito, caminó con nosotros por las calles de la ciudad, conversando sobre la realidad de esta afición, práctica y deporte. En momentos de descanso, cualquier barra parecía excusa para desplegar su talento. Los formados bíceps de Jhosué lo levantaban sobre una cerca de metal, sobre un juego para niños o la baranda de alguna escalinata. Las barras son la base de los ejercicios tanto dinámicos como estáticos que predominan en este deporte, un lienzo sobre el cual se muestran las posibilidades del cuerpo humano. Quedamos, sin duda, imantados. Estos chicos son fuertes. Y sus movimientos, una poesía corporal: una danza que no es danza, un workout que es mucho más que un workout.
La Copa Mejía Bars
Rebobinemos a mediados de febrero, a los predios de Mejía Bars, uno de los nacientes focos de la calistenia en Ecuador, ubicado en un traspatio del emblemático Colegio Mejía de Quito. La institución ha hecho poco para impulsar a los muchachos que practican la disciplina. Han sido más bien antiguos alumnos quienes han sentido un llamado a interesarse en el espacio y apoyar a quienes lo mantienen y utilizan.
Paredes pintadas de grafiti. Postes de metal que se elevan alto en el cielo. Chicos de catorce, quince, viente años, a dos manos, trepando, girando, elevándose, flexionando sus pectorales. Está Samuel Reascos. Está Lincoln Manobanda. Está el propio Jhosué, que no participa a nivel competitivo por una lesión; algo que acaece a muchos de los mejores, pues son los que más exigen sus cuerpos, en un proceso que busca aún profesionalizarse, carente de seguimiento médico y de protocolos de precaución, prevención y recuperación. Pero por más llamativas que sean las capacidades de estos muchachos, es quizás la dedicación y amor por el proyecto lo que más asombra. No sólo por las horas de entrenamiento, el rigor que exige; sino por la visión de estos deportistas en su deseo de hacer que esta disciplina en ciernes —que carece de visibilidad, apoyo y sustento en nuestro país— se convierta en una creciente afición entre los ecuatorianos.

«Este año logramos traer a Víctor Allendes,” explica Jhosué emocionado, “¡Nada menos que el Campeón Mundial de Calistenia Victor Allendes! Lo trajimos para que forme parte del jurado de nuestra copa.” Habla casi con nostalgia, no sólo del evento que organizó en marzo, sino del mundo antes de la pandemia, un mundo en el que pudo ver cómo su ‘deporte nuevo’ extendía sus brazos hacia nuevas alturas: “Tener aquí a alguien de ese calibre fue todo un lujo. Que el nos ayude a elegir al campeón hizo que se sintiera más oficial. Sabíamos que algo así haría que esto de la calistenia crezca en el país”.
Jhosué hizo todo lo que pudo para que la Copa Mejía Bars fuera un éxito. Y lo fue (¡y al filo de una pandemia!). Claro, la competencia es dura y si bien Mejía Bars cuenta con la reputación (dentro del círculo) de ser una de las organizaciones que más fomentan la calistenia localmente, llevarse la corona es más difícil de lo que parece. El equipo trajo a sus mejores competidores. Pero el más prometedor de ellos, Lincoln Manobanda (uno de los fundadores de Mejía Bars con Jhosué), quedó a un pelo de clasificarse a la ronda final. Al final fue Erick Palacios del equipo Iron Soul Club (con sede en Los Chillos) quien se llevó la presea y la posibilidad de pelearse un lugar en México, donde, antes de la pandemia, se organizaba una importante competencia a nivel latinoamericano. Por ahora, dicho evento tendrá que esperar. Pero Ecuador espera tranquilo. Por lo menos pudo designar a su ‘embajador’ antes de que se detuviera el mundo.
Photos: Udit Kharka
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