Acogiste en tus seno,
Al transeúnte cansado
Que a tus playas llegó
Tierra gentil,
Con alma de canción,
Tierra de sol,
Esmeraldas, tierra tropical
Bella perla a la orilla de un mar…
Arrullador…
Del bolero “Esmeraldas” de Gelio Ortiz Urriola
Esmeraldas amanece en sus muchos mundos, con sus muchos soles, como un planeta que descansa en la encrucijada de las culturas que la han forjado en medio de insondables selvas y un mar océano interminable. Entre silencios de río y bullaranga de ciudad, batahola de rompientes y una costa brava y salvaje, se gesta el contrapunto cómplice de una belleza inhóspita. Se trata de una de las provincias más diversas no sólo del Ecuador, sino del mundo. Su fauna, su flora inmensurable, en el corazón del Chocó… sus grupos humanos, un encuentro inesperado de la Historia…
Hemisferio selva
La cordillera litoral de Esmeraldas en Punta Galera, mirador que revela la frontera entre mar y selva tan característica de la provincia. Foto: Jorge Vinueza.
Las orillas de sus verdes playas, los frondosos filos de sus mares, un planeta sin tierra, donde ésta está sepultada en mangle, inundada en bosque, olvidada por las aves y el arrullo de los antepasados. Un mundo cuyas venas son prodigiosos ríos que parecen nacer de un corazón de coco.
Esmeraldas es hogar de tres nacionalidades indígenas (awá, épera y chachi), cada cual con su propio idioma, incomunicados en sus islas de manglar. Esmeraldas es también hogar de la cultura negra y parte ineludible de su realidad es la llegada de africanos que se internaron en las marañas de la selva para crear, de este pedazo de continente, un amparo frente a la infamia de la esclavitud.
“Llueve agua… agua que corriendo va,” cantan hoy, selva adentro. Una marca ineludible, impuesta por la historia –aquella “calimba” que encadena la mente de toda su raza– pesa sobre sus espaldas. Pero Esmeraldas tiene con qué ser el dulce hogar de quienes, a pesar de una historia que sólo se lee a partir del yugo, se resisten como el agua a los estigmas y buscan rememorar la gloria de su anterior legado… Acá, el agua corre sin que nadie pueda atraparla. Nuestros negros son el viaje hacia nuestra propia libertad. Sólo asimilando su lucha, podremos ser libres en mente y alma, y esa es una gracia única que ellos nos ofrecen a todos los ecuatorianos.
El mestizo esmeraldeño, por su lado, es ejemplo de este aprendizaje. Partido por dentro, sus partes son diestras y diáfanas. Se escabulle por entre los tótems de estirpes ancestrales. Su simpatía es la de aquel que, cada día, acepta su condición humana por sobre cualquier raza, a sabiendas que vive a las espaldas del mundo, en medio de la nada, en esta provincia olvidada, donde una indomable naturaleza se lo lleva todo.
¿De quién está hecha esta selva? Del awá, que oculta su alquimia en sus ríos pedregosos. Del chachi, que teje colchones de sus hojas. Del épera, que se viste de damagua, la corteza de árbol que da vida al mundo. Del negro, que baila al son del río, que le sopla ritmo a la brisa. De la esmeralda, que le da color a su provincia y alma a su amo y señor, el esmeraldeño de corazón…
Hemisferio mar
Atardecer sobre Mompiche. Foto: Jorge Vinueza.
Todo lo demás… un horizonte sin final. ¿De qué está hecho ese infinito? Del río que lo alimenta. Del pez que lo sacude. Del hombre que lo pesca. Del pescador que lo venera. Del dios que lo respeta. Adosado a un costal de camarones, la canoa se mece incierta. Canoa resbalosa la que tiende a ladearse cuando menos se lo espera. Esmeraldas se hunde y se refresca en sus olas. Viaja a sus límites y se pierde en su océano. Las palmeras dibujan su sombra en su orilla. Y el coco vuelve a caer, como primera, y última, tentación. Es el culpable, el afrodisíaco que te enamora de esta tierra caliente y te llama a que siempre quieras regresar.
Esmeraldas vive libre. La naturaleza la hizo indomable… y en su abandono, en el celo de quienes no la pueden retener, en el deseo de quienes quieren que a Esmeraldas la olviden, ella sigue libre. Viva y rozagante, espera sólo a quién quiera dejarse llevar.