Es reputación de Guayaquil darle prioridad al desarrollo urbano. Sin embargo, algunos de los ejemplos de naturaleza tropical más verdes del Ecuador se encuentran a poca distancia del casco urbano de la ciudad más urbana de todas, la más grande del país: Guayaquil.

Cerro Blanco, uno de los refugios naturales suburbanos mejor conservados del país
Luis «Lucho» Verdesoto es guía naturalista a bordo del National Geographic Explorer. Él ha estado en todas partes (los cruceros Nat Geo recorren los destinos naturales más fascinantes del mundo). Entre sus experiencias favoritas, incluyendo la Antártida y los safaris del África del Este, habla de un evento en particular que le ocurrió aquí mismo, en Cerro Blanco.
En un paseo a las partes remotas de este bosque protegido de más de 6000 hectáreas, Lucho fue testigo de una íntima familia entera de monos aulladores. «Los monitos bebés se acercaban a mí, toda la tropa curioso y manso como nunca te imaginarías. Nunca lo olvidaré. Era como una revelación, y me decía a mí mismo: ‘Esto es Guayaquil’.»
A poco de ingresar en el Sendero Canoa de la reserva, monos aulladores nos reciben con su fantástico aullido (un sonido utilizado regularmente en películas de terror y aventura). Lucho nos cuenta que seremos entre los últimos en caminar el sendero, ya que el centro de visitantes y el sistema de senderos en sí será desplazado hacia el interior de la reserva. Mientras que por un oído escuchamos los sonidos contrastantes de la naturaleza, por el otro se distingue el zumbido de la compañía cementera Holcim en sus canteras vecinas.
Holcim ha apoya económicamente a la reserva, pero el rango de sus actividades ha crecido, haciendo que el Sendero Canoa sea menos «paseo en naturaleza» de lo que debería ser. Aún así, las voces atronadoras de los monos continúan su peculiar serenata; aún así, vemos los nidos y actividad de los pájaros ‘caciques’; aún así, escuchamos el doble taladreo de un Carpintero de Guayaquil; aún así, nos topamos con una Urraca Coliblanda, como si vistiera la bandera azul y blanca de su ciudad.
Más de cincuenta especies de mamíferos han sido registrados en el parque, incluyendo jaguares, jabalíes, nutrias y osos perezosos. Caminamos al lado de gigantescos ceibos, con sus troncos gordos y saludables, los ramosos guasmos, los higuerones, orquídeas y helechos; en silencio, escuchamos el correr de un riachuelo donde llegan a beber los venados sedientos; tarántulas se asoman desde pequeños agujeros en la tierra y ranas diminutas se espantan de nuestros pasos. No podemos dejar de repetir las palabras de Lucho: «Esto es Guayaquil.»
Muchos insisten que Cerro Blanco se encuentra fuera de Guayaquil, que técnicamente es cierto. Pero también, es cuestión de interpretación. Desde el centro de la ciudad, toma más o menos el mismo tiempo llegar al nuevo parque urbano Samanes como llegar a Cerro Blanco (de 10-15 minutos).
En las inmediaciones de la reserva hay todo desde viviendas, escuelas y centros comerciales. Cerro Blanco es hoy tan cerca del centro de la ciudad como cualquier barrio residencial.
«A veces pensamos que a los guayaquileños no les importa la naturaleza. Pero he demostrado lo contrario», explica Lucho: «lo que pasa es que la gente no sabe esto existe. ¡De hecho, cuando escribí un pequeño artículo sobre Cerro Blanco en un suplemento del Diario El Universo, el fin de semana siguiente tuvimos más de 2.000 visitantes! La gente se siente orgullosa cuando se entera que tenemos un lugar así aquí». Cerro Blanco es un emblema del exuberante mundo viviente de Guayaquil.
Puerto Hondo: balneario popular y maravilla de la naturaleza

Literalmente cruzando la calle de Cerro Blanco está Puerto Hondo. Esta pequeña comunidad costera, una vez parte del mundo rural de la provincia, ha sido invadida por la expansión de la ciudad moderna. Pero ello no le ha afectado su dimensión natural. Curvando en ‘u’ justo después de la entrada de Cerro Blanco y volviéndose unos pocos metros en dirección a Guayaquil, se encontrarán puestos de comida que ofrecen mayoritariamente un plato de distinción: el delicioso maduro pintón con queso.
