El Astillero de Guayaquil: Cuna de barcos

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Texto: Ilán Greenfield

Fotografías: Jorge Vinueza

El astillero siempre ha sido un corazón espiritual de la ciudad que, a más de fabricar botes, creó mitos y leyendas.

En el astillero naval ‘Varadero Barcelona’ (calle Venezuela y la Ría), los pocos carpinteros que conservan la tradición de construir barcos lijan, cepillan, moldean, juntan poderosas vigas para formar los armatostes, cascos y cuerpos de estos prodigios flotantes.

También remiendan e impermeabilizan las enormes estructuras, casi tan grandes como los edificios cercanos, con brea para dejarlos a punto. Entre los trabajadores, tomando su merecido descanso, está Héctor Huayamave.

Huayamave es una especie de reliquia. A más de construir barcos en este símbolo de la ciudad –como lo es el legendario Astillero— es hijo de uno de los socios fundadores de Barcelona Sporting Club, el equipo ícono del fútbol guayaquileño, que nació en las calles de este emblemático barrio de migrantes.

¿Por qué migrantes? No hay que ir muy lejos. Muchas de las personas que pisaron las orillas de esta ciudad por primera vez, decidieron no aventurarse demasiado y se quedaron aquí, asentaron sus casas y por generaciones, viven cerca de los lodosos contornos del río Guayas.

Barrio de callejas calientes, de barajas en la vereda, de pláticas a la sombra de portales, aprovechando la brisa cercana del río y del mar… este es un legendario barrio de barcas y hamacas de palmera y mocora

Tradición universal y milenaria

Desde el momento en que se designó a la ciudad de Guayaquil como ciudad-astillero, en 1610, hasta la Independencia, en octubre de 1820, alrededor de 200 navíos – de entre 70 a 1000 toneladas, algunos de hasta 50 cañones – fueron construidos en los muelles y playuelas de la ría. Galeones, pataches, galeras, buques mercantiles, de carga y de guerra de la más alta calidad, fueron puestos al servicio de la Corona de España y su Real Armada. Todas provenientes de esta ciudad de Guayaquil, y de este punto de la ciudad: el Astillero.

Ello hizo que se planifique, a fines del siglo XVIII, la creación de un Astillero Real del Mar del Sur en Guayaquil (por costos y lejanía, la iniciativa fue abandonada). Los cronistas Jorge Juan y Antonio de Ulloa describen, incluso, un barco llamado “Cristo Viejo”, del cual “no había memoria de constructores de 80 años y más que lo hubieran hecho. Tenía sus maderas tan sanas como acabado de salir del astillero”.

La flotabilidad, flexibilidad, talla y durabilidad de la madera guayaquileña (entre las cuales destacan los inimitables guachapelí, guayacán y la mágica balsa) y la larga tradición precolombina de construcción naval, explican por qué Guayaquil se destacó a nivel mundial.

Aunque exista aún talleres en la actualidad, es tan sólo un recuerdo lejano de una tradición que, en su apogeo, habría sido capaz de levantar la propia Arca bíblica.

Constructor estrella

Entre los muchos trabajadores, uno en particular hizo historia. Las crónicas de tanto Alessandro Malaspina (luego de su travesía por Sudamérica en 1790), como los propios Jorge Juan y Antonio de Ulloa (luego de su visita a las colonias en 1735 con La Condamine), documentan con asombro el talento de un “maestro constructor” y “proyectista” analfabeto y afrodescendiente.

Ambos expedicionarios coincidieron en embelesarse con la historia de que este personaje fuera artífice fundamental de la producción guayaquileña de embarcaciones, que se contaba, en aquellos tiempos, como la más laureada del Pacífico, entre las mejores del mundo. ¿Fue el mismo constructor el que vieron los cronistas? Por las fechas, quizás fueron dos maestros constructores distintos, acaso parientes, o tal vez, padre e hijo.

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