Un garabato no es cualquier cosa en la Cuenca de hoy. Especialmente si lleva un buen título. Desde 1986, año en el cual se inauguró la Bienal de Arte, probablemente no hay ciudad ecuatoriana tan a gusto con la extravagancia del arte moderno como ésta.
La Bienal es, sin duda alguna, el receptáculo más importante de arte mundial actual en el país: y decimos «arte» en ese otro sentido del término: una palabra que ya no quiere decir cuadros bonitos, paisajes pintorescos o retratos felices. Estamos hablando de manchas digitales, campanas que cuelgan del techo, fotografías de dolor proyectados sobre sábanas,salas de video, o una mesa de dibujo cubierta en modelos arquitectónicos, una taza de café a medio tomar y una bolsa de papel de McDonald’s. Shilpa Gupta de India,en 2011, sacó su obra a pasear y utilizó la ciudad como soporte y concepto, proyectándola sobre la arquitectura patrimonial. Recibió un segundo premio.
Las instituciones anfitrionas abren sus puertas de forma gratuita para recibir esta «fiesta del arte» —como gustan llamarla los organizadores— que se asoma cada par de años con el pretexto de remecer lo que, curiosamente, algunas personas todavía creen es la ciudad más conservadora del Ecuador. Sólo por pura curiosidad, cuencanos de todo afán se unen a los amantes y expertos del arte que llegan específicamente para participar en esta feria de categoría mundial, preparados para romperse el coco y tratar de comprender lo que pasa por la cabeza de artistas de todo el mundo.
La comunidad en general se ha visto inevitablemente expuesta a nuevas fronteras no solo en el ámbito del arte, pero del pensamiento también. En el peor de los casos, los cuencanos han aprendido a aceptar que el arte conlleva una variedad de formas incongruentes e inexplicables. Pero algunos creen que el auge de expresiones creativas ha empezado a florecer en los últimos años, a través de búsquedas individuales, o en los procesos reaccionarios de las generaciones más jóvenes, que podrían muy bien estar vinculados, en parte, al hecho de que durante la Bienal, las sensibilidades más extremas del mundo hacen de Cuenca su hogar temporal.
La artista cuencana Juana Córdova es como una intermediaria entre el arte de alta gama y el talento artesanal. Su trabajo es ingenioso por un lado, e im- pecable por otro. Es elegante, capaz de impresionar, y luce muy contemporáneo, con materiales sugestivos que, en su mayoría, invitan a la reflexión.
Juana Córdova, artista.
No es siempre común que un trabajo en sí conceptual sea tan agradable a la vista como sucede con Juana Córdova, pues no sólo son sus obras elaboradas con gran atención al detalle…¿a quién no le encantaría verla en acción, averiguar cómo logró hacer lo que hizo? Y al tanto que uno se concentra en el aspecto técnico, se da cuenta, de repente, de una sensibilidad hacia lo moderno bastante elevada, la cual, en última instancia, explica por qué su trabajo se halla a la vanguardia del arte contemporáneo en Ecuador. Sus chales hechos de dados, tapices de huesos de gallina, bosques de papel; sus audífonos de concha, sus cuerpos atiborrados en curitas o coronas de concurso de belleza hechas en fós- foros… parecería que siempre que crea, tiene algo que decir y que cada pieza es tanto un concepto como algo para colgar en una pared o sobre una repisa. Y en soledad, como para darse uno el tiempo y espacio de admirarlo bien. El observa- dor sin duda disfruta de este momento, una actividad divertida que aprecia y generalmente acompaña con esa ad- miración inevitable hacia la tenacidad y paciencia necesarios para trabajar estas obras, como urdirían sus sombreros de paja toquilla o confeccionarían sus joyas de filigrana las artesanas tradicionales de esta ciudad…
Más información: www.bienaldecuenca.org