Diario de una ave-aficionada en ciernes

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Era más que una novata de las aves. Apenas estaba enterada de que existía algo llamado “aviturismo”. De hecho, si no fuera por el trabajo en Ñan, no creo que me aventuraría a hacerlo por cuenta propia.

En mi primera salida a “ver aves” ni siquiera alcancé a anotar cuántas especies vi y las que anoté eran más bien garabatos en la hoja. Pataleaba al momento de escribir los nombres científicos. La verdad es que estaba tan asombrada frente a la maravilla de aquellas criaturas emplumadas, que eso de ir anotando las especies lo relegué a otro plano. Me enfoqué en sentir el poder del bosque nublado a mi alrededor, observar cada detalle de cada ave que veía a través de la extensión de mi mirada: los binoculares. Me intrigaba observar sus comportamientos en el breve tiempo que los tenía en el visor.

07h00, Noroccidente de Pichincha: un Gallito de la Peña en la reserva Refugio Paz de las Aves.

Lo que pasa cuando uno está ‘pajareando’, es que uno asume inconscientemente un estado casi meditativo. Entrar en esa especie de trance de estar atento a los movimientos de un bosque que te rodea a cada lado —aún los más sutiles movimientos– y te absorbe la concentración por completo. Es fácil dejarse llevar por el magnetismo de un bosque. Es fácil dejarse arropar por la sinfonía de aquellos cantos.

El Noroccidente, el lugar idóneo

Mi primera salida a ver aves empezó en la Ecoruta ‘Paseo del Quinde’ (una ruta que atraviesa el camino antiguo de Nono a Mindo y que contiene más de 600 especies de aves). Debo confesar que mi primera experiencia como pajarera fue de lujo. Acompañada por Paul Greenfield y junto a Ángel Paz, en su ya célebre refugio (célebre en el mundo de las aves, por lo menos), dos eminencias a mi lado… y ahí estaba yo, sin ningún conocimiento y como buena milennial confianzuda, ¡tuteándoles!

Aquel refrán “al que madruga, Dios le ayuda” probablemente fue inventado por un pajarero religioso. Porque levantarme a las 3:30 a.m. para llegar a tiempo a Nanegalito, penetrar las profundidades de una reserva frondosa con todas las tonalidades de verde que existen en la tierra, vale toditita la pena cuando lo que vas a ver primero es una serenata de amor: un árbol con más de 15 Gallos de la Peña: sus crestas color rojo granate elevándose para coquetearle a una hembra. Ella escojerá, entre ellos, al mejor (más que serenata son chirridos, pero no quiero quitar el romance de la descripción…).

Un quetzal se escapa del visor en la ecoruta ‘Paseo del Quinde’

“Observa fijamente un punto y sólo levanta los binoculares a tus ojos. No bajes la mirada,” me instruía Paul cuando me veía con cierta dificultad a la hora de manejar aquella herramienta imprescindible del pajarero. Luego me comentaba qué especie acababa de ver y sacaba el libro de Aves del Ecuador (la biblia de todo pajarero en el país que él co-escribió e ilustró) y me indicaba la lámina en la que estaba.

“Mira, esa es una Tangara Montana Aliazul, porque tanto su raya coronaria como su parte inferior es de un amarillo vivo,” me decía. La Tangara Montana Barbinegra, aunque parecida, se diferencia porque su amarillo es más anaranjado y la ‘máscara’ negra de su rostro es más gruesa y se extiende hacia la barba y la coronilla. Sí, ya puedo diferenciar entre varias tangaras. Esta familia multicolor abunda en el Noroccidente y ocupa seis láminas del libro Aves del Ecuador. Yo al menos vi unas 15 de esas.

Una pequeña ruta pajarera

Después de mi experiencia con Ángel Paz y unas cuantas antpittas y perdices para agregar a mi lista de avistamientos (después de otras salidas al campo entendí que no es así tan fácil como Ángel lo pinta), continuamos hacia el poblado de San Tadeo, en plena carretera, a poco del desvío a Mindo. Aquí se encuentra la finca de Rolando García, San Tadeo Birding.

A la sonrisa de Rolando, solo le gana en tamaño su abrazo. Siempre está feliz-feliz de recibir a gente con quien compartir su amor por las aves. Resulta difícil creer que años atrás no portaba una sonrisa como esta. Nos cuenta (por voluntado propia, no porque fuéramos curiosos) de sus inconvenientes con su mujer. Por ellos, furiosamente se rehusaba a apoyar a Rolando en su amor por las aves y sus objetivos de apuntar hacia el aviturismo. Ahora ambos han logrado congeniar y a su terreno colorido, visitan decenas de tangaras, eufonias y tucanes. Rolando se acerca con un pedazo de plátano que asienta sobre unas ramas que él mismo ha adecuado para que todas lleguen a percharse.

A raíz de la creación de la ecoruta Paseo del Quinde, muchos emprendimientos locales de la zona del Noroccidente se han tornado hacia el aviturismo y han adecuado sus humildes recintos para ser más amigables con el aviturista.

Más adelante, en San Miguel de Los Bancos, está el restaurante Mirador Río Blanco, que además de ser la opción más económica de hospedaje decente en la zona, también es un lugar ideal para observar aves mientras disfrutas de tu comida. Los enormes ventanales y comederos atraen a tangaras y a una familia de arasaris, un tipo de tucán cuyo color alrededor del ojo es rojo intenso, cabeza negra y pecho y vientre amarillo. ¡Una de las especies que parece llevar por la vida una herida de bala en el
corazón!

Una pancarta promocionando el aviturismo en el pequeño pueblo de San Tadeo

A este punto ya me consideraba conocedora del tema y mientras disfrutaba de mi trucha al vino blanco apuntaba a las aves que aparecían en la ventana y las nombraba. “Ésa es un Orange-bellied Euphonia y esa un Thick-billed Euphonia; esa seguro es un Lemon-rumped Tanager”, así las enumeraba yo, ostentando frente a Paul un poco de mi conocimiento adquirido tan solo horas atrás.

La ruta continuó hacia Milpe Bird Sanctuary, una reserva de Mindo Cloudforest Foundation que protege más de 100 hectáreas de bosque y que hasta hace 10 años atrás era tan sólo un gran potrero. Tomó tres años reforestarlo todo. Paul camina con confianza aquí y con su grabadora emula cantos de aves para que alguna se acerquen. Yo, por mi cuenta, estaba fascinada con los colibríes que zumbaban a mi alrededor, rozando mi oreja sin chocarse, comiendo de bebederos sin tomarme en cuenta.

Después de unas cuantas salidas más por los páramos de los Llanganates, el bosque templado de Mundug y el subtrópico de Baños, ya puedo diferenciar entre un par de especies. Ya te puedo contar si un ave tiene pico corto, largo o curvo, si un vientre es moteado, estriado o festoneado. No soy una pajarera consumada, pero ya me enamoré de esta actividad. Ya sueño con mi próxima salida. La semilla está implantada dentro de mí.

Estoy encantada con aquellas coloridas y emplumadas criaturas que salen de las profundidades de la selva, que sienten cosas que nosotros no podemos sentir y vienen de lugares que ni siquiera podríamos imaginar, y que solo por un momento nos engalanan con su extrema poesía.

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