Los tres Juanes, con puños y letras

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Por: Ilan Greenfield

Fotos: Jorge Vinueza

Todos conocemos por nombre a estos literatos ambateños, luz y lumbre de la temprana literatura de Ecuador. Pero, ¿cuántos conocemos la motivación que une a este trío dinámico?

Juan Montalvo y Juan León Mera fueron la díada dorada de la temprana república, dos mentes que muy posiblemente cimentaron los fundamentos de una “cultura” nacional, plasmando en papel el gran debate que era, aún, la diáfana, incierta, república de Ecuador.

Se dieron a la vida poética, a las artes, a la literatura, a la elucubración, al pensamiento. Se instruyeron con el afán de definir sus propias sensibilidades para forjar con ellas la primera evidencia literaria de la incipiente nación. Su himno nacional, volúmenes de ensayos y poemas, las primeras novelas modernas (como las han llamado) del país…

Ambos fueron ambateños. Otra coincidencia, contaban con el mismo nombre de pila y, otra aún, nacieron el mismo año, en 1832, dos años después de la creación de nuestro país. Y, sin embargo, no podía existir en el mundo almas más contrarias.

– Los hermosos jardines de la quinta de Juan Montalvo, en las afueras de Ambato –

Entre líneas

El motivo de su incompatibilidad más palpable era político. Juan Montalvo era un liberal sin cura y Juan León Mera, un fiel conservador. El momento histórico en el que vivieron estaba profundamente dictaminado por estos dos posicionamientos ante la vida. El presidente García Moreno, eje del status quo que se instaló luego de la independencia, había encontrado en la tenacidad e idealismo del liberal Eloy Alfaro un oponente porfiado, capaz de liderar el espíritu de cambio que tarde o temprano tenía que llegar al seno de la realidad ecuatoriana.

Así se vivieron las últimas décadas del siglo XIX, y las primeras del XX, en un ir y venir de querellas, tanto armadas como intelectuales, que buscaban una visión de futuro para la nación. Ambas posturas hallaron, en Mera y en Montalvo, respectivamente, palabras sobre las cuales asentarse.

Eloy Alfaro había visto en la chispa y virulenta pluma de Montalvo un importante aliado y comunicador. Se convirtió en su mecenas, aun sin conocerlo bien. Le pagó pasajes y estadía en Europa, lo socorrió de complicaciones monetarias en otras ocasiones y Montalvo no dejó de producir mordaces escritos, cartas personales al presidente García Moreno y luego, a los conservadores que le siguieron, alcanzando fama como uno de los más locuaces y talentosos “insultadores” de la lengua española.

Hay quien dice que Montalvo llevó la crítica al gobierno a dimensiones imponderables. “¡Mi pluma lo mató!” exclamó famosamente cuando aprendió, desde el exilio, que García Moreno había sido asesinado.

Escritores como Rodó, Unamuno o el celebrado poeta Rubén Darío, quien habría escrito de Montalvo “¿cómo no has de acercarte hasta la cumbre, si Cervantes te lleva de la mano?”, reconocieron la calidad del escritor. Su obra fue prolífica. Siempre feroz. Siempre anticlerical, liberal y apasionada.

– Descubre la sensibilidad literaria de Montalvo en su antigua quinta (afueras de Ambato) –

Fue un furioso antagonista de “dictadores”. “Dictadura perpetua” sentenció, al definir el gobierno electo de Ignacio de Veintemilla en una sonada carta abierta. Este Veintemilla fue el personaje de la política ecuatoriana que más odió de todos. Le dedicó su opera prima de vituperios, Las Catilinarias (1882), doce ensayos que hacen del escarnio a un solo individuo todo un arte… y luego, al mismo personaje, lo inmortalizó en su fabulosa obra póstuma Capítulos que se le olvidaron a Cervantes (1889), haciendo de él un hombre colgado de un árbol, carcomido por cuervos. “O yo sé poco,” dice el Quijote de Montalvo al verlo, “o éste es aquel famoso ladrón que dio en llamarse Ignacio de Veintemilla.”

Juan León Mera no podía ser más distinto. Era un hombre de la tierra. Conocía de ganadería y agronomía. Hablaba, incluso, el kichwa. No era una persona de gritos ni de provocaciones. Era más bien un romántico, un apasionado religioso y un hombre de mesura, tímido y circunspecto. Su obra en su mayor parte fue piadosa: alabanzas a figuras religiosas, homenajes a clérigos, aparte de obligados elogios elevando la memoria de García Moreno, su protector.

– Folio con la letra del Himno Nacional escrita por Juan León Mera, en exhibición en su quinta-museo –

Su vida política la mantuvo defendiendo los ideales conservadores, en los que halló, entre otras cosas, sustento económico, ya que ocupó una larga lista de puestos de gobierno. Ello le otorgó, incluso, la oportunidad de componer la letra del himno nacional, un encargo que le fuera conferido personalmente por parte de García Moreno. Y de su pluma, cuando García Moreno falleció, se redactaron las bases doctrinarias del partido conservador.

