La migración de las aves es uno de los grandes fenómenos de nuestro planeta y la costa ecuatoriana ofrece un palco único para presenciarlo. Cada año, miles de aves llegan desde muy lejos hasta las salinas de Ecuasal y con ellas, decenas de científicos y aficionados, para identificar cual es cuál dentro del gran festín. Aquí, los flamingos, espátulas y cigüeñuelas son las estrellas, aunque muchas otras especies únicas, incluyendo hallazgos inesperados, hacen de sus piscinas el mejor lugar en la región para admirarlas.
Ana Agreda nos espera con sus binoculares al lado de la garita de entrada. Tiene diez años trabajando aquí, en una oficina que la empresa de Ecuasal ha dispuesto para la fundación Aves y Conservación. Se trata de un apoyo indispensable para la ejecución de un proyecto de conservación de aves migratorias que se refugian en estas piscinas. Pero antes de verlas, nos insta a subir “la montaña”.
Mi hijo ya estuvo admirándola desde que nos aproximamos en el auto. Pregunta si es nieve. Parece nieve… aunque una montaña de hielo bajo el sol canicular de temporada en Salinas rompe toda lógica. “Es sal”, explica Ana con ternura. “¿Se les regó la sal?” dice entonces mi hija de once, ya experta en causar sonrisas en desconocidos. “Más o menos”, contesta risueña. De hecho, una vez que coronamos el gran montículo blanco, encantados juegan con los cristales salinos, frente a la intensa vista de Mar Bravo.
Pero ese no es el motivo por el que vienen tantas personas cada año a este sitio. Aquí, más allá de la montaña, hay miles de aves y haciendo camino entre las salinas de distintos tonos rosados, llegamos a vislumbrar las primeras especies de la jornada. Falaropos: pequeñas aves grises que dan vueltas en el agua como barquitos de papel. Otro experto de aves costeras, Ben Haase (uno de los naturalistas pioneros en la región), ya me había contado sobre la importancia de este lugar en cuanto a las aves: “debe ser el único lugar que conozco donde puedes ver las tres especies de falaropos en un mismo día”.
Los falaropos se unen a más de una centena de especies que visitan el sitio, el cual sirve de punto de descanso y alimentación para aves locales y migratorias boreales (del hemisferio norte). Estas últimas pueden permanecer en la zona por hasta diez meses (de julio a abril), tiempo durante el cual acumulan grasa para realizar largos viajes de regreso a sus respectivas zonas de anidación. No hay tiempo malo para visitar este refugio.
“La composición de especies va cambiando y siempre hay algo interesante”, explica Ana. Se cuentan decenas de especies de gaviotines, gaviotas y garzas, aparte de las estrellas del lugar: la Espátula Rosada y el Flamingo Chileno (un ave que curiosamente no es rosada cuando joven, sino gris; sus plumas ganan el tono característico gracias al camarón de sal o Artemia que consumen, un crustáceo abundante en Ecuasal). Es también un sitio indispensable para las playeras (las aves que uno suele ver correteando las orillas del mar por las tardes). Llegan unas 35 especies de éstas. Ana explica que uno de los registros más altos del Falaropo de Wilson, por ejemplo, fue de casi 80.000 individuos! La presencia de estas especies ha permitido que Ecuasal forme parte de la Red Hemisférica de Reservas de Aves Playeras, el único lugar en todo el Ecuador oficialmente (e internacionalmente) reconocido como sitio de protección de estas especies, aunque Aves y Conservación ha identificado otros sitios potenciales y está trabajando en su reconocimiento formal.
Ecuasal (y la planta de producción de Pacoa, propiedad de la misma compañía pero ubicada más al norte, cerca del pueblo de Palmar) son un privilegio para el país, un santuario natural donde todo visitante puede aprender y maravillarse de esta comunidad alada tan especial.
Amantes de las aves, familias y grupos de estudiantes pueden visitar Ecuasal junto a jóvenes profesionales de biología y turismo de la comunidad que realizan visitas guiadas. Contactar a Ana Agreda para coordinar:
+(593 9) 89 56 0242
aagreda@avesconservacion.org.