Dando giros: Los trompos gigantes de Tabacundo

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“¿Por qué son tan grandes?” le pregunto a Wilmer Morocho, un joven de aire inquieto con el cabello hasta los hombros. “Somos niños grandes… necesitamos trompos grandes”, me responde. Alcanza un tronco y con un machetazo le retira la corteza; coloca la madera en un torno a motor y empieza a tallar. Con un taladro le coloca una punta de acero, clava una cinta de metal roído por el medio. Si no fuera por su insistencia de interrumpir el trabajo para contarnos un recuerdo de su niñez con ambas manos o tocar una tonada en la guitarra que acaba de fabricar, hacer el trompo le habría tomado veinte minutos. Una hora más tarde, coloca el producto terminado en mis manos. Es grande para un trompo y muy pesado (alrededor de 4 kilos). Explica que tiene que caber en la mano. “Para las manos grandes, los trompos tienen que ser aún más grandes”.

Jugar al trompo —oficialmente el juego se llama “cabe”— es casi una religión para Wilmer y sus amigos de La Esperanza. Se reúnen en cualquier calleja paralela a la Panamericana Norte y trazan una línea de meta. Alguien saca un disco (que llaman “pelota”) y lo colocan en sentido vertical sobre el suelo. Se escogen dos equipos que usualmente consisten en un jugador bueno y otro malo. El bueno no es sólo quien sabe lanzar el trompo, también es experto en incomodar al contrario. Movimientos repentinos y vocalizaciones al momento de lanzar son permitidos, siempre y cuando no exista contacto físico. Una vez que el trompo está girando, el jugador vuelve a tomarlo en la mano y lo lanza contra el disco, que a su vez sale volando. Quien llega primero a la meta, gana el partido.

Wilmer sabe que su abuelo jugaba al cabe y está orgulloso de poder mantener la tradición. Otras comunidades también producen trompos gigantes —Wilmer organiza un torneo durante Inti-Raymi entre jugadores de distintas partes del país —pero la tradición se está perdiendo.

Encuentra a Wilmer Morocho

Vía a El Rosario (calle Valencia), tel. 2366 527 ó 06 932 794 o pidiendo por él en la oficina de información turística de Tabacundo.

Fotografía: Jorge Vinueza

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