Da la impresión que la ciudad de Cuenca fue creada en honor a los poetas. Por lo menos, ha sido un escenario propicio para que se sientan bienvenidos. En los años 1920, tal vez no en togas ni tampoco con hojas de laurel en el cabello, pero sí en gran número, fueron precisa- mente los poetas que recitaban en un mismo canto a las orillas del río, quienes terminaron otorgándole a su ciudad la reputación de Atenas del Ecuador. Hoy, hemos salido en busca de ellos, para encontrar los pocos que quedan del legado.
Efraín Jara nació de una contradicción profunda, de una especie de acertijo que su poesía a veces resuelve, a veces confunde. Entramos en su casa, una galería de libros y pensamientos, Efraín, sentado al borde de su asiento, a pocos años de cumplir los noventa, mas conservando un semblante ligero, con su bigote eterno y el delicioso don de la palabra. Lleva una vida sencilla, bajo un lema: que la felicidad es tener lo que uno ya tiene, y sentir que, hasta eso, es un exceso.
Al parecer, sus padres fueron los primeros divorciados en la historia de la ciudad. El amor, por tanto, ha sido un leit-motiv de contradicción en su vida. «La gente se preguntará por qué no he incluido a mujeres en mis poemas…», revela con una sonrisa: «por mucho tiempo mi única protagonista apareció en Poema de amor a una mujer desconocida».
Pero la verdad es que el amor inspira en Efraín una especie de vértigo. «Cuando en realidad empecé a escribir sobre el amor… éste se convirtió en un tema absorbente, un tema, en realidad, preocupante». Algunos no estarían de acuerdo, ya que Efraín es conocido y admirado por su verso libre y su crudeza erótica, lo que alguna vez llamó «la liberación del lenguaje de su servidumbre a la realidad».
Levantando puentes
Poemas de Efraín Jara.
Uno de sus poemas más memorables abre de esta ma- nera: «todo es aniquilación incesante, un resentimiento agresivo entre el alma y el mundo». Después de un parén- tesis de 25 años, Jara, quien tenía la fama de quemar sus manuscritos y pasó la mayor parte de su tiempo, como le gusta señalar, «reescribiendo», presentó esta «Añoranza y Acto de Amor» a la opinión pública en 1972. Para algunos una de las piezas fundamentales de la poesía ecuatoriana, el poema que lo llevó del anonimato al reconocimiento.
Desde una edad muy temprana, Efraín ya había encontra- do a su mentor artístico en César Dávila Andrade, uno de los grandes poetas del país.
Siguió en sus pasos no sólo al asumir la poesía como una responsabilidad de vida, sino que también la bohemia con un compromiso similar. Su única salvación, cuando las cosas finalmente se le salieron de las manos, fue dejar Cuenca. Se instaló en Floreana, Islas Galápagos, en una comunidad de 26 (18 de los cuales eran menores de edad). Luego de varios años allá, debió ser difícil volver a la ciudad de su perdición.
Efraín en su biblioteca. Foto: Jorge Vinueza.
Pero logró hacerlo. Y aunque todo permanecía igual, los mismos «amigotes» que lo esperaban para sus «noches interminables», sintió «alivio al no caer en lo mismo de antes». Cuando volvió, ese alivio era como si se estuviera reconciliando no sólo con su pasado, pero con su propia ciudad. Las islas, la introspección, la soledad, leer a Rainer Maria Rilke, Paul Valéry o TS Elliot al son de es- truendosas olas, levantó un puente hacia sí mismo. Halló un ritmo personal, una poesía suya, un camino que en últimas instancias podría llevarlo a superar el gran abismo que sin duda lo dividía.
Aunque en mi vida dilatada y ardua,
mudé, mujer, igual que el árbol de hojas,
no precisé de otra compañía
que la música, los libros y el olvido.
El abismo, en sí, podría remontarse a la Atenas de la antigüedad, y a Platón, en particular. Platón es, a nuestro conocimiento histórico, el primero en invocar el amor como una filosofía y una expresión sublime de Eros. La poesía erótica y el amor se han entrelazado desde entonces, se han concebido como uno y lo mismo, han evolucionado para convertirse en fuerzas contrarias del alma.
«Mi poesía se ha enriquecido tanto gracias al erotismo como al amor. En «Los Rostros de Eros», dediqué los sonetos finales a una mujer perdida en los placeres sensuales, tanto en su dimensión erótica como amatoria. Es curioso, porque a los 66 años me enamoré perdidamente… lo grave fue que ella también se enamoró perdidamente de mí.»
Foto: Jorge Vinueza.
Efraín Jara, en su poesía, lidia en los tumultos de un eterno conflicto, con la esperanza de poder escribir, a fin de cuentas, como el último acto de reconciliación. Les dejo, entonces, con la última estrofa de Añoranza y Acto de Amor:
Si tú volvieras, qué de vientos no barrerían
La hojarasca y la extinción acumuladas por el otoño.
Como tortugas en tiempo de apareamiento
Una sobre otra, días y días a la deriva,
Así otaríamos sobre las aguas deslumbrantes del delirio.
Mundo y conciencia
Dejarían entonces, de enfrentarse con puñales,
Y el canto exaltaría la reconciliación
En el aire conmovido de sus orestas…