Cada quien tiene sus propios cucos. Hay quienes se nieguan a verlos, pero así lo dicta nuestro folclor. Algunos les tienen miedo, otros dicen que es mejor no hablar de ciertas cosas. Sin embargo, estos representan mucho más de lo que dicta su mala fama. Los hay bailarines, inocentes, burlones y hasta bondadosos. No se deje engañar por las apariencias, más bien acérqueseles sin temor, no vaya a ser que ese sea su próximo disfraz para el baile.

Alberto Ávila se considera un imaginero. Lleva más de 25 años trabajando en las curiosas creaciones que trabaja a mano en su taller de la calle Rocafuerte. Es teólogo de la iglesia católica y su trabajo confirma que él no le tiene miedo a sus demonios.
Desde pequeño tuvo contacto con los seres que hoy retrata a diario. Creció entre diablos, payasos, ángeles y monstros que se le acercaban a bailar en las agitadas fiestas del barrio La Ronda que lo vio crecer. Siempre le gustó verse rodeado de tanto movimiento y fervor. Esto inspiró su arte. ‘Tuve que atender a mis raíces’, comenta, por lo que decidió dedicar su vida a seguir siendo ese niño curioso, fascinado y alegre por la vida.

Ya sea en sueños o a veces en leyendas, Alberto se encuentra frente a frente con sus caretas. Él puede verlas con claridad en su mente, pues es la única manera de poderlas representar fidedignas. Afortunadamente, dice que tiene una memoria fotográfica. Esto no quiere decir que pinta todo lo que se le ocurre, sino más bien lo que amerita el momento y su significado. ‘En ese instante, cuando uno se pone a crear, o sale el arte o sale el cuco’, afirma en su experiencia.
‘Cada careta tiene su personalidad’, explica mientras señala la infinidad de máscaras que atiborran su taller. Retira lentamente una pequeña máscara de la pared mientras pregunta ¿cuándo has visto un Cantuña con una nariz aplastada y sonriente? O, mejor aún, ¿cuándo has visto a un Cantuña indígena? Los diablos son polifacéticos, pero tienen características marcadas. Los de Alangasí, por ejemplo, son de los pocos que salen con temo de la iglesia. ‘Son verdugos esos diablos’, señala Alberto.

Además de misteriosas, algunas de sus creaciones también cuentan historias o, en ciertos casos, premoniciones. En este caso, una máscara zoomorfa con colores púrpuras y turquesas con una esmeralda en el centro de su frente y cuernos en forma de pirámides. ‘Está máscara representa el inicio de los nuevos tiempos’, relata. ‘Estamos en tiempos de transición’. Las misteriosas palabras de Alberto todavía suenan en mi cabeza.

No hay un año en el que Alberto no descuelgue una de sus máscaras para irse a bailar. Cualquier fiesta es una buena excusa para ser alguien diferente. A pesar de que algunos de sus personajes no sean bien vistos, a él le remontan a la época donde sólo ‘se disfrutaba de la vida’. Ahora, al visitar su taller, les recuerda a los visitantes que no es necesario salir todos los días para vivir de fiesta.
Visita a Alberto y su inigualable taller contactando con el hotel Mama Cuchara, ubicado a tan sólo unas casas, al final de la calle Rocafuerte.
CONTACTOS
Taller de Alberto Ávila
(+593) 991 197 795
Hotel Mama Cuchara
Vicente Rocafuerte E3-250 y Luis Chavez. Quito, Ecuador.
(+593) 2 381 3400
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Fotografías: Juan Fernando Ricaurte