Cayambe al desnudo

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Texto: Andrés Molestina

Andrés Molestina y Anna Nicole Arteaga nos invitan a tocar el firmamento entre rocosas pendientes y una travesía única… uno de los lugares más inhóspitos e inexplorados del mundo…

Nos adentramos por la cara noreste, desde el Refugio Ruales Oleas Berge, en tierra sin senderos… en busca de glaciares. El objetivo: dar la vuelta 360 al volcán; pero la realidad fue otra. Expediciones siempre obligan a cambiar de plan.

La habilidad de tomar decisiones en la montaña es una herramienta indispensable de esta actividad. Una decisión mal tomada la puedes pagar con la vida. El trabajo en equipo es central. Como dice el lema del expedicionismo: “solo eres tan fuerte como el más débil”.

El recorrido de 26 km aproximados lo trazamos previamente en una aplicación digital; una vuelta en ultraligero para fotografiar los pasos difíciles que no se podían apreciar con el mapa satelital y un mapa de los años 90, dimensión 1:50, del Instituto Geográfico Militar (IGM).

Empacamos dos maletas –una de 33 kg, otra de 25 kg–, gas para la cocina, botiquín de primeros auxilios, linternas, pilas, cascos, crampones, piqueta para las plataformas, colchones, sleepings, comida contabilizada para cada día, agua y una mudada seca para dormir. Además de las cámaras, lentes, teleobjetivo, trípode, dron, GoPro… la misión siempre es documentar la magia de un lugar inexplorado.

El clima avizoraba lluvias por la tarde, lo que no nos preocupaba —llevábamos equipos a prueba de agua— pero complicaba la neblina y la posibilidad de rayos. Sobre los 4 600 msnm, una tormenta de rayos puede ser letal. Uno se convierte en antena y ¡no hay donde esconderse! Otro riesgo es la caída de rocas. No quieres encontrarte en medio de una avalancha con neblina…

Empezamos con el cruce de la primera quebrada y decidimos bajar por la zona menos empinada. Siempre caminamos juntos o con poca separación, tratando de no mover las piedras sobre las cuales nos apoyamos. Es clave no echar material al que sigue tu posta. Esto nos llevó a un valle lleno de lodo de colores naranja y verde que se pegaba a las suelas de las botas, quitándonos mucha, si no toda, la tracción. Casi no había vegetación; bajaba mucha agua del glaciar ubicado encima de nosotros. La caminata sobre los 4 500 msnm con maletas pesadas nos hundía en nuestros propios pasos: avanzábamos lentamente procurando no sudar.

Todavía lejos de nuestro objetivo escuchamos una llamada de alerta: eran las tres de la tarde cuando cayó el primer rayo, hora de armar campamento y protegernos en la carpa. Días atrás, Anna se instruyó sobre cómo actuar ante esta eventualidad. Gracias a ello pudimos permanecer a salvo en la carpa durante dos horas… La tormenta pasada, derretimos nieve de un parche de hielo y obtuvimos agua para la cena y para hidratarnos; también la calentamos y metimos en fundas dentro del sleeping: ¡un gran truco para combatir el frío de la noche!

Las 5 am del día siguiente hacía un grado centígrado, pero nos encontrábamos calientitos en “cama”. Empezamos el día antes del amanecer con el objetivo de ganar kilómetros. El paso entre valle y valle es como un portal. Uno se imagina que todos los valles son iguales. Pero no, cada uno es distinto: el viento y los elementos interactúan de manera particular en cada resquicio de la montaña. Caminando con mucho cuidado llegamos a una arista resbalosa de lodo naranja. La subimos, buscando bajar al valle, donde nos encontramos con dos cascadas. Su agua descendía de lo alto –apenas divisamos un filo de glaciar; la mayoría era roca pulida gracias al peso del hielo; roca que nunca ha visto la luz del día, ahora expuesta frente a nosotros.

La neblina no nos permitía seguir. Montamos campamento prematuramente, a poca distancia de lo que nos parecían huellas de oso; quizás de puma.

La cena era la misma planeada para todos los días: quinua precocida, mezclada con proteína de tofu y salsa pomodoro previamente deshidratada; una compota nutritiva con buen sabor que suelo preparar para mis expediciones.

Las condiciones obligaron a quedarnos en el campamento todo el día siguiente; es decir, ejercitando la mente, ya que estar en una carpa tantas horas es un gran ejercicio de paciencia. El sonido de la lluvia te aísla; a veces lo único que escuchas es tu propia respiración… durante horas.

