Texto y fotografías: Jorge Vinueza
La hacienda La Alegría amanece todos los días con el Rumiñahui de frente y el Corazón a sus espaldas; los rayos del sol entran por las ventanas de madera de siempre, que han visto la misma luz desde hace muchos años, cuando solo era una casa de familia que se dedicaba al ordeño de vacas y actividades lecheras. Cuentan, incluso, que Manuelita Sáenz pasó alguna noche por aquí y, para muestra, todavía está la cama en una de las habitaciones.
El olor a fruta, pan fresco y café recién pasado invita a un desayuno familiar. Gabriel Espinosa, sin mucha pompa, da la bienvenida a los aventureros y con buena charla explica lo que se viene en el día, o los días… Nos ubica en la geografía de los Andes, pero del resto, la naturaleza, el paisaje y las historias de estas montañas, lo descubriremos sobre el lomo de un equino.
Cabalgata hacia las nubes
Hay movimiento en el establo. Rodrigo ensilla los caballos, alista los ponchos, prepara zamarros, selecciona bien a cada semental. Con su bigote pequeño, sus botas y poncho, llegó desde la provincia de Carchi y encontró su vocación de chagra en este lugar. Lleva 10 años acompañando a Gabriel en las cabalgatas por los bordes del cantón Mejía y más allá.
Una vez montados, Gabriel se encarga de refrescar alguna «cabriola» o enseñar los «aires» principales que harán la monta del corcel más agradables; algunas vueltas al entorno y, sin más, los equinos hacen sonar los cascos por el empedrado que entra y sale de la hacienda La Alegría. Un puente de piedra construido en 1873 (cementado en el 2013) es el punto en que cambia el ritmo del viaje, evocando otro tiempo, tal vez como el del mismo García Moreno, quien inaugurara el puente.
Una vez montados, Gabriel se encarga de refrescar alguna «cabriola» o enseñar los «aires» principales que harán la monta del corcel más agradables
El empedrado se hace polvo, luego campo. Gabriel empieza a abrir otros caminos, donde ni el vehículo 4×4 más preparado lograría trepar. Al tranco de un bayo, un alazán, una Isabela aparecen bosques chaparros andinos, paisajes de Polylepis (el conífero nativo), pajonales, conejos, gavilanes, jardines de colores verdaderos, violetas del chocho y de la valeriana, amarillos, blancos e inmensos parches de trigo, cebada, haba, papa y las más bonitas: las flores de páramo en el suelo, todo lo que conforma esta gran manta andina. Las nubes marcan el camino. Los nevados se erigen, sus mustangs cabalgando en libertad.
El camino trae encuentros: Oswaldo y Marta Aro en Bombolí con algún chagra solitario, lugares como Sierra Loma y Quilindaña, Tambopaxi o una carpa —lujos extendidos de la hacienda La Alegría— cóndores que vigilan el camino, caballos salvajes, toros acumulando bravura…
Gabriel ofrece múltiples opciones de entre dos días a dos semanas para integrar el ritmo a caballo, aprender a usar la esponja, limpiar el estiércol cerca de la grupa, conocer de fustas y adentrarse en el verdadero corazón de los Andes -escuchar su silencio- pues al Corazón se llega con alegría, metáforas aparte…