Hugo Hidrovo, espíritu de Galápagos

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El bigote firme, el sombrero de ala ancha, la cadena ajustada a la nuca como símbolo de una lejana raigambre, la camisa ligera de corte elegante casual… Hugo Idrovo ha cambiado mucho y ha cambiado poco. Uno lo recuerda rebelde, pero también revela en su mirada el adulto visionario que siempre ha sido. En el temple de su voz, en el rápido ingenio de sus palabras, la sal y sazón de este hombre orquesta es también la gracia y madurez de quien ha vivido más de una vida.

Desde 1983 y junto a grandes amigos y músicos como Alex Alvear y Héctor Napolitano, Idrovo fundó Promesas Temporales, una de las agrupaciones más arriesgadas de su generación. Adelantados a su tiempo, estos pioneros pasaron por encima del radar y solo en 1995 Idrovo, ya como solista, irrumpió en la radio como un símbolo de la identidad nacional, con el disco más citado de su repertorio, Cuentos del Río Colgado y la canción más coreada de las fogatas de la época: “Venenoso Batracio” (un extraño híbrido entre el tradicional pasillo y su espíritu irreverente).

Idrovo había vivido intensamente las calles de ciudades como Quito, Guayaquil y Nueva York, pero en los noventa se trasladó a la lejana Galápagos, hallando en las islas el lugar ideal para canalizar sus muchos talentos. En su morada de San Cristóbal inició una nueva etapa regida por su fascinación por el archipiélago, lo que lo llevaría a una provechosa carrera de escritor y eventualmente a convertirse en nada menos que miembro de la Academia Nacional de Historia (el primer miembro correspondiente para Galápagos) en 2017.

Por ser puntal del desarrollo cultural de las islas, por su influencia musical, por sus dotes de artista y muralista, por su relevante obra histórica, quizás simplemente por sus clásicos de la canción ecuatoriana —“Todos los Cholos comemos con cuchara, arroz con huevo frito viendo televisión…”— Idrovo es todo un ícono. Escuchamos el humor de su infancia en sus canciones, pero sospechamos, en las peripecias de sus pensamientos más finos, el gran culto a la energía creativa que lo impulsa, a esa pulsión elemental e íntima que lo hace eterno, una especie en constante evolución.

Escucha sus clásicos en Spotify y busca sus libros, como el excelente Galápagos: Huellas en el Paraíso, en las principales librerías del país.

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