Jardín Botánico Las Orquídeas: un jardín-paraíso

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Fotografías por: Jorge Vinueza

El turismo de orquídeas ya tiene casi medio siglo de existencia. Pero como explica Omar Tello, “el problema es que no era turismo, era comercio—comercio empedernido—y el impacto se siente hasta hoy.” Lo que cuenta Omar, en sus palabras duras, de vocales contraídas, es que el turismo de orquídeas jamás fue para verlas por lo que son, sino para llevarlas a las casas, a miles y decenas de miles de kilómetros de distancia, y extraerlas de su hábitat natural. Se llevaron miles de plantas de esta florida provincia de Pastaza con la seguridad de que la gran mayoría moriría en el trayecto y en manos de amas de casa y sus fríos maceteros. Era un turismo invertido. Las orquídeas eran las que viajaban y no los turistas. Tello es terminante: “Hay que disfrutarlas en su hogar. No es para que se las lleven”.

La experiencia de ver orquídeas es la experiencia de ver muchas plantas, flores y árboles valiosos, en el paraíso que ha recreado Tello con su Jardín Botánico. La caminata nos lleva a conocer cientos de especies, especies de palmas, especies de árboles de madera fina, especies que los waorani utilizan para bañarse, especies que son medicina para diversos cánceres, especies con las que se coloran fibras, especies que los antiguos utilizaban para engordar “a las niñas flacas”. Un mundo críptico, fascinante e infinito.

Crear ecosistemas

El proyecto de vida de Omar Tello inició cuando era apenas un niño, después de “haber disfrutado de un paraíso y haber visto su destrucción”. Este golpe profundo lo motivó a buscar soluciones, las cuales, nos dice, ha hallado. Sólo que implementarlas sin la colaboración social, privada y estatal, es muy difícil.

Su Jardín cuenta con sólo siete hectáreas de terreno, un pastizal para vacas en 1980 que ahora es una selva exuberante. No fue con fines de turismo que la creo, sino para aplicar tres ejes de conservación: conservación forestal, biológica y cultural. Empezó con la dura labor de eliminar todo el pasto y luego investigó el suelo, un suelo arcilloso difícilmente apto para poblarlo de especies nativas. Pero a través de años de análisis, creó una metodología. “Ahora,” dice, como enigmático alquimista: “sé desarrollar suelos y crear ecosistemas.” Al poder recrear ecosistemas, se enfocó en la recuperación de especies en peligro.

“Especies de madera fina que jamás han sido rentables, puesto que tardan demasiado tiempo crecer, todas esas especies las tenemos acá. Hicimos un trabajo de rescatar las plantas de los bosques ya talados. Rescatamos todo lo que aún quedaba con vida. Son plantas que salvamos de desaparecer por completo. Aquí tenemos cosas que la gente no conoce. Por ejemplo, los techos de las casas típicas. En las comunidades indígenas se podía ver toda una diversidad de techos de casas. Ahora los techos solo utilizan la paja toquilla. Pero yo tengo plantas con las que se hacían los techos del pasado que podían durar 20 a 30 años. También tengo las fibras para hacer artesanías como la pita, un hilo fabuloso con la que se cosía hasta los zapatos.”

Omar Tello podría hablar de esto por horas, entremezclando la biología con su conocimiento del bosque y su profundo significado cultural. La caminata alrededor de su parque-paraíso dura, por lo menos, dos horas… Eso, para los turistas menos curiosos.

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