Isla de la Plata

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La Isla de La Plata, dentro del Parque Nacional Machalilla, a tan solo 40 kilómetros de Puerto López, cargada de una energía ancestral, llena de historia, equilibrio y evolución, es uno de los lugares más interesantes para visitar en nuestro país.

Este pedazo de continente escapado de su lugar de origen hacia la mar es conocido, algo burlonamente, como el “Galápagos de los Pobres”. Es verdad que algunas especies de aves marinas en la isla son las mismas de Galápagos (a veces, incluso, los mismos individuos migran entre los dos lu­gares), pero hay que decir que la isla tiene otro aire: una historia distinta, una geolo­gía diferente, un ambiente especial que la hace, por derecho propio, un lugar único.

Este terrón de aproximadamente 1200 hectáreas, cubierto de guano por las aves marinas que lo colonizan, ha pasado por distintas manos humanas. Empezando por ser lugar de ceremonias (y, se dice, sacrifi­cios humanos) de culturas precolombinas, fue, en época de bucaneros, lugar de abrigo y escondite. Hay la leyenda de que entre las olas que golpean los acantilados donde ani­da el rabijunco, yacen botines que intrépi­dos piratas ocultaron. Es en honor a uno de estos visitantes que la principal bahía de la Isla se llama Bahía Drake, por el bucanero Sir Francis Drake. Luego, increíblemente, la isla se convirtió en una hacienda ganadera. Afortunadamente, forma parte del área protegida del Parque Nacional Machalilla desde hace 25 años, lo cual le ha devuelto su magia.

Entre los piqueros de patas azules, de pa­tas rojas y de Nazca, las fragatas magnífi­cas y los rabijuncos, también encontramos un colibrí: la Estrellita Colicorta. ¡Es difícil imaginar cómo cruzó los mares para llegar a La Plata! También está el galante albatros de Galápagos, siendo esta isla, aparte del archipiélago, el otro lugar del planeta don­de anida. En el agua, entre formaciones de roca y escuelas de coloridos peces, la isla es uno de los lugares más importantes de agregación de tortugas verdes del conti­nente. Bucear con mantas gigantes que vienen anualmente con las corrientes frías y observar los saltos, coletazos y cantos de ballenas jorobadas durante la temporada en el viaje hacia la isla e incluso, con suer­te, distinguibles desde los senderos de la isla, son experiencias inolvidables.

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