Nunca en la historia de la humanidad se han identificado tantas aves en un solo día. Esto, para los cuatro pares de ojos y oídos de Dušan Brinkhuizen, Rudy Gelis, Mitch Lysinger y Tuomas Seimola, es como ganar la Copa Mundial… ¡pero de pajareros! «Logramos el récord, sí», dice Dušan, «pero la victoria es para Ecuador: ¡sólo aquí podrías romper un récord mundial con más de 70 especies! Es como ganar el maratón olímpico una hora antes que los demás.»
El Gran Día (como el Gran Año) es una institución en el mundo de la observación de aves. Es la versión más deportiva de esta actividad. Tiene sus reglas. Un equipo puede estar compuesto de cualquier número de “jugadores”, pero cada uno de ellos debe ver u oír al menos el 95% de las aves de la lista final para que todas cuenten. Se comienza a medianoche y termina a la medianoche del día siguiente. Cualquier persona puede intentarlo, cuando quiera y donde quiera, pero uno generalmente lo hace por diversión, para ver cuántas aves logra ver; a lo sumo, intentas romper un récord local. Sólo los más competitivos intentarán un récord a nivel de país; y un récord mundial está simplemente fuera de alcance. Este sí fue establecido, por primera vez, por Ted Parker, uno de los ornitólogos más importantes de la historia, en los bosques “megadiversos” de Cocha Cashu, Perú; y luego, ese mismo récord fue superado (con 20 especies) en la misma zona, por miembros de una expedición de científicos de la Universidad Estatal de Louisiana. Identificar más de 354 especies diferentes en un solo día no es algo que la mayoría de personas pudieran hacer en ningún otro lugar de la tierra. Pero Dusan Brinkhauzen sabía de un lugar: Ecuador.
Dušan mantiene el récord del Gran Día para los Países Bajos. Algo que consiguió gracias a una intensa preparación.
“Todo comienza con la ruta que se elije…”, nos explica, “se la trabaja meticulosamente, hasta que sientes que tienes la mejor combinación posible de lugares dónde ver la mayor variedad de especies”.
La suerte también es un factor, por supuesto: las aves tienen que estar ahí cuando llegas hasta ellas. E importan mucho los miembros del equipo. Tienen que ser expertos. Tienen que ser rapidísimos. Su oído tiene que ser impecable. Su vista y habilidades de identificación, también. No pueden perderse una sola vocalización, peor un solo avistamiento.
Dušan y su equipo pasó a batir el récord de Holanda por tres aves, un logro en sí mismo, pero no fue hasta que su amigo Rudy Gelis lo incitó a crear una estrategia similar para Ecuador, que romper un récord mundial sonaba posible. Rudy es un experimentado ornitólogo, con más de dos metros de alto (lo que, según Dusan, le da “una cabeza más de oídos”). Tanto Dušan como Rudy estaban conscientes de que sólo la vertiente oriental de los Andes (p. 70) ofrece diferentes ecosistemas, cercanos entre sí, permitiendo avistamientos de más especies que en la mayoría de lugares del planeta. Se unieron con Tuomas, un competitivo pajarero finlandés, e intentaron un Gran Día “de práctica”, viajando de tierras altas a tierras bajas y de vuelta. Estuvieron muy cerca de batir el récord de Ted Parker, ocupando el tercer lugar en la historia. Sólo necesitaban un empujoncito más…
El Gran Día
Rudy, Tuomas y Dusan se dieron cita en la Amazonía y exploraron su ruta para el Gran Día todas las mañanas durante dos semanas, asegurándose de que cada sitio fuera el mejor posible para acumular registros. Buscaron nidos y trataron de comprender los patrones de alimentación de las bandadas, analizando también el tiempo en que el equipo debía permanecer en cada zona antes de que se volviera improductiva. Reclutaron a “Magic Mitch”, propietario, con su esposa Carmen, de Cabañas San Isidro (p. 83), y amplio conocedor de las aves de la “ladera oriental”. Estaban conscientes que las horas nocturnas eran fundamentales para conseguir una ventaja inicial y que, incluso si no se encontraban muchas especies en la oscuridad, cada especie encontrada valía oro. Y así, a la medianoche del 8 de octubre, 2015, con los binoculares en la mano, dieron inicio, en San Isidro, a su Gran Día, buscando búhos y aves dormidas en sus nidos. No se detuvieron para comer; no había tiempo de ir al baño. No muy distinto que un equipo deportivo de alto rendimiento, cada miembro tenía su posición. Rudy era “conductor” y “orejas” (avanzaba en el auto lo más lento posible con la ventana abierta intentando oír un trino, el zumbido de alas… una posible bandada); “Ojo de águila” Tuomas era “visor” (con la mirada atenta hacia árboles y cielo); “Mágico” Mitch era “playback” (sus dedos ágiles hallaban los cantos de las aves en su iPod), y Dušan, como un entrenador, contaba las aves (registrando cada nombre en una grabadora digital) y se aseguraba de que se respetaran los tiempos. Había un miembro fuera de competencia, George Paul, quien lo documentó todo: el testigo oficial.
Las horas nocturnas resultaron decisivas, con un total de 22 especies, poco a poco descendiendo hasta la zona tropical, donde, cerca de Tena, presenciaron el llamado “coro del amanecer”. A las 8 am, el equipo contaba con 178 especies. A las 9, 200. Tomaron la vía a Loreto de regreso hacia los subtrópicos y ya en San Isidro contaban con 260 especies, y buscando aves en el lodge hasta las 1:30 pm, llegaron a 300. Avanzaron más alto en elevación a Guango Lodge (p. 81), continuando hacia el páramo y terminaron en el aeropuerto de Quito, donde pararon en el ya “famoso” reservorio, acumulando 8 nuevas especies. Al atardecer, habían batido el récord mundial: 392 especies en 18 horas.
Pero había más. La clave de la estrategia inicial era combinar los Andes con la costa del Pacífico, terminando en la Península de Santa Elena para ver aves playeras activas por la noche. El equipo tomó un vuelo de Quito a Salinas y destrozó el récord mundial registrando 39 especies adicionales. Regocijados, volvieron a un hostal local donde les esperaba una cena de ceviche y mariscos… ¡y unas cervezas frías bien merecidas!