Homero Ortega cuenta con una tradición familiar de más de 100 años, una empresa de sombreros de paja toquilla que hoy simboliza la dedicación de una ciudad al arte de confeccionar un accesorio patrimonial y universal, cien por ciento hecho por manos ecuatorianas, que por más de un siglo ha vestido a algunas de las celebridades, dignatarios y figuras públicas más importantes del mundo (¡desde Sean Connery al hoy Rey de Inglaterra!).
A pesar de haber abierto sus puertas oficialmente en 1972, el notable legado de Homero Ortega es central dentro de la ya fascinante historia de estos sombreros tan ejemplares para la ciudad de Cuenca. Aquí te lo contamos.
El sombrero “Panamá” de Ecuador
¡Ah del sombrero “Panamá”! Uno de los graves errores históricos de nomenclatura… Confeccionado con la paja toquilla (palma endémica ecuatoriana), el famoso sombrero Panamá nunca fue panameño. Su rica historia se remonta a tiempos precolombinos en la costa de Ecuador, cuando nativos de la Península de Santa Elena preparaban las fibras de la palma para realizar varios tipos de tejido. Se estima que es durante la colonia que empieza a tomar forma el modelo de sombrero actual; de hecho, ya en el siglo 19, contaban con su renombre en Europa, al punto que Napoleón III orgullosamente adquiere un original “jipijapa” durante la Exposición Universal de París en 1855.
En los años 1830, hábiles tejedores de sombreros de paja toquilla de la costa habían emigrado a Cuenca, siguiendo la iniciativa de Bartolomé Serrano para combatir las dificultades económicas de la región. Fue este movimiento el que hizo de la ciudad un centro de producción para el sombrero, gracias a la habilidad y dedicación de sus artesanos locales. En la década de 1900, vendedores ecuatorianos aprovecharon la construcción del Canal de Panamá para vender este “protector solar” —tropical y elegante— con un éxito sin precedentes. Luego, los sombreros desempeñaron un papel fundamental para la economía ecuatoriana durante épocas complejas en la década de los 40, cuando se convirtieron en el segundo producto del país, ¡representando hasta el 23% de las exportaciones totales!
Homero Ortega, hito y figura de la historia del sombrero de paja toquilla, nació en Cuenca en 1916, proveniente de una familia con una larga historia (ya centenaria) en el comercio de esta prenda emblemática. Su vida giraba en torno al oficio. Aprendió el arte y proceso de confección desde muy temprana edad y junto a su padre, se aventuraron en largos, a veces peligrosos, viajes hasta Guayaquil para vender sombreros a bordo de barcos mercantes con destino a Panamá. Pocos vieron tan de cerca esta industria en auge.
Un líder en la industria
El primer taller «Homero Ortega» estaba ubicado en la calle Vega Muñoz, en el tradicional barrio de María Auxiliadora en Cuenca. Fue en esta casa —residencia de la familia— donde comenzaron las actividades de la empresa. La conexión inicial se estableció con tejedores que producían sombreros en sus hogares rurales a través de las provincias de Azuay y Cañar. Tejían sombreros hasta cierto punto, dejándolos «abiertos»; estos llegaban a Homero Ortega, donde, tras seleccionarlos, eran entregados a mujeres locales para completar el tejido, un paso del proceso conocido como «azocado». Los sombreros ya terminados regresaban a la fábrica, donde se sometían a un proceso de limpieza, blanqueo o teñido (si el diseño lo requería).
En esta etapa, los sombreros perdían su forma mientras se secaban al sol y se requería de un “compositor” para devolverles su forma original: este “componía” el sombrero a uso de herramientas como martillos, moldes de madera, planchas de carbón y tijeras, para darles su forma correcta. Luego, los sombreros se «prensaban» y pasaban a ser diseñados.
El diseño siempre ha sido fundamental para Homero Ortega, la creatividad de sus modelos exportados a diversos rincones del mundo, ejes de su calidad y distinción. Hoy, la variedad de sus diseños es motivo de orgullo de todos quienes conforman la compañía. “La versatilidad del sombrero de paja toquilla lo convierte en un elemento unificador; lo usan personas de todas las edades, géneros, nacionalidades y estrato social”, señala Gabriela Molina Ortega:: “Hay uno incluso para cada estilo y momento, convirtiéndose también, en una forma de autoexpresión personal. Hay para todas las ocasiones: para la playa, para un viaje, para el campo, para una boda”. Sin duda, Homero Ortega ha hecho del sombrero de paja toquilla una creación original e imperecedera.
Compromiso con el patrimonio
El éxito de Homero Ortega siempre ha dependido de su compromiso con la calidad, la innovación y la preservación de una tradición milenaria. Bajo el liderazgo de los descendientes de Homero Ortega, la empresa ha ampliado su mercado, perfeccionando el proceso de producción, garantizando un respeto máximo por el medio ambiente, usando las nuevas tecnologías de comunicación para satisfacer la creciente demanda global de sus sombreros y apegados a los principios del comercio justo en este proceso creativo.
Homero Ortega es testimonio de un legado ecuatoriano. Desde sus humildes comienzos hasta su transformación en una marca a nivel mundial, la empresa continúa firme representando la más alta excelencia cuando se trata de la producción de sombreros de paja toquilla que no son solo auténticos, pero hermosos, modernos y elegantes. Frente a los desafíos de un mundo en constante evolución, Homero Ortega sigue firme en su misión de preservar el patrimonio, apoyar a los artesanos y artesanas y ofrecer prendas de la más alta calidad a un público global diverso y apreciativo.
La historia de Homero Ortega se extiende más allá del sombrero en sí; es la dedicación de una familia por mantener vivo y actual este tesoro patrimonial de nuestro país.
Texto: Ilán Greenfield
Fotografías: Carlos Puga