Hace una década, no se procuraba más… Pero hoy en día, es recomendable seguir adelante, a lo largo de la calle principal del pueblo, hasta el pequeño malecón. A la izquierda se encuentra parqueo, y a pocos metros, una casa amarilla donde se puede alquilar un kayak por 5 dólares. Con esto, está listo para aventurarse.
Más allá de la piscina y ‘parque acuático’ municipal, se llega a la orilla del río, un paraíso natural en medio del manglar. El mejor momento para experimentar Puerto Hondo en toda su dimensión es temprano en la mañana. A otras horas, el lugar se convierte en un balneario popular, lo cual también es agradable, con la alegría de los niños lanzándose al agua y familias bregando con los remos.
Recomendamos navegar en kayak (o contratar a un remero local), para descubrir los brazos de agua que se forman del Estero Salado, navegando junto a Garzas Cocoi, Estriadas, Azules y Tricolores, varias especies de garcillas blancas, espectaculares Espátulas rosadas, el elegante ibis blanco, y con suerte, durante marea baja, aves playeras y limícolas que se multiplican por cientos. Mantenga los ojos bien abiertos en procura del atractivo Rascón Cuellirrojo.
El Estero Salado es un laberinto fascinante que llega, incluso, al meollo urbano de Guayaquil, donde las autoridades han creado el fabuloso Parque Lineal y Malecón del Salado, uno de nuestros lugares predilectos de la ciudad, del que en nuevas ediciones visitaremos con más detenimiento.
El estero y su universo fluvial es muy importante para comprender las proporciones naturales de la ciudad, y su desarrollo como punto de turismo ha sido un gran acierto.
Santay: La otra cara de Guayaquil
Guayaquileños siempre han mirado a la Isla Santay como parte del paisaje. Hay, de hecho, un efecto de espejo que parece mirar de vuelta a la ciudad con sus ojos verde profundos. Un jardín secreto al que pocos se han aventurado, Santay es en gran parte un lugar desconocido y por descubrir.
A sólo 800 metros, cruzando el río, de los grandes edificios, bancos, malecones, avenidas, calles, semáforos, autos, gente y vida de la ciudad animada, los bosques de la isla Santay destellan otra existencia llena de aves, iguanas, ocelotes, boas, caimanes, manglares ocultos, cañaverales, naturaleza en toda abundancia.
Decidimos hacer del paseo una aventura embarcándonos en los muelles del Mercado Caraguay. Después de una deliciosa taza de café de «esencia» (uno de los mejores concentrados que hemos probado en el país), nos subimos a una canoa a motor, de aquellas barcazas legendarias, y pedimos ser llevados a la otra orilla. Las principales rutas de turismo salen del remilgado muelle del Malecón 2000; también está el nuevo puente peatonal, auspiciada por el gobierno, que ofrecerá la novedosa experiencia de caminar sobre el increíble río Guayas.
Mientras navegamos, es temprano en la mañana, escuchamos una tropa de loros Amazona que vuelan en dirección contraria hacia la ciudad desde sus colonias en Santay. Estarán desayunando en Cerro Blanco en un puñado de minutos. La isla está considerada como una Área Importante de Aves en Ecuador (categoría del BirdLife International), con alrededor de 150 especies de aves, incluyendo el localmente vulnerable Rascón Manglero (que podría ser considerada una especie endémica separada) y el Perico Rojo-enmascarado, así como de un saludable total de cinco especies de manglar.
Una vez en la isla, visitamos el pueblo ecológico y navegamos a través de los bosques de manglares donde posan las garzas en sigilo. Caminatas hacia el interior nos llevan a matorrales caducifolios y arboledas secundarias donde picotean pájaros carpinteros y ardillas guayaquileñas cruzan el camino.
Viaje de vuelta
Tuvimos la suerte de visitar Isla Santay de una manera no tan común, y nuestro lanchero nos ofreció un viaje maravilloso de vuelta hasta Puerto Santa Ana, donde desembocan los ríos Babahoyo y Daule en el Gran Guayas. Dejamos las selvas atrás y nos fuimos acercando a los enormes rascacielos, pasando por Cerro Santa Ana, devolviendo saludos a la gente que nos veía desde sus clásicas persianas de madera. Detuvimos el motor para flotar con los lechuguinos, le devolvimos más saludos a los paseantes del Malecón, sentimos la brisa golpearnos en la cara, estábamos extasiados de ser arrastrados por la arteria café-con-leche del puerto principal de nuestro país.
Fotografías: Jorge Vinueza