Los «Colorados» le dieron nombre a la ciudad de Santo Domingo, pero hemos dignado su verdadero nombre étnico de ‘Tsáchilas’. Adoran la fruta del achiote, celebran ceremonias en un aposento subterráneo y tienen un árbol especial para abrazar.
Supe por primera vez de la comunidad tsáchila cuando planificaba un viaje de investigación a Santo Domingo, la cuarta ciudad más grande del país. Una búsqueda rápida en Internet reveló imágenes de personas con vestimentas coloridas, hombres con faldas a rayas blancas y negras, chalecos con estampados de jaguar y cabello rojo brillante peinado hacia adelante en una punta. Las mujeres llevaban faldas multicolores, blusas con lentejuelas y cintas en el pelo. Cuerpos y caras pintarrajeadas, el cuello ensartado de cuentas. “¡Estos tsáchilas, me dije, sí que tienen estilo!”

Me prometí visitarlos, aunque me llevó tiempo ubicar un lugar que ofreciera una experiencia preparada para recibir visitas. Luego de un viaje en autobús de varias horas y un recorrido en moto-taxi, en medio de tubos de escape y la cacofonía de motores calentándose al son del tráfico de la “cuarta ciudad más grande del Ecuador”, todo lo que podía pensar era: ¿cómo es posible que exista una nacionalidad indígena en ‘estado natural’ tan cerca de una selva de concreto como ésta?
Luego de un viaje demasiado contaminado como para querer describirlo aquí, hicimos camino hacia zonas más naturales y nos detuvimos frente a las cabañas de madera con techos de paja del Centro Cultural Mushily. Un hombre (muy sonriente) salió a saludarme, su cabello escarlata intenso, modelado como un casco romano al revés, su pecho desnudo rayado con pintura negra y decorado con un gran collar de cuentas de madera. Sus brazos, piernas y cara también lucían rayas. Una faja roja remataba la falda blanquinegra y estaba descalzo. La imagen me pareció la de un antiguo guerrero. Pero después de una visita de una hora, caminando por senderos fangosos y jardines bien cuidados, el señor me contó la historia de los tsáchilas y me di cuenta, este no era un pueblo guerrero. Esto era, más bien, paz y amor.

En 1660, los tsáchilas vivían en San Miguel de los Bancos, cuando sufrieron una epidemia mortal de viruela y fiebre amarilla. Con la muerte de su gente, los shamanes realizaron una ceremonia de ayahuasca de tres días para pedir guía y salvación. Durante la ceremonia, los chamanes (conocidos como ponés en la lengua nativa tsafiki) recibieron visiones de recuperación al pintarse los cuerpos con pintura negra y roja. Cuando fueron a buscar estos tintes en el bosque, alguno pisó una fruta de achiote y descubrió la pasta roja de su interior. Siguiendo las instrucciones de su visión, los tsáchilas cubrieron su piel con la sustancia y fueron sanados. Para asegurarse de que todos los rastros de la enfermedad habían desaparecido, los hombres se cortaron el cabello (que era largo) y, en homenaje a la medicina que les había salvado la vida, comenzaron a colorearse la cabellera con la pasta del achiote, peinándose en forma de la fruta. Para los tsáchilas, el achiote representa la vida. Por su parte, la pintura corporal negra la hallaron en otra fruta, el mali, que aplican en rayas para honrar a las personas que perdieron la vida durante la epidemia y para protegerse contra la mala energía. Para simbolizar el conocimiento de los ponés, los hombres visten también una rosquilla de algodón que posan sobre su cabello rojo.

Siete familias se mudaron de San Miguel de los Bancos a la ubicación actual y la ciudad más cercana recibió el nombre con el que se les denominaba a los tsáchilas coloquialmente: Santo Domingo de Los Colorados. Ahora hay siete comunidades Tsáchilas viviendo en la zona y muchas aún mantienen su estilo de vida ancestral. En otros aspectos, la vida ha cambiado con la llegada de la modernidad. La educación es bilingüe, en español y tsafiki. La comida típica es el maito, muy parecido al plato tradicional amazónico. Aún utilizan sus faldas ancestrales: blanquinegras para los hombres, en honor a la altamente venenosa serpiente equis; los colores del arcoíris en las mujeres. Con la expansión del catolicismo, las mujeres comenzaron a usar blusas con lentejuelas en lugar de estar desnudas de la cintura para arriba.
Son conocidos por ser hábiles tejedores e históricamente se ganaban la vida haciendo ropa tejida con algodón nativo. Hoy en día, mientras todavía hacen sus faldas tradicionales, la industria moderna ha hecho que su tejido a mano sea obsoleto. La mayoría de los arbustos de algodón fueron desbrozados y los tsáchilas viven principalmente de la agricultura, cultivando yuca, plátano, caña de azúcar, piña y cítricos. Algunas aldeas se han embarcado en proyectos de turismo comunitario, que no solo proporciona una fuente de ingresos sino que también ayuda a preservar su estilo de vida. Mi moto taxi me había llevado a la más organizadas de éstas, Chigüilpe, hogar del Centro Cultural Mushily.
Curación ancestral y el abrazo del árbol
La primera parada del recorrido: una cabaña utilizada para baños medicinales de vapor, los cuales son presididos por los propios ponés. Es un agujero en el suelo y en su interior, fuego de leña que calienta una bandeja de agua. Antes de preparar el baño curativo, el poné ofrece su diagnóstico. Pasa una vela sobre el cuerpo del paciente y observa la llama. Prescribe plantas medicinales que recoge del bosque circundante. La mitad de las hojas se hierven en la sartén —una infusión— que el paciente debe beber. El resto de hojas se colocan en el agujero junto a rocas calentadas por el fuego, las que se salpican con agua para crear vapor. El paciente se sienta sobre el agujero con una manta para absorber las bondades de las piedras.
Luego de esta experiencia, salimos hasta un ceibo que los tsáchilas utilizan “para abrazar”. Según sus conocimientos, esta especie en particular absorbe energías negativas. Mi guía señaló las espinas que cubren la parte superior del tronco, explicando que la parte inferior es lisa y permite que la podamos abrazar. Cuando el ceibo ya no puede recibir más energía negativa, se cura soltando sus hojas. A juzgar del ambiente pacífico del lugar, supuse que había alguna verdad en esta “terapia”. Cerré los ojos y rodeé al árbol con mis brazos.
Quizás lo más destacado de esa primera visita fue la cámara ceremonial subterránea, el “dominio” del poné, al que se ingresa a través de un túnel. Desde afuera solo se puede evidenciar el techo de paja en el suelo. Los tsáchilas creen que las paredes de tierra permiten una mayor conexión con la naturaleza y este espacio, iluminado con velas, desprende una energía especial. Dentro del santuario, me sentí despierta. Al mismo tiempo, profundamente tranquila. Se me ocurrió que las paredes habían absorbido las innumerables curaciones que han ocurrido en el lugar.

