Para un ecuatoriano, la descripción de la palabra Carnaval por parte de la RAE – “Fiesta popular que consiste en mascaradas, comparsas, bailes y otros regocijos bulliciosos” – adolece de una terrible omisión: ¿dónde está la mención del agua? En ojos nuestros, no hay carnaval sin este elemento esencial… no hay celebración sin “jugar al carnaval”.
En 2016, coincidieron los carnavales con el inicio del año chino. No sucede siempre. Este año, por ejemplo, carnaval se llevará a cabo el 26 de febrero y el inicio del Año del Gallo, el 28 de enero.
Lo que sí coincide siempre, es que ambas fechas están marcadas por la luna nueva. Y ambas fechas, dependiendo de la cultura, representan el inicio de la primavera, acaso el verdadero inicio del año.
Carnaval tiene mucho de comienzo… y el comienzo en nuestras sociedades carnavalescas aparentemente rompe la calma de enero e inicios de febrero con su grado de descontrol. La tradición dictamina, incluso, que es permitido excederse en estas fechas: excederse en comidas, en bebidas, en pasiones, piropos, disfraces y festejos… A sacar el diablo, como quien dice, porque a partir del miércoles siguiente – es decir, el día después de que culminen los cuatro días de Carnaval – se da paso a la abstinencia absoluta de la Cuaresma, marcada por el manchón de ceniza en las frentes de los más católicos.
Cuarenta días después de este Miércoles de Cenizas, una época en la cual uno debe evitar todo vínculo con la carne, tanto en su sentido real como en su sentido metafórico, empieza la Semana Santa… las Pascuas, la muerte de Jesucristo, la llegada del conejito con su canasta de huevos de chocolate, o, en términos agro-cosmológicos: el apogeo mismo de la primavera, la primera cosecha del año.
Las festividades de la prohibición
Esta festividad rompe con revuelo el celofán de la vida cotidiana. Según el propio cristianismo, ofrece a la gente una pequeña ventana de desenfado a toda regla religiosa antes de cerrar los tapujos y quedar rígidos como estatuas de la espiritualidad y la prudencia, temperamento que debe respetarse durante el resto del año. Reyes y autoridades siempre tuvieron gran dificultad al momento de enfrentar al Carnaval.
Los desmanes tanto reales como morales han ocasionado, a través de la historia, una sistemática prohibición de uno o más de sus elementos festivos, desde sus bailes eróticos hasta la utilización de sus máscaras. El propio Carlos III enfatizó que su reinado jamás había permitido festejar las llamadas Carnestolendas en las Indias. Gobernadores coloniales fueron particularmente tajantes con la manía de lanzarse agua y otras sustancias durante estas fechas. “La grosería de echarse agua y afrecho, y aún muchas inmundicias, unos a otros, sin distinción de estados ni sexos” habría llevado al virrey del Río de La Plata, Pedro de Cevallos, a prohibir las fiestas.
Sin embargo, esta práctica persistió, y aún con las recientes prohibiciones de nuestro gobierno actual, las cuales han calado más hondo en ciudades que en pueblos, el carnaval de agua, harina, huevos, pintura y todo lo que se le parezca, sigue vivo.
Una historia de «desmadre»
En España, el Carnaval como manifestación popular, ha persistido milagrosamente frente a la mano dura de los muchos ejes de poder que han intentado eliminarla de la memoria colectiva, incluyendo Franco que la prohibió durante 30 años. En nuestro lejano Ecuador, sin embargo, las festividades han permeado en la cultura.
Son auténticas guerras que se preparan: guerras campales.
En un pasado no muy lejano, grupos de jóvenes y viejos, de padres, hijos y nietos, usaban la ciudad como su campo de batalla, y quien sea que se pusiera adelante tenía que salir estilando. Se metían a personas en fuentes y otros lanzaban huevos, harina, ¡incluso pintura! Un juego que rápidamente se salía de las manos. Familias invitaban a otros familiares y ya sentados en la mesa empezaba la lanzadera de comida hasta que todos salieran embarrados.
Ese Carnaval, ese desmadre momentáneo, expresado en Ecuador más por su “grosería” que por la lascividad de las comparsas o las máscaras que ocultan a quien quiera “excederse en carnalidades”, ha sido siempre un gran juego. Y sorprenden, sin duda, las sonrisas después del ataque, la felicidad del rostro después de haber sido víctima de un tortazo de sustancias misteriosas. Salen los baldes, los globos, pistolas y cualquier recipiente que se encuentre para que, entre risas, gritos y algarabía, se aliste el país para su propia, y muy íntima, versión del desenfreno: recibir baldazos y hacer pagar con su “misma agua fría” a quien empezó la batalla.
¡Aguas!
Es consenso general de que la palabra carnaval viene de la expresión romana “carne vale”, el ¡adiós carne! que antecede a la Cuaresma. Pero ¿de dónde viene lo del agua? ¡La pregunta del millón! Lanzarse agua durante Carnaval es una costumbre que se conoce desde Venezuela hasta Argentina y Uruguay.
Y Ecuador mantiene la tradición a pesar de las prohibiciones, una lucha que en otras regiones, quizás, se ha perdido a favor de los desfiles, mascaradas y otras costumbres también asociