¿Quien podría otorgar este premio a “la playa más bonita”? ¿El espejo de la reina? ¿El surfista empedernido? ¿La guía del varón? ¿La revista Ñan? Davo, claro, diría que la playa más bonita sí es la suya. Pero es, sin embargo, crítico de ella: “A veces hay mucha gente y la ensucian”. Su mirada jovial y sonrisa eterna no van con las palabras. Pero es, sin embargo, una crítica.
He caminado todo el largo y ancho de la playa durante tres días y es muy probablemente el pueblo playero, con kioscos de bambú y mucha gente el fin de semana, más limpio de los que he visto. Y he visto muchos de estos pueblos y muchas de estas playas, desde sitios retirados como Playa Rosada, que ya no es tan limpia como era, hasta los Frailes. Claro, los Frailes es un lugar protegido, un lugar que no tiene actividad turística pasadas las 4 pm. Este sitio, Santa Marianita, recibe a cientos de personas cada fin de semana.
Es un pueblo cuyas casas se han multiplicado en los últimos cuatro años por cinco, o hasta por diez. “Hay más de quince casas construyéndose en este mismo instante,” revela Judith Fausten. Ella es canadiense, mujer de Peter, un alemán que creció en Canadá y cuyo padre murió en la Batalla de San Petersburgo (larga historia). Arrienda departamentos en su pequeño complejo con piscina. No hay duda que si quieres comodidad, deberías llamarlo, aunque hay una buena media docena de lugares de hospedaje en el pueblo. Para una experiencia en naturaleza, otro bonito (y romántico) lugar es Pacoche Lodge.
Davo (David Hidalgo) por su parte, está ansioso de levantar sus propias cabañas de estadía. Es dueño de uno de los puntos y empresas más nombrados de esta playa: Ocean Freaks. Hace más de quince años, cuando era tan solo un adolescente, empezó su sueño, uno que hoy en día está en plena etapa de expansión: volver a Santa Marianita la capital del kiteboarding.
A contados kilómetros del bosque de Pacoche y a solo veinte minutos de la hoy por hoy megaciudad de Manta, Santa Marianita es un paréntesis de la costanera, no sólo por ser un pueblo escondido detrás de las colinas que bordean la carretera principal sino por su ensenada de vientos sublimes. Es la única con vientos tan sublimes en Sudamérica. Sublimes sobre todo para el kiteboarding.
Qué hacer en Santa Marianita?
Santa Marianita es una linda playa en pleno proceso de expansión. Puedes hacer muchas cosas:
– Aprender a hacer kiteboarding con Ocean Freaks o Humboldt Kites (3-5 días de formación)
– Practicar otros deportes de mar como paddle-boarding o surf.
– Visitar playa La Tiñosa con marea media.
– Caminar el Bosque de Pacoche (donde el atractivo es la observación de monos aulladores)
– Explorar los pueblos cercanos de Las Piñas, San Lorenzo o Ligüiqui
– Comer rico: buenas pizzas en Ecua-blue y deliciosa comida manabita en Ocean Freaks.
Sigue el canal de OceanFreaks en Instagram y Facebook. Organizan eventos, salidas especiales y tours (incluso de buceo).
Para alguien como yo, que nunca ha realizado kiteboarding en mi vida, y que quizás nunca lo haga—aunque Davo insiste que no me tomaría más de tres días aprender a hacerlo—la actividad ofrece a este pequeño pueblo playero un lienzo de proporciones hipnotizantes.
Las cometas se convierten en una constelación que anima con su movimiento el cielo con sus intensos colores, guindando del azul profundo de una de las playas más soleadas del país. Especialmente cuando subimos a comer en el restaurante de Ocean Freaks, donde Eda, la madre choneña de Davo —con décadas de experiencia en restaurantes y una sazón manabita endemoniada (el tipo de demonio que te hace adicto)— prepara desde viches mixtos hasta un pulpo al ajillo al término perfecto.
La vista hacia el horizonte se cuela al fondo de las pupilas como un bálsamo de tranquilidad. Uno puede mirarlo durante horas. Mientras los deportistas forcejean con el viento y las olas y sus cometas y sus arneses, lucen como los seres más libres del universo.
En época de ballenas —como ahora, ya hemos visto algunas cabeceando sobre las olas y despidiendo sus característicos chorros de aire y agua—los kiteboardistas pueden acercarse a solo metros de distancia de ellas. Sólo por eso quizás vale la pena los tres días de aprendizaje. Luego de comer, y sabemos que está bajando la marea, caminamos una veintena de minutos hasta la playa norte: un verdadero paraíso. La llaman “La Tiñosa” —tiene sus rocas escultóricas que le añaden dramatismo—pero es un sueño turquesa bajo el sol de la tarde y la marea calma, un lugar para buscar la soledad y el aliento del mar.
A la vuelta, en Ecua-blue (de otro canadiense, porque los canadienses han hecho de Santa Marianita su playa más bonita) pedimos una pizza. Realmente sorprende lo rica que es (el secreto, nos cuenta el mesero, está en la levadura que importan desde Canadá).
Mañana es lunes, en todo caso. Eso quiere decir que tendré al pueblo para mí solito, con un hato de muchachos del kiteboard que no se perderán ni un solo momento de viento para salir al agua, ofreciéndome su espectáculo mientras me tomo una cerveza fría con un ceviche (Eda abre todos los días). Todo volverá a la paz original de esta playa que, cuando reflejé sus aguas contra el cielo, dirá orgullosa, sí, soy yo.