El jefe y el mar

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Por: Bernarda Carranza | Fotos: Jorge Vinueza G.

“Me desconozco en los peñascos

y en las olas.

Yo me espío los huesos y la sangre

Y me transitan sales desbocadas

Y el corazón, en caracol, me silba

Desde el fondo del alma.

Aquí tengo tu rostro, raudo viento.

Aquí te abrazo, pescador del alba.

Aquí te siento inmensamente lejos,

Marinero de yodo y de distancia.”

“Poema para el mar y sus cosas” (en Jolgorio),

Antonio Preciado

“El mar es todo…es nuestra empresa y es nuestra vida” dice Yuvani Mero, sentado en una silla al frente de un escritorio en el puerto pesquero. Estos días ha cambiado el mar por el oficio en tierra, pero las historias y la nostalgia de la navegación solitaria siguen intactas.

Son las 4 de la mañana, los tonos crepusculares pintan el ambiente y las olas acarician la arena. En la orilla de la playa ya se escucha vida y los primeros botes pesqueros salen con furia al mar. Troncos de árboles se colocan debajo de las lanchas “parqueadas” en la arena para que puedan deslizarse con facilidad hasta llegar a la orilla y poder arrancar. Los pescadores desembrollan sus “trasmayos” (redes) y preparan cañas, guantes, carnadas y hielo para iniciar la faena del día. Los primeros rayos del sol se reflejan en el océano y en el horizonte ya se ven las primeras siluetas.

Traicionera, ingrata, hermosa pero cruel, son las palabras que describen “la mar”.

Porque quienes la han navegado saben que su género es femenino. Que ella es fuerte y empedernida. No es fácil ser pescador, repiten entonces, liberando un suspiro. Tienen recuerdos de piratas que han saqueado sus botes; recuerdos del miedo de perderse en sus profundidades; de aparecer en Panamá, en ignotos naufragios, como sus amigos; recuerdos de la lucha constante con el intermediario que, a cambio de monedas, acapara sus pescados, porque sin la venta no tendrán dinero para pagar el motor o herramientas. Y pese a todo, no se imaginan una vida sin la mar. Entre dientes parecen repetir la frase de Hemingway: “tal vez yo no debería ser pescador, pero para eso he nacido.”

Yuvani sonríe cuando cuenta las historias que sólo pescadores conocen. El canto de las sirenas que dejan hipnotizado a cualquiera; luces cenitales inexplicadas y enceguecedoras que aparecen de la nada para alumbrar la noche cuando ni siquiera una luna se atreve a salir. Él las ha vivido y ha visto todas.

Él sabe leer el mar. Aunque sea impredecible, con un palo que refleje el sol, nos dice con orgullo, se puede orientar…

Vemos a los pescadores ya en la orilla, descansando en la hamaca, saciando sedes y penas, jugando cartas con la camiseta doblada hasta el pecho. Sin sospechar siquiera que esas manos son ásperas tras años de cortes; que ahora muestran con orgullo su cuerpo bronceado porque tienen una sombra y un sol del cual disfrutar, a diferencia del océano abierto, donde el sol pega directo y tajante y no hay dónde hallar cubierta. Por las noches, allá lejos, el frío se apodera del alma. Y, sin embargo, llevan sonrisas en la cara. Con un aire hombruno, se acomodan sobre sus botes. Todos llevan nombres: “Yo soy mi jefe”, “El Capitán”, dicen los más viriles; “2 Hermanos”, “Dios me salve”, “Yuliana y Jessica”, dicen otros que aluden a la familia o a su fe.

A las 5 de la tarde, la escena del alba se repite, los troncos facilitan la salida de las lanchas, y una vez más salen al mar a repetir su labor… Las palabras de Yuvani resuenan: “el mar es todo”.

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