Eloy Alfaro: Por las vías de la revolución

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Eloy Alfaro es una gaveta de la memoria nacional que algunos preferirían mantener cerrada. Su espectro incomoda dado el caos que sembró a través del país, y desde muy joven: 22 años, cuando secuestró al gobernador de Manabí con un grupo de campesinos armados. Es gracias, sin embargo, a quienes vuelven a entender su legado e historia, que empezamos a revelar a una de las figuras más influyentes de la historia ecuatoriana.

Según nos cuenta Tatiana Hidrovo, historiadora y presidenta del Centro Cívico Ciudad Alfaro, el niño terrible, el quinto de Juan y María Natividad, ya llevaba, según sus mismos padres, el sino de “la vida alborotada”. Juan, exportador de profesión, lo llevaba consigo en los viajes que podía. Era al único hijo a quien llevaba, vigilante siempre de su naturaleza intempestiva. Si bien intentó reprimirlo, o si, gracias a sus propios ideales liberales, le dio alas para seguir haciendo de las suyas, lo que perdura es el paso cataclísmico de Eloy a través de la historia social y política del país. No hay líder que remeciera más los cimientos de esta república. Esto los ecuatorianos lo saben bien y lo conmemoran en calles, instituciones, organizaciones, plazas y parques.

Algo central en la historia de Alfaro es su lugar de nacimiento: Montecristi, Manabí. Remontarnos a lo que representaba dicho entorno es empezar a entender algunos aspectos de su vida, y cómo, en Alfaro, se enraizó la vena liberal. La civilización precolombina de la zona ya reflejaba una libertad de movimiento desde su dominio naviero sin precedentes. La historiadora Carmen Dueñas de Anhalzer recalca, incluso, que “libre de incas, con escasa presencia de la iglesia, sin mitas, sin obrajes, Manabí se sustentaba sola a través de los siglos. Era un lugar que siempre reflejó su propio sentimiento de autonomía”. La tradición de tejer la palma nativa Carludovica palmata “hasta la seda”, tan importante para la economía manabita, habría sido una técnica alcanzada previa la llegada de los españoles. En el siglo XVIII se empezaron a manufacturar los clásicos sombreros de ala y copa que conocemos hoy y con ellos, Manabí extendió su sostenibilidad como región, pues, como lo explica Tatiana Hidrovo, “la producción a gran escala de los sombreros, para proteger del sol a jornaleros en haciendas a través de la colonia, hizo que se compraran grandes cantidades. Por siglos fue uno de los productos de exportación más importantes del actual territorio ecuatoriano, hizo que Manabí se insertara en el mercado internacional.”

Junto con el cacao, los sombreros crearon en el Manabí republicano un grupo social pudiente, en el cual se insertó la familia Alfaro, llegando a instalar una tienda en Panamá.

La guerra entre un creciente grupo de poder manabita y un grupo de radicales campesinos, azuzados y luego comandados por el propio Eloy Alfaro, no se hizo esperar. Gente sencilla y libérrima, afianzada en su cultura montuvia, que andaba a caballo; que manejaba armas, entre ellas, el temerario machete; y que mostraba su carácter rebelde y agresivo, se organizó, atemorizando al país bajo el apelativo de “montoneros”. Sin reducir su enfoque hacia los potentados locales, Eloy Alfaro miró más allá, posicionándose ideológicamente frente al status quo de los gobiernos conservadores que lo identificaban, siendo el presidente Gabriel García Moreno uno de sus exponentes y más grandes enemigos.

Sorprende, sin duda, que su acta de defunción dictamine que “lo mató el pueblo”, cuando la lucha de Eloy Alfaro fue siempre una lucha popular. Para abundar en la ironía, cuesta entender por qué alguien de una familia acomodada como la suya entregaría toda su fortuna a una utopía de libertad e igualdad social. Alfaro fue desterrado muchas veces. Cayó cargado de grillos otras tantas. Célebre fue su derrota frente a las tropas del presidente Caamaño, cuando por no rendirse, hundió su propia embarcación y escapó flotando, se dice, sobre un barril. Y forzado al exilio en Panamá, cayó en la ruina, habiendo gastado todo el capital acumulado durante su temprana adultez a través de la venta de sombreros de paja toquilla, para financiar, durante años, sus actividades insurgentes. Aún así, épicamente, y haciendo gala de su seudónimo de “Viejo Luchador”, Alfaro alcanzó tumbar las puertas de la historia ecuatoriana, trayendo el siglo nuevo consigo y conduciendo a todo un pueblo hacia el viaje sin vuelta del liberalismo. Esto se traduciría, bajo su breve presidencia, en la repartición de tierras más importante de la historia, la introducción del laicismo en la educación, la construcción del tren que unió por siempre a la costa con los Andes, importantísimas políticas de inclusión para la mujer, la necesaria separación del estado y la iglesia y la libertad de culto, definiendo así un futuro para su Patria Grande, en aquellas complejas épocas de transición. Hoy, sentimos su profunda influencia en nuestra existencia moderna, laica y democrática.

LAS MONTONERAS

Mujeres liberales, bajo la sombra de los montoneros

Eloy Alfaro hizo mucho por la mujer, siendo el primer gobernante en crear colegios para mujeres, y permitiendo que las mujeres cumplieran cargos públicos. No obstante, poco se ha dicho sobre su lucha liberal para alcanzar dichas metas sociales. Ejemplo decidor es el registro de la muerte del montonero José Litardo, a quien se persiguió con vehemencia hasta finalmente abatirlo junto a una tal Inés Lucía, a quien ni siquiera se le da un apellido en la historiografía del país.

Locomotora a vapor de placa número 7, exhibida en las afueras de Ciudad Alfaro.

Las mujeres liberales cumplieron papeles tan variados como estar en la línea de fuego o entrar en diatribas políticas con autoridades. Y no estaban simplemente jugándose la vida por enamoradas; eran liberales convencidas, como Sofía Moreira de Sabando, dueña de una tienda rentable en la época que, en vez de renegar de la política por salvaguardar su negocio, resistió hasta quedar sin nada. O la coronela Filomena Chávez, de quien se tienen fotos con uniforme; y la propia Isabel Muentes, implicada en la primera montonera de 1864. Cuentan que manejaba el arma con destreza – a su esposo lo fusilarían en una plaza – y que Alfaro la estimaba como valiente camarada de batalla. ¿Cuántas habrán pasado inadvertidas?

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