Fotografías: Jorge Vinueza
‘De todos los santos, el Niño es el único fiestero de Nochebuena’
Una matanza de selva adentro, y de tiempos inmemoriales, de pueblos ya desaparecidos, de gente nómada que todos ya dieron por extintos, vuelve a la vida en medio de edificios y calles, en un enclave que hoy ya no tiene vínculo con la vida de pueblo, peor aún con la vida de selva, que, imaginamos, fue alguna vez el escenario de esta inusual celebración…
“¿Cómo muere el Yumbo?”, gritan estos quiteños con la tribu en la garganta. Es Nochebuena, 2016, y estamos viajando en el tiempo… “Picado muere” contestan otros, embriagados del pasado. ¿Cómo sobrevive este Yumbo que tanto ha muerto en estas fechas, en una modernidad que se ha mostrado tan inclemente frente a los rituales de los olvidados. En realidad, estos olvidados recrean su propia muerte cada año, y están más vivos que nunca.
A los habitantes de La Magdalena — alguna vez un pueblo de las afueras de Quito y hoy un barrio más de la ciudad — les es imposible recordar cuándo empezó esta celebración. La única certeza que guardan es que “hay que danzar con devoción al Niño Dios”. Es una fiesta desconocida por casi todos en nuestro país; un Pase del Niño en el que la solemnidad de la liturgia se combina con un zapateo pagano.
Yumbos, archidonas, negros, diablos uma, y demás comparseros, salen a pisar fuerte, acompañados del trance sonoro de los tambores y los pingullos. Es difícil delimitar lo sagrado y lo profano; el fervor religioso se demuestra bailando, cantando y bebiendo. La fiesta dura varios días y las misas pueden extenderse hasta Carnaval. Un largo fin de año que coincide con los ciclos tan modernos como lo son ancestrales.
Los priostes preparan la celebración ni bien terminan los festejos del año anterior; pero todo se intensifica una semana antes de la Navidad, cuando se recibe a los danzantes en la casa. Con esta “recogida” la fiesta ha de empezar. El día de Nochebuena, suenan los villancicos y las bandas de pueblo con silbidos, voladores y loas, en el sector de Dos Puentes, en La Magdalena, e inicia el tradicional Pase del Niño, una procesión que avanza por una calle de honor que conduce a la iglesia.
Los carros alegóricos llevan a Papá Noel; también al Niño Dios; a María, José, los tres Reyes Magos y el Ángel de la Estrella; a pastores, saumeriantes y alumbrantas; a osos, toros, payasos, Diablos Uma, Archidonas, Yumbas y Yumbos. En el trayecto, los Negros, con sus cantimploras, son los encargados de dar de beber. Los Diablos Uma fuetean con malicia a quien no baila. Yumbos y Archidonas por momentos se olvidan de que asisten a un acto sagrado y bailan en trance, dejándolo todo, confiesan con picardía: “partes vamos bailando, partes vamos jodiendo”.
Se encienden castillos. La música revienta. Los cantos, los bailes, la pérdida de conciencia, la búsqueda de un pasado ancestral, la diversión y algarabía: ¿es fiesta de un Niño milagroso, un Niño travieso, un Niño fiestero, un Niño sagrado?
El Yumbo Wañuchi
Es “la matanza del yumbo”. El momento cúspide. Mientras en la iglesia se oficia la misa de Navidad, en los exteriores se recrean dos versiones: la persecución y el ajusticiamiento que hiciera el Yumbo Mayor a un Zaracay (tsáchila), con quien la Yumba Mayor le traicionó. En la otra versión, es el Yumbo quien traiciona a la Yumba, y es el Zaracay quien le da cacería y muerte al traidor.
Para evitar guerra entre los pueblos, en ambos casos, los Yumbos esconden y protegen al amante; también el público participa ayudándole y el traidor logra confundirse entre ellos. En este acto, un Diablo Uma desempeña el papel de delator, ya que con su fuete señala al traidor para que sea atrapado. El justiciero lo alcanza y representa el asesinato.
Finalmente, los muertos son entregados al Niño Dios, quien en brazos de los priostes ya ha salido de la iglesia y se une a la celebración que se da en su honor, siendo éste quien decide dar licencia para revivir al caído. Los pueblos enteros gritan de júbilo porque saben que se ha evitado la guerra.
Los Diablos Uma, que también fueron atrapados, son liberados y junto a los Negros continúan animando al público para que beba y baile en honor del Niñito. Las bandas de pueblo toman su protagonismo ¡y al ritmo de sus notas estalla la fiesta!
PH: Jorge Vinueza