Fotografías: Jorge Vinueza
Desde el punto donde me encuentro, observo uno de dos horizontes posibles: el primero es infinito, o así parece, el océano Pacífico enmarcado por las rocosas orillas del islote; el segundo es más bien una mirada hacia tierra que me guía al pequeño puerto de Salango.
El bajío de las rocosas costas norteñas invita a los turistas a practicar esnórquel, y no es difícil ver por qué: a través de aguas cristalinas, desde el filo del bote, un arenoso fondo repleto de peces —que el guía ha llamado ‘peces arco iris’— entran y salen de sus escondrijos. Cerca de la costa, una red de calas les proporciona un refugio seguro.
Abel Muñoz es habitante de Salango y ha llevado por décadas ‘a conocer’ a quienes visitan estos horizontes. Por ello, se sabe los entresijos de cada islote, incluyendo algunas de las islas aledañas como La Plata y Ahorcados. Salango Joe es su pequeño negocio donde tiene chalecos salvavidas, máscaras de esnórquel y cañas de pescar.
«Es como nuestra pequeña Galápagos», dice. La comparación es más común con Isla de la Plata ya que es más grande y más alejada, pero mirando la vegetación de Salango, la formación volcánica de sus costas y las características aves marinas que se posan a lo largo de los acantilados, diría que el lugar también merece el atributo.
Decidimos nadar hasta la aislada playa de arena blanca del islote —que se siente más «remota» que «privada»— mientras trazo un camino sobre los pasos de los únicos visitantes de ese día: pelícanos y piqueros de patas azules. Me siento a ver cómo las aves marinas se ocupan de sus asuntos como si no estuviese a metros de ellas. Las fragatas distribuyen sus roles, algunas sentadas en lo alto, otras acomodando el nido. Un grupo de pelícanos salpica un círculo sobre las aguas quedas (Abel dice que se están apareando; yo creo que están en el spa).
De regreso a la costa, Abel ve a dos piqueros patas azules sobre una boya y nos acercamos para observarlos. He visto cientos de estas aves en mi vida y no dejan de impresionarme sus colores. Lo sorprendente de Salango es estar tan cerca de la increíble naturaleza de este paraje sin siquiera perder de vista la costa. La isla es lo suficientemente grande y silvestre como para sentirse en una excursión de aventura, pero su proximidad al pueblo lo hace accesible y recomendable para familias, gente con poco tiempo o que le tenga miedo marearse en alta mar.
El esnórquel dura aproximadamente una hora y media: tiempo suficiente para vestirte, dirigirte al islote y detenerte a observar aves en cualquier punto del camino. Durante los meses de agosto y septiembre, Abel ofrece rutas más largas a lugares donde las grandes protagonistas son las ballenas jorobadas migratorias. Por otro lado, el extremo sur de Salango es ideal para bucear.