Una vida literaria

Más adelante, una serie de revueltas indígenas (una de ellas, el feroz alzamiento del indio Daquilema), lo impulsaron a crear lo que hoy recordamos como la primera novela del país. No es muy distinta esta obra a la cervantina que Montalvo redactaría más tarde, en el sentido de que ambas fueron inspiradas por una referencia literaria europea.

La novela de Mera, Cumandá, drama de dos salvajes (1877), toma del clásico romántico Atala, amor de dos salvajes del renombrado escritor romántico francés François René de Chateaubriand no sólo el subtítulo, sino el argumento en sí, reemplazando lugares y nombres circunstancialmente y ensalzándolos con su estilo e idioma, a más del nuevo entorno “ecuatoriano” que les otorgó, inspirado por la hermosa y frondosa quinta de familia en la que se crió.

No se trataba de un acto de plagio como lo podríamos entender hoy en día. Juan León Mera lo hacía a propósito (de paso, estableciendo la llegada del roman, la “novela romántica” de Francia, a nuestro país). Se tomó el tiempo de re-ambientar (y romantizar) la historia de Chateaubriand para hallar una moraleja frente a la creciente ola de violencia indígena; un poco como haría Montalvo al utilizar el entramado de Cervantes para realizar sus críticas políticas. Estamos hablando de proto-novelas y la reapropiación de los clásicos era parte central de sus respectivas premisas. Puede parecer sencillo hoy, pero no lo era entonces: representaba un derroche de habilidad e intelecto realizarlas. Y lo que ni Montalvo ni Mera sospecharon en el proceso terminaría siendo todo un logro: la “ecuatorianización” de clásicos de la literatura universal.

Con ellos, la literatura universal llegaba a nuestro joven país. Con la perspectiva del tiempo, podemos comprender estas obras precoces como un valiente paso hacia la primera voz literaria ecuatoriana.

Mera y Montalvo no hacían, aún, novelas por “hacer novelas”. Estas “novelas” tenían, en realidad, su trasfondo político, su motivación no-literaria. Pero no tendríamos, sin embargo, que esperar mucho tiempo para que otro ambateño, Luis Alfredo Martínez, diera con el giro y publicara A la Costa (1904), la obra que consuma lo que sus maestros (y en el caso de Mera, su primo) habían bosquejado. Es la primera ficción larga, completamente original, inspirada en la “condición” ecuatoriana. La obra, además, cumple con un antecedente fantástico: reúne los mundos opuestos de Costa y Sierra bajo una sola tapa, en un viaje vivencial que el protagonista realiza hacia las profundidades de nuestra complejidad cultural y geográfica.

– Una instalación y tributo al gran escritor y artista ambateño Luis Alfredo Martínez, primo de Juan León Mera (quinta de Juan León Mera) –

Montalvo y Mera, a fin de cuentas, hicieron todo por evitarse en vida. Si bien Mera era un blanco ideal para los ataques de Montalvo, éste no le dedicó más que un par de folletos ofensivos al inicio de su carrera; y Mera también aprendió a sortear cualquier provocación. La historia sólo nos relata un hecho en el que, lejos de los renglones, se vieron cara a cara. Se dieron a golpes y, la leyenda cuenta, a bastonazos también, a las afueras de la ciudad de Ambato… Por lo demás, echó cada cual por su vereda.

El tercer Juan

Cinismo es inevitable al rememorar el tercero de los Juanes. Alguno dirá que faltaba uno y por eso acudieron al que estuviera a la mano. Como figura ambateña de la época, Juan Benigno Vela no cuenta con ninguna obra de importancia que podamos recordar. Perdió la vista y la escucha misteriosamente al cumplir los 33 años y murió en la relativa pobreza. Su vida, por lo demás, es poco documentada.

Fue escritor, ensayista, político y, como Mera y Montalvo, aunque diez años más joven, tuvo fuertes convicciones. Era un acérrimo liberal. Fue amigo personal de Eloy Alfaro. Montalvo murió antes de ver triunfar el liberalismo en el país, pero Vela fue testigo de la llegada de Alfaro al poder, algo que había anhelado con pasión.

Cuando Alfaro se volvió dictador, sin embargo, no dudó en tornarse en su contra. De esta manera, y casi poéticamente, Juan Benigno Vela se convirtió en una suerte de punto final de la engorrosa novela que habría protagonizado el tridente intelectual ambateño del cual formó parte.

Los Tres Juanes (ilustración: Carolina Díaz)

Juan León Mera había usado la palabra para levantar los cimientos de su idealismo. Juan Montalvo fue, por su parte, un pasionario defensor de la palabra como arma contestataria: “No soy tan insigne guerrero como los grandes capitanes que ganan batallas, pero yo también he peleado por la libertad y la civilización…,” dijo con elocuencia. Juan Benigno Vela, por su parte, vio en la palabra el último recurso de la integridad humana. En la desilusión de sus últimos años, cerraría aquel difícil capítulo de la guerra civil con sentencias dolidas. La política había defraudado la historia de aquella temprana república, ideal por la que los tres LJuanes habían gastado tanto puño y letra. Para Vela, era hora de virar la página: “No tengo ya caudillo; mis ideales han desaparecido; moriré con mis ideas, no esperen modificaciones en ellas”.

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