Desayunamos avena con frutos secos. Empezamos la travesía al Campo 3, planeando acampar en una arista a una altura de 4 900 m que prometía una vista épica de los valles y la cumbre máxima, oriental del volcán. El día soleado, perfecto para avanzar, nos acompañó hasta la parte alta, donde pudimos revisar nuestros celulares y enviar señales de vida a nuestros familiares. Pero el consiguiente descenso al valle, lo empezamos con cero visibilidad: una neblina espesa que lo tapaba todo. Por suerte se despejó por pocos minutos y pudimos ver a unos 100 m un toro gigante, del tamaño de un carro, probablemente salvaje y solo. Para los que no conocen estos animales, en manada no son problema, pero solos pueden ser agresivos. Éramos hormigas al lado de la bestia. Abrimos la aplicación GPS y las fotografías de reconocimiento y pudimos divisar un paso para evitarlo. Pese a la neblina, seguimos por el camino más alto; un sendero complicado. Las maletas dificultaban la movilidad así que las retiramos y avanzamos buscando el paso; nunca lo encontramos. Nos devolvimos y hallamos huesos, relativamente nuevos (quizás la cena de algún depredador). Más adelante, notamos las mismas huellas de antes. No eran de oso. Eran de puma. Preocupados, avanzamos al antiguo campamento y en camino nos topamos con más restos de una vaca muerta. ¡El puma debió arrastrar su presa una distancia de más de 1 km!

A la mañana siguiente, empezamos el trayecto de salida de este reino de alturas; en vez de regresar al mismo campamento del primer día, subimos una arista a nuestra izquierda. Sabíamos que era un camino más complicado, pero la vista sería increíble y efectivamente, fue alucinante tener a aquellos valles interminables a los pies.

Acampar, sin embargo, no fue sencillo. El viento golpeaba con fuerza y tuvimos que crear una muralla de piedras para proteger la carpa: ¡tres horas de armado! A eso de la media noche, un temblor amenazó desprender más rocas de lo alto. Por suerte no cayó material pero la preocupación no me dejó pegar un ojo…

Nuestra última mañana nos regaló un breve momento despejado para disfrutar. Como si la montaña se estuviera despidiendo con un último regalo, ya que pronto volvió la neblina, complicando nuevamente nuestro regreso. Tuvimos suerte de hallar nuestras propias huellas del primer día, las que seguimos hasta el final.

Una expedición como esta te deja un sentimiento de agradecimiento con el cosmos. Una conexión con lo ancestral, con nuestras raíces nómadas e instinto animal… haberse expuesto a los elementos, haber sido vulnerable a depredadores, a los embates del clima y la naturaleza… Pese a que fuimos en busca de glaciares, no tuvimos la suerte de encontrarlos. Los mapas que utilizamos para navegar mostraban que debían estar entre los 4 500 m y 4 800 m pero nosotros, que caminamos a esas alturas, no pudimos hallarlas, una clara señal de su retroceso. Las cascadas que observamos en varios momentos del trayecto eran llaves abiertas de agua que no dejaban de fluir; agua que bajaba sin cesar. ¿Cómo puede un glaciar sobrevivir tanta pérdida? Una triste realidad que aqueja nuestras más gloriosas montañas…

Paisajes Efímeros

Nuestras montañas son mucho más de lo que uno imagina: arenales, lodos de distintos colores, pantanos y ríos. Son hogar de animales, valles que fueron tallados por glaciares con el pasar de los años, lugares que tienen muchas caras, dependiendo del ángulo en que los miras. No es fácil llegar a sus faldas, peor a sus glaciares y más aún a su cumbre, para conocerlos de cerca. Paisajes Efímeros ofrece una mirada íntima al rostro cambiante de nuestras montañas, para que podamos conocerlas mejor, apreciarlas de verdad y saber qué debemos cuidar. Sí deseas saber más sobre nuestros glaciares y nuestro proyecto, contáctate con Paisajes Efímeros (@paisajesefimeros).

Only in Ecuador

Solo en nuestro país existe nieve en la línea equinoccial y sólo en nuestro país llega la línea equinoccial a alturas tan elevadas: la cima del volcán Cayambe es único en el mundo por esta razón, un ícono de íconos de nuestro planeta que pocos han podido conocer tan de cerca como en estas páginas lo revelamos.

Fotografías: Andrés Molestina / Anna Nicole Arteaga

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