Besos y baile en las calles de Nueva Orleans, locura enmascarada en Venecia, mujeres desnudas en Río de Janeiro… en Quito, este desmadre subversivo llamado Carnaval se reduce a lanzar agua a los transeúntes (¡su versión más salvaje, ya lejana, obligaba a las autoridades a dejar a la ciudad sin suministro de agua!), en son de catarsis que precede al sacrificio de la cuaresma, los 40 días de ayuno que se impusiera Cristo antes de su muerte. Con ello, se ha dado inicio, durante siglos, a la época litúrgica más importante de la tradición católica de Quito, aquella que llega (cada año sin falta) a su apogeo durante la Semana Santa o Semana Mayor.
Todo inicia el llamado Miércoles de Ceniza, fecha que rememora la costumbre de los antiguos judíos de cubrirse de ceniza como sacrificio y proceso de regeneración. La interpretación bíblica del Nuevo Testamento conlleva la idea de que toda materia se reduce a nada. Uno siempre puede volver a lo que fue alguna vez. Renovarse es posible. El perdón es eterno, porque a través del sacrificio, todo vuelve a su original inocencia…
… y en polvo te convertirás.
En el centro de Quito es aún común ver a las personas con sus frentes manchadas de ceniza durante este día. Se queman los tallos secos conservados desde el Domingo de Ramos (aquel alegre inicio de las festividades de Semana Santa) del año anterior y es esta ceniza la que se renueva en la frente de los creyentes.
Aún recordamos de esta época costumbres que han empezado a esfumarse con el tiempo, como las prohibiciones terminantes de salir a fiestas los fines de semana de cuaresma; o las radios que desempolvaban sus colecciones de música clásica (y los canales de televisión, sus tele-filmes religiosos). Encima de todo, estaba, por supuesto, no comer carne los viernes. Esta costumbre en particular es curiosa y proviene del mismo carnevale (el ‘fuera carne’ de los romanos), que entre otras cosas, rememora la tradición antigua de consumir todos los productos perecibles posibles (carnes, lácteos, etc.) antes del ayuno cuaresmal, época de reflexión, interiorización y abstinencia de todo, siendo la carne símbolo de lo material, contrario del polvo, que es alegoría de la redención espiritual.
Hay quienes dicen de la época de carnaval, con cierta dosis de irreverencia, que ‘de algo hay que arrepentirse’. Ello, claro, va más allá de la comida. En muchos lugares del mundo católico, el ‘desenfreno’ carnavalesco se ha intensificado a varios días de descontrol, en desfiles y fiestas callejeras nocturnas, mientras que el sacrificio y penitencia del ayuno han desaparecido por completo del hábito popular. Pero estas fiestas explosivas –hasta impúdicas– celebradas a través del mundo, son irónicamente muy poco aprovechadas en la laica, mestiza e indígena ciudad de Quito. Uno pensaría que la expresión carnavalesca habría calado un poco más hondo en una sociedad en sí diversa y sincrética, pero a más de escapar a la playa en el feriado y mojarse los unos a los otros con baldes de agua (costumbre que también se remonta a la vieja España), los quiteños muestran poco interés en expresar su irreverencia. Más bien, es esta la época en que la ciudad empieza a recogerse en cofradías y grupos de voluntarios católicos, con la mira fija en la Semana Santa. Pues es la Semana Santa, y no los carnavales, lo que identifica a Quito.
Las liturgias (en especial la procesión de Viernes Santo) son el momento cumbre del arrepentimiento, la glorificación de la penitencia. Pocos son los lugares en el mundo actual en que se celebra con tanta vehemencia un luto (por la muerte de Jesús), basando el festejo en conceptos tan graves como la culpa, la ortodoxia, la liturgia religiosa. Esta semana tan importante para el quiteño (y que va incrementando en dimensión) evidencia una extraña encrucijada cultural, donde el entramado fúnebre del rito se enfrenta a una especie de libación en plena calle, de representaciones exageradas, contraponiendo también ideales anticuados sobre el contexto cosmopolita del Quito actual. La Semana Santa, quién lo duda, es todo menos sexo, drogas y rock n’ roll. Pero su esencia es fe popular, el pueblo que, en el fondo, sale a las calles a celebrar vida. Es por esto que tantos participan, demostrando una devoción extralimitada. Y es esto lo que muchos vienen a presenciar con maravilla, en plena modernidad.