La Nariz del Diablo: Las rieles de la redención

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Provincia de Chimborazo, 1901.- Los hermanos Harman están frente a las faldas de las montañas que sus habitantes llaman “Cóndor Puñuna” (nido de cóndor). Después de haber presenciado, con consternación, cómo el minucioso trabajo de meses anteriores fuera arrastrado por las lluvias, se deciden por la ruta de tren propuesta por el ingeniero recientemente fallecido, Henry Davis. Se trata de una decisión trascendental: costaría la vida a cerca de dos mil trabajadores (no se sabe a ciencia cierta cuántos habrían muerto); a su vez, aseguraría el éxito de la vía férrea entre Guayaquil y Quito, marcando el comienzo de su ansiada terminación en 1908.

La forma de la montaña y el número de muertos durante la construcción de este tramo le granjearon el apodo macabro de “Nariz del Diablo”.

Esta sección de la ruta es central para el ferrocarril ecuatoriano. Es el tramo que conecta la costa con la sierra. Tarde o temprano, de una forma u otra, los ingenieros que construyeron la línea hacia el este desde Durán tendrían que solucionar la escalofriante pendiente de los Andes. Para la hazaña impensable, los Harman trajeron mano de obra que consideraban lo suficientemente resistente para llevarla a cabo. Tres mil jamaiquinos y mil puertorriqueños fueron llevados al sitio, y sin ser técnicamente esclavos, pues les pagaban cuatro centavos de dólar, sus deserciones eran castigadas. Vivieron libres y murieron libres, por centenas.

Alausí, el punto de partida para embarcarse en el tren turístico que visita la Nariz del Diablo, es un pueblo que se ha beneficiado del renacimiento de su ruta ferroviaria. La restaurada estación de tren es un hervidero de actividad antes de cada salida y llegada; una docena de puestos de venta de artesanías; el Café del Tren de la estación… todas han vuelto a surgir. Tiene poco que ver con la situación de hace 10 años, cuando todo aquello estaba abandonado.

El tren sigue su camino fuera de la estación de Alausí. El silbido irrumpe en el aire fresco de la mañana. Por delante se encuentra una de las obras de ingeniería más difíciles del mundo: la pista cavada sobre laderas rocosas. Bajamos 500 metros hacia la llanura costera, en apenas 18 kilometros. Chu-chu-chu avanza el tren y sus vagones, los brazos de los brequeros suben y bajan en cadencia. Continúa el monstruo de hierro y sus vagones. Hacia el lado derecho, muy por debajo, aparece el río Guasuntos. Andando va el tirano de los rieles, mientras pasamos una enorme curva para revelar el valle del río Chanchán, recorriendo su camino al oeste. Y es aquí donde nos encontramos con la genial idea de Davis. La única forma en que el tren podría trepar (o deslizarse) montaña arriba (o montaña abajo), sería mediante un movimiento en zigzag. Y así nos vamos, para atrás y para adelante, una sensación extraña que nos hace pensar: “esto va por el camino equivocado”, hasta que el tren finalmente alcanza el fondo del valle, el turbio río por abajo, y llega a la estación de Sibambe.

A partir de aquí, en el plazo de una hora, zigzagueando, tomaremos el camino de vuelta. Pero, por ahora, pasamos a la cafetería para probar un jugo y una humita, presenciamos una danza típica y admiramos las artesanías de la comunidad andina de Nizag. También, disfrutamos de una visita guiada al modesto museo, gozamos del paisaje y del clima, que es unos grados más caliente que Alausí.

Desde este punto desairado, con su río murmurando en la distancia, me queda una sensación inquietante que es difícil sacudirse de encima. Si este ferrocarril no hubiera sido declarado patrimonio cultural del país y digno de la inversión masiva del gobierno para volver a surgir como ha surgido, los trabajadores que, un siglo atrás, sufrieron de las peores circunstancias imaginables en la construcción de este ferrocarril, las hubieran sufrido completamente en vano. No puedo dejar de pensar que la única manera de darles a aquellas muertes un significado, redimirlos de alguna manera de su espeluznante destino, es montar el ferrocarril que construyeron con sus manos. Sus almas atormentadas quizás se consuelen con nuestra admiración por un logro tan monumental.

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