Recorrer Archidona requiere de una visión amplia, una que busque límites más allá de la lógica corriente. Aquí no hay historias, sino leyendas. Y quienes las cuentan se inspiran de espíritus y ancestros. Para los viajeros que se aventuran a sus puertas, este es un preámbulo y una providencia.
El valle alto del río Misahuallí fue un importante centro de resistencia para nacionalidades indígenas de la Amazonía. Con los Quijos a la cabeza, se dice que los enfrentamientos contra colonos españoles a mediados del siglo XVI se extendieron por decenas de años. Jumandi, según algunas versiones, fue el gran cacique de esta guerra, quien efusivamente buscó la alianza con líderes de la sierra para destruir el reino de Quito.
El levantamiento de los Quijos falló. Los habitantes prefirieron morir de pie que abandonar sus tierras. No fue sino hasta la llegada de los jesuitas que se reconstruyó la zona como entrada para misiones religiosas.
En contradicción con los libros de historia, este no es el inicio de la misma, sino el final. Nos adentramos en búsqueda de los rezagos que atestiguan un pasado escrito en piedra, no en papel, en el sagrado valle de Cotundo y sus petroglifos, nuestra primera parada.
Siguiendo huellas
Pareciera ficción, pero las enormes rocas decoradas con motivos tallados hace miles de años reposan en estos alrededores. Son, literalmente, interpretaciones del mundo antiguo y sus habitantes. Todos saben de ellas. De hecho, no hay nativo que no sepa dónde encontrarlas, pero son pocos quienes se dedican a estudiarlas.
El arqueólogo ambateño, Pedro Porras, supone que los petroglifos de Cotundo fueron trabajados por los primeros habitantes de la zona, provenientes de las orillas del río Pastaza y Santiago. También los atribuye a los antiguos navegantes del Amazonas, que se trasladaron desde el norte de Brasil; pero quienes perfeccionaron las técnicas de tallado fueron los Quijos, últimos habitantes prehispánicos del lugar.
La historia de Cotundo reposa también en su museo: María Ñucanchi Mama. Está en el centro del poblado, junto a la iglesia, donde reposan restos arqueológicos encontrados en el valle como hachas, puntas de lanza, cuencos y hasta piedras que, según cuentan, ayudan a purificar energías. Afuera del museo hay un santuario de orquídeas en honor a la virgen de El Quinche. También hay una réplica de la primera iglesia del lugar junto al río, decorada con coloridas flores. El padre José es el encargado de mantener estos atractivos que mantienen junta a la comunidad.
Con sentido de pertenencia
Pasando Cotundo, en dirección al pueblo de Archidona, se puede realizar turismo comunitario. Nosotros visitamos una pequeña comunidad que reposa a orillas del río Misahuallí: El Retén, un punto inadvertido para el turista tradicional. Sin embargo, nos contaron que la amabilidad de su gente y la belleza mágica del entorno es algo que vale la pena experimentar.
William fue nuestro contacto para llegar acá. Es oriundo de la provincia de Santa Elena, y su afán por recorrer el Ecuador lo llevó a construir su proyecto de camping y glamping: Colembas Wasi justo al lado de la comunidad. Aquí conoció a Marco y su familia, con quienes generaron un vínculo cercano.
Una vez en El Retén, los hijos de Marco, Yarina, Steven y Angelo, nos dieron una refrescante bienvenida, llevándonos a Cocha Cocha, su propio oasis. Este balneario natural conserva rezagos de lo que parece ser arena junto al río. Uno puede reposar en esta pequeña isla junto a una roca gigantesca que los niños nos ayudarían a subir después con una cuerda. Justo enfrente, hay una cueva que “captura” las leyendas de la comunidad, como la de personas que han sido petrificadas en las rocas por conocer secretos de espíritus marinos que habitan la zona.
Después de un chapuzón, la abuela, doña Elena, preparó tres tipos de maito: tilapia, pollo y chontacuro. El tercero viene acompañado de una ensalada de palmito y “garabato yuyo”. Los prepara casi sin condimentos, solamente con la cantidad exacta de sal para que la parrilla “absorba su sabor”. ¡El resultado es el platillo amazónico más delicioso que hemos probado! Se lo acompaña con ají amazónico y una refrescante guayusa, idóneo añadido para el festín.
En fin, acampar acá en en Colembas Wasi es otra interesante posibilidad del lugar, proyecto que propulsa William en su afán de traer a visitantes para que conozcan mejor la zona.
