Kiteboarding: lecciones de vuelo

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Estamos a principios de junio y hace viento en Santa Marianita. Es solo el comienzo de la temporada de “los alisios”, cuando el aire caliente de las planicies costeras y las corrientes oceánicas frías atraen las ventoleras del este.

«Este tramo de la costa es el único lugar en Ecuador donde tenemos vientos lo suficientemente consistentes como para practicar el kitesurf (o kiteboard) con regularidad», explica David Hidalgo, propietario de Ocean Freaks, una de las muchas escuelas de deportes acuáticos en este pueblo pequeño, ubicado a 20 minutos al sur de Manta. Sonríe: «¡Cuando tomas en cuenta el clima cálido y la accesibilidad, es uno de los mejores lugares de la costa del Pacífico de Sudamérica para hacer este deporte!».

David es instructor certificado IKO – nivel 3 de lo que llaman “kiteboarding”, lo que significa que tiene más de 1,000 horas de experiencia docente. En general, David estima que se necesita un promedio de 6 a 8 horas de instrucción para salir al mar con la tabla de forma independiente (dominando tu propio equipo y todo), tan solo 4 horas si eres innato y unas diez horas o más si tienes poca experiencia con deportes acuáticos.

David me ayudó a ponerme el arnés, atar los nudos a la cometa y guiar todo el aparato una vez que estaba al aire, pero se me complicaba manejar el equipo y coordinar mis movimientos. Y eso que estaba aún en tierra y no el mar.

«Es un deporte muy técnico», explica David, pero esto tiene sus ventajas inesperadas. Una vez que aprendes a maniobrar las cuerdas no tienes que ser fuerte o estar en forma para avanzar con soltura en el agua. También quiere decir que las personas tienden a aprender y practicar el kiteboard en comunidad, ayudándose con el equipo y vigilándose mutuamente.

En unos tres días, uno puede empezar a dominar las olas con el ‘kite’ (foto: Juan Pablo Verdesoto)

Esta es una de las razones por las que el deporte puede ser una actividad divertida para grupos conformados por generaciones diversas, desde niños de 10 años hasta jubilados de 70. David dice que es común ver a padres emocionados de poder enseñarles a sus hijos a practicar el deporte y familias enteras vienen a Santa Marianita para aprender juntos. No todos (niños como adultos) tienen una afinidad natural con los deportes acuáticos, pero con la práctica, cualquiera puede aprender.

Por supuesto, los más jóvenes requieren ajustes especiales: chalecos salvavidas más pequeños, un arnés totalmente apoyado (que atraviesa las piernas y no solo se ajusta a la cintura), además de cometas más pequeñas, proporcionales al peso corporal.

David me muestra una foto de una joven pareja canadiense y sus dos hijos que llegaron hace unos meses. El padre y el hijo mayor están usando una tabla tándem, con cuatro puntos de apoyo en lugar de dos. Los pies del niño están en el peldaño interno, con los brazos pegados a las piernas de su padre y cuando el tablero se desliza sobre las olas, su rostro estalla en una sonrisa llena de emoción.

“Lo más importante es ser paciente cuando enseñas. Con los niños, no puedes empujarlos más allá de su nivel. Tienes que dejar que aprendan a su propio ritmo «.

David explica que el miedo, para más pequeños, adquiere una dimensión distinta que en los adultos. «Si le dices que salte, el niño va a saltar». Pero la fuerza del océano y la falta de experiencia en el mar les puede intimidar: el tirón de las olas, los peces que pasan, estar frente a lo desconocido… Los que están más expuestos al océano tienden a aprender con mayor facilidad.

Y como Carina Schäfers, cofundadora de Ocean Freaks, ha observado, después de organizar los días de recolección de basura en la playa, superar este miedo tiene un impacto importante tanto para la comunidad como para el medio ambiente. «No se trata solo del deporte en sí. Se trata de enseñar a la gente que el océano está vivo. Una vez que las personas, de cualquier edad, han logrado integrar ese cambio de perspectiva, conectándose con ese otro mundo, ellos están más motivados para protegerlo».

En Santa Marianita y en la cercana playa de San Mateo, también se puede practicar otros deportes acuáticos como el remo, el kitesurf e incluso el buceo. «El objetivo es hacer que te quedes en el agua», ríe Carina.

Ocean Freaks se encuentra en el extremo más alejado de la playa de Santa Marianita, una fina franja de arena que separa el mar del bosque tropical de Pacoche. La oficina, donde almacenan el equipo y dan clases, está abierta de 10 am a 6 pm. Incluso sin clientes, el edificio se llena rápidamente. En el segundo piso, la madre de David, quien se mudó a Marianita desde Manta después del terremoto, abrió un restaurante con el mismo nombre, Ocean Freaks, y cuando no está cocinando, está tejiendo para sus nietos, que a menudo también están dando vueltas por el lugar.

Por la tarde, los vientos ganan fuerza. Es el momento perfecto para salir al agua. También es el momento perfecto para tomarse una taza de café en el balcón de la cafetería, desde donde se puede observar la playa y las coloridas cometas levantándose sobre las olas.

+(593 9) 99 24 0658
info@oceanfreaks.com
www.oceanfreaks.com

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