Ciudad de caminantes

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Ninguna ciudad del Ecuador está concebida para caminantes como Cuenca. La mayoría ha mutado de su sencillez original para convertirse en un reto para quienes se aventuran a pie, mientras que otras cuentan de por sí con una topografía difícil y caminar se convierte en un actividad viable (y agradable) sólo dentro de un área limitada. Cuenca, sin embargo, no fue sólo creada para caminantes; hoy, el derecho fundamental de caminar es casi sagrado.

Basta mirar al suelo. El centro histórico no está pavimentado. Hay una transición entre la acera y la calle que no invita a que autos atraviesen
la ciudad a toda máquina. Un peculiar pitido automático, alarma que anuncia la posibilidad de cruzar la calle, se oye en cada esquina. Te irás acostumbrando. Aunque al principio suene como un videojuego de otra época, ya para el segundo día en la ciudad, pasará por desapercibido mientras vas haciendo de cruzar las calles una costumbre. Podrías pasar el día caminando, de arriba para abajo hasta el río, y aventurarte a los otros dos ríos y volver.

La experiencia es refrescante, mientras uno hace «como hacen en Cuenca», con quienes viven y trabajan a través del centro histórico. Te sentirás, además, sorprendentemente seguro. Incluso por la noche, podrás encontrar a otros como tú, caminando.

La ciudad nivelada, la ciudad para peatones, la ciudad donde llegar de un lado a otro es fácil, con sus gloriosas caminatas que bordean los ríos en su eterno y suave descenso aguas abajo, y, sobre todo, una razón para levantar los ojos del suelo, para disfrutar de las fachadas y terrazas de cada edificio.

Para quienes no están acostumbrados, el hormigueo en los pies será una sensación singular. Significa que se quedaron con ganas, que quieren volver a la calle otra vez.

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