Mi guía me explicó que el poné usa la energía de las rocas, los árboles, los ríos y las cascadas para curar a los pacientes durante rituales de ayahuasca, sesiones de limpieza energética o baños florales. Durante los rituales, se cantan canciones sagradas, acompañadas de instrumentos tradicionales. Me ofrecieron una demostración a uso de su palo de lluvia. Todos los pelos de mis brazos se pusieron de punta. ¿Cómo podría haber caído, de las calles caóticas de la informe ciudad de Santo Domingo, en esta experiencia de otro mundo?
Me sentí doblemente conmovida cuando mi guía me llevó a un mirador con vista al río. Me explicó que, a medida que la ciudad invade a la naturaleza, el agua se ha contaminado tanto que los tsáchilas ya no pueden beber, bañarse, pescar ni lavar su ropa en él. Esto es trágico teniendo en cuenta que su alimento principal es el pescado. Deben caminar durante horas —o viajar en una poco ecológica motocicleta— para pescar en agua limpia, lo que cada vez es más difícil de encontrar.

Para finalizar, pudimos conocer su marimba, instrumento musical que curiosamente aparece también en las comunidades afro-ecuatorianas. Se dice que el hermoso sonido que crea emula los ríos y arroyos y la forma en que el agua golpea sus piedras.
Un regreso obligado
La experiencia fue tan intensa que no podía no regresar. Esta vez, embauqué a mi hermana en la aventura. Queríamos probar el “baño floral”; además, ella había reservado una ceremonia de ayahuasca. No había más partidarios esa noche y me dejaron ser testigo del ritual… una experiencia inolvidable.
El evento estuvo presidido por el jefe poné de la comunidad de Chigüilpe, Abraham Calazacón, quien, con sus dos asistentes, creó todo un espectáculo armónico de fuego, música y canto. Después de la ceremonia, mi hermana me dijo que la curación fue muy profunda. La ayahuasca es, de por sí, un fuerte purgante, pero ella permaneció completamente lúcida en todo momento. Era, en sus palabras, «ayahuasca lite». A medianoche ya dormía profundamente.
La mañana siguiente, nos levantamos a las 6 de la mañana, nos colocamos nuestros trajes de baño, listas para el baño floral. Tuve visiones de una bañera de latón en aquella cámara subterránea, sumergida hasta el cuello en agua humeante y pétalos de flores, rodeada de los hermosos sonidos de la música tsáchila.
Uno de los asistentes de Abraham nos condujo por el sendero. Tiritábamos en la niebla. Nunca llegamos al gran aposento, sino a una pequeña choza. Me indicó un taburete donde sentarme. Sacó un cubo de agua con hojas, del cual emanaba un fuerte olor a ajo. ¿Qué es esto? Antes de que pudiera preguntárselo, el agua fría cayó sobre mi espalda. Jadeando y en shock, mi hermana se echó a reír. «Ahora te toca a ti», le dije a regañadientes.
Después de agradecer a Abraham por su hospitalidad y la ceremonia personal de ayahuasca, le preguntamos sobre el baño floral. «¡Pensaba que querían la opción quita-años, es lo que todos quieren!». Sus ojos brillaban y sonreía.
Información
El Centro Turístico Mushily se encuentra en el km. 7 vía a Quevedo, Comuna Chigüilpe. Abre todos los días de 8 am a 6 pm.
Ceremonias de ayahuasca se llevan a cabo viernes, sábados y domingos a las 7 pm ($ 25 con desayuno incluido) con alojamiento en cabañas o camping (traer carpa). Las ceremonias se reservan al menos con un día de anticipación.
Cómo llegar
En taxi desde Santo Domingo ($10) o autobús Ejecutrans desde exteriores de la terminal terrestre de Santo Domingo vía a Quevedo. Pide bajarte pasando el km. 7 en la comuna Chiguilpe desde donde una moto taxi puede llevarte el resto del camino.
Contacto
+(593 9) 80 20 4868 / +(593 9) 93 87 5463
Facebook: CentroTuristicoMushily