La ciudad que croaba

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Fotos: Juan Pablo Verdesoto

Hay un Quito que apareció de la nada, en un abrir y cerrar de ojos; nació de un Quito donde no había ni autos, ni calles, ni edificios, ni cemento. Hace no más de 40 años, esa ciudad era un solo jardín que no sonaba a gente, sino a naturaleza.

A cualquier cuarentón quiteño puedes preguntarle si recuerda cómo croaba la ciudad en su juventud. El sonido icónico de la capital en ese entonces, especialmente en la zona norte, era el canto de sus sapos. Y la voz más grave del concierto de cada noche provenía de la rana marsupial andina, un pequeño, elegante anfibio que vivía feliz en los pozos de la ciudad, antes de que éstos fueran borrados por el concreto.

Este canto ya no acurruca a los quiteños. En Quito quedan pocos individuos de la especie. A medida que la ciudad fue construyéndose, las ranas fueron desapareciendo. Quito dejó de ser su hábitat. Se acabaron los extensos trechos
 de jardín con plantas nativas como el sigse y las bromelias. Y lo que los cuarentones de hoy recuerdan era un Quito antes de que fuera Quito, una ciudad muy nueva, en plena etapa de surgimiento, muy diferente a la de hoy.

El sonido icónico de la capital en ese entonces, especialmente en la zona norte, era el canto de sus sapos

En el pueblo de San Rafael existe un oasis para estas ranas quiteñas: el Centro Jambatu. Opera como una sede para la conservación e investigación de anfibios. Luis Coloma, director del centro y Lola Guarderas, coordinadora, son los investigadores que lo han manejado desde 2011. Cuentan con 40 especies de ranas que crían en sus laboratorios. La propiedad es grande, y en cada cuarto, la temperatura cambia. Algunas especies precisan de frío; otras, las de selva, necesitan ambientes más húmedos.

Luis Colomba, director del Centro Jambatu en San Rafael

Un nuevo hogar para los sapos

En la parte trasera, el verde abunda donde han crecido plantas nativas. La única “extranjera” es un árbol de eucalipto, que Guarderas asegura no haber cortado por su tamaño y los años que llevaba ahí. No podía faltar, claro está, el pozo, rodeado de huaycundos, bromelias y sigses, donde habitan quince parejas de ranas marsupiales que hasta el momento los científicos han logrado reintroducir, un proceso que para estos anfibios no es muy fácil. “Cuando siembras plantas nativas inmediatamente vuelven aves, insectos y otros animales. Pero las ranas ya no vuelven; no tienen esa capacidad de desplazamiento. Hay que volverlas a poner,” afirma Lola.

En Jambatu, la rana icónica quiteña sigue cantando, a pesar de que su voz ya no llegue hasta todos los rincones de la ciudad como antes, especialmente esos rincones de esa ciudad nueva de entonces, que hoy es tan solo nostalgia.

El Centro Jambatu próximamente estará abierto al público. Por el momento, pueden visitar grupos previa cita, con costo de $10 por persona.

Resuscitando a un desaparecido

En mayo, 2016, el Centro Jambatu colaboró en el redescubrimiento del Atelopus ignescens, o Jambato Negro del Páramo, un verdadero “resucitado”: reapareció luego de tres décadas de haberlo creído extinto. Según Coloma, la última vez que se lo vio fue en 1988 y, en Quito, en 1983. Este año, gracias al reporte de un grupo de campesinos, los científicos dieron con una colonia sobreviviente. 36 individuos fueron llevados al Centro, para la investigación y conservación de su especie.

Contacto

Giovanni Farina 566 Y Baltra, San Rafael

(02) 286-9688 – www.anfibioswebecuador.ec

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