Otros balnearios ribereños después de Cocha Cocha que recomendamos visitar son Batancocha y Yanayaku, un complejo que toma medio día en recorrer para conocer las seis cascadas con formaciones naturales únicas que lo componen.
Santa Rita es otra de las comunidades que reciben a los turistas. En ella se ha generado un proyecto único en la zona conocido como la ruta del cacao y chocolate. Edgar es uno de los productores que nos abrió las puertas del lugar. La calidad de su producto es tal, que los ha llevado a trabajar como distribuidores de la marca Paccari; un excelente lugar para descubrir el proceso de los que se consideran entre los más finos 8y ecológicos) chocolates del mundo.
En el lugar se está construyendo un complejo para invitar a quienes desean pasar la noche. Se trata de las cabañas Yaku Kawsay, donde uno también puede bañarse en una laguna natural que proviene de los ríos aledaños.
Mercado de lo inusual
Otra visita para remontarse a las tradiciones ancestrales de la zona de Archidona es, sin duda, su mercado central. Recomendamos hacerla los domingos, el día de mayor afluencia y, sobre todo, cuando más variedad de productos se encuentra. Ten en cuenta que este no es un mercado habitual ya que encontramos alimentos que seguramente nunca antes habías visto.
Las frutas son, sin duda, centrales para el espectáculo: hay dos que se deben cocinar previamente para su consumo, la ungurahua y el morete. Ambas tienen una pepa enorme, por lo que su pulpa es escasa al igual que su sabor. Sin embargo, son muy apetecidas por los nativos.
Una fruta parecida al morete es el salak, que proviene de Indonesia pero que también crece en la zona. No es nada común, por lo que son contados los productores que la traen al mercado. Si tienes la suerte de encontrarte con ella, aprovecha la chance de degustar una mezcla perfecta entre agrio y un ligero dulce.
Otras frutas como el avío, el paso, la pumarosa y el mulchi conforman el selecto grupo de las excéntricas. Estas, a diferencia del salak, son más bien autóctonas de Archidona.
No podemos obviar otro fruto que llamó nuestra atención e incluso, a veces, la de los nativos: la papa aérea, un tubérculo que no crece bajo tierra, sino en un árbol. Su sabor es una mezcla entre la papa común y el camote, con un color morado y amarillo en su interior.
Finalmente, es imprescindible visitar a Juan Tapuy. Todos lo conocen como el ‘señor de las plantas’. Su puestito, en el que atiende junto a su esposa, tiene todos los remedios para el alma y el cuerpo; desde ayahuasca lista para su consumo, hasta una mezcla a la que llama ‘24 plantas’; aunque en realidad tiene, según él, más de sesenta.
Un retorno en espiral
Después de visitar Archidona, uno puede continuar el viaje hacia Tena, la tierra de la guayusa y la canela. Nosotros retornamos a Quito por la vía que nos lleva a Baeza. En la vía, un letrero capturó nuestra atención. Dictaba: El Churo, centro de sanación espiritual. Ya nos habíamos encontrado con otros lugares de ceremonias en el camino, así que no podíamos irnos sin visitar uno.
Se puede decir que el lugar está rodeado de magia. Desde la entrada, está colmado de sembríos de plantas ancestrales y hongos azules que brotan en las laderas.
Dentro de una colorida cabaña se encontraba Llullo Grefa, quien nos llevaría a las entrañas de estas tierras para conocer su historia. Fuimos descalzos para ‘conectarnos con el entorno’. Nos contaba que esta es zona de ancestros, donde realizaban rituales trascendentales de medicina natural. Pedimos permiso para descender a lo que pensamos sería una cueva, pero fue mucho más que eso.
De repente, se abrió frente a nosotros un telón de piedra, como si de un espectáculo se tratase. En ella reposa la historia de la civilización, cuando la tierra estaba cubierta por agua. Hay fósiles petrificados por doquier, rodeados de conchas y caracoles que atribuyen el nombre al lugar.
Llullo nos sienta en círculo, pide que cerremos nuestros ojos y procede a contar la historia de su tatarabuelo en una especie de fantasía y meditación. En este estado, nos ofrece la medicina del tabaco, con un gotero para colocarla. Sentados en rocas, descalzos todavía y rodeados de este surreal paisaje, nos pide colocar una intención para el momento.
No voy a mentir, pero al entrar en contacto con el líquido sagrado, sabía que estos párrafos iban a ser escritos. Agradecido por el sublime instante, sé que ahora es momento de regresar para hacerlo.
Fotografías: Bernarda Carranza