El Arte y Equipos del Observador de Aves

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“Yo, por ejemplo, no soy un lister” dice Paul Greenfield, coautor del libro Las Aves del Ecuador y en el pequeño mundo del aviturismo ecuatoriano, una biblia ambulante. Un lister, en el idioma de la ornitofilia, es una persona que se interesa únicamente en las aves que sean nuevas para su “lista de vida”.

– Un precioso Colacintillo Colinegro, común en los jardines de la ciudad –

Para este tipo de aficionado empedernido, la actividad es una competencia: quién ha visto más aves… de una región, de un país o incluso del mundo. Por más bonita que sea el ave, sí es una “repetida”, el lister más intenso ni siquiera alzará sus binoculares. Y si es un ave nueva, se trasladará hasta el fin del mundo para verla.

 

Para Paul (que no lleva sino listas informales de las aves que ha visto… listas de cuyo número no quiere acordarse…), ésta es la magia del perfil del observador de aves. Puede ser quien sea. Puede resultar casi un deporte para quien lo desee —días de trayecto a la cima de una montaña en una isla perdida del océano para ver una sola especie —o lo que es para los menos ambiciosos: un momento para reconocer las aves que visitan las flores del jardín.

– Halcón Aplomado, una especialidad singular de nuestros páramos –

El arte de “ver” aves

En el fondo, lo que comparte todo observador de aves es el deseo de ver bien a las especies (con la ayuda de binoculares) y eventualmente poder identificarlas correctamente.

 

Hay quienes se entusiasman con las aves más grandes o las más coloridas. Otros más avanzados quieren poder algún día comprender lo que diferencia a las aves más difíciles de identificar. Como el juego de las siete diferencias, algunas solo se distinguen por una mancha más en el ala o por el color de la piel alrededor del ojo y claro, por sus cantos (otro tema bastante complicado).

 

Va sin decir que ver más aves siempre es más divertido que ver menos aves; ver un ave es más divertido que sólo escucharla; y ver un ave rara o un ave despampanante puede compensar una salida que, por otro lado, ha producido pocos avistamientos. Eso me recuerda otro de los grandes requisitos una vez que el interés lleva a un observador de aves al campo: madrugar. Estar presente en el momento más activo del bosque… entre las 6 am y las 8 am.

– Barbudo Tucán, o “pájaro yumbo”, entre orquídeas, Noroccidente de Quito –

Una meditación

Este contacto con la naturaleza es muy especial. Un observador de aves no impacta (o no debería impactar) el ambiente al que llega. Su deseo es que las aves se sientan a gusto, y no temerosas, para que puedan acercarse al ser humano que lo quiere ver…

 

Un observador de aves aprende importantes aspectos del mundo natural al que llega. Aquí la palabra “observador” es central. Su mirada tiene que ser ágil y cuando está identificando, cuando ya es capaz de hacerlo, tiene que rápidamente, automáticamente, poderlo hacer “al vuelo”, pues las aves vuelan del campo de visión en un parpadeo.

 

Por eso dicen que la observación de aves es muy positiva para jóvenes. Ayuda a desarrollar reflejos y astucia, crea contactos neuronales inmediatos y, por lo mismo, permite una especie de conciencia absoluta, puesto que el acto de observar, de estar atento a cada movimiento del bosque, hace que el presente se magnifiqué y que todo lo demás —responsabilidades, anhelos, pensamientos— se esfumen frente a la sobrecogedora presencia de la naturaleza.

 

Como te diría quien ha logrado meditar, este estado de concentración, este detalle de observación en medio de un espacio de naturaleza circundante, no es tan fácil como parece.

– El Nictibio Común, su plumaje hace que parezca un tronco (foto de Dusan Brinkhuizen) –

Seguir al Itinerario para planear tu próxima salida para ver aves en esta capital de megadiversidad…

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