Ecuador es un paraíso para científicos. Desde la posibilidad de ser testigo de varios volcanes en erupción y medir movimientos telúricos que explican el desplazamiento tectónico a nivel global, a entender la evolución de las especies en tiempo real en lugares como Galápagos y explorar parajes que no han sido descritos por la Ciencia, como Cerro Plateado o la Cordillera del Cutucú, Ecuador apasiona a la comunidad científica internacional como pocos lugares en el mundo. Sus selvas, sus glaciares, sus montañas, sus lagos, sus alturas, sus trópicos… su fauna, su flora, su geología, su lugar en el planeta…
El jesuita Juan de Velasco ya había postulado la posibilidad de un proceso evolutivo de las especies casi un siglo antes de que lo postularan Wallace y Darwin. Eugenio Espejo ya sugería la microbiología a décadas de que lo hiciera Pasteur. El país se prestaba para la curiosidad. Sólo con ponerle un poco de atención a su naturaleza, los más intrépidos empezaron a imaginar lo que en la época no eran sino ideas descabelladas. La Condamine y sus colegas geodésicos, aparte de mejor entender la forma de la Tierra, quedaron pasmados frente a los fenómenos meteorológicos, las propiedades asombrosas de las plantas y la mágica ubicación tropical de los Andes.
Humboldt ahondó en aquello que había interesado a los franceses y describió pisos climáticos y movimientos oceánicos. Estos grandes científicos nos han enseñado cómo, a partir de la diversidad natural y ecológica del territorio ecuatoriano, se aprende más sobre cómo funciona la Tierra.
A través de su espectro natural, Ecuador ofrece, en tan poca superficie, algo que ningún otro lugar podría ofrecer. Para estudiar lo que existe entre los trópicos y los polos, tendríamos que crear un sinnúmero de expediciones para cubrir miles de kilómetros. En tan solo un país, gracias al rango altitudinal que éste ofrece, empezamos a contestar muchas de las preguntas que hemos tenido sobre nuestro planeta. Ecuador es una oportunidad dorada para la investigación, un verdadero laboratorio para el mundo.
Por años la diversidad de aves ha anonadado a los más viajados ornitólogos, que no entienden cómo, en un paraje tan pequeño, existen tantas especies. Lo mismo sucede con las orquídeas, por ejemplo. ¿Más de 4000? ¿Qué lugar ofrece tanto material de estudio sobre un solo tipo de planta? No hablemos, entonces, de insectos, o peor aún, de vida microscópica. Lugares como Yasuní o Cuyabeno revelan una concentración tan abismal de diversidad en reptiles, anfibios, insectos, plantas y árboles, que biólogos llegan para quedarse, se instalan durante años, y aun así calculan que faltarán muchas más décadas de estudio antes de realmente comprender las fascinantes dinámicas ecológicas de la fabulosa Amazonia…
Quedan por descubrirse cientos de plantas medicinales. Quedan por comprenderse cientos de procesos simbióticos entre las especies. Queda todavía mucho por aprender, y la ciencia, sin duda, agradece esa fuente interminable de inspiración y curiosidad…
«Ecuador empieza en el corazón del planeta: un punto caliente que nace en el manto terrestre, al encuentro del gran océano que se deja llevar por una placa oceánica hasta las comisuras del continente sudamericano, que entonces se levanta con los Andes, sus volcanes y glaciares, y vuelve a caer en cientos de ríos, desembocando gloriosamente en los vergeles verdes de la Amazonía… todo un planeta en un solo país…»
– Jean-Mathieu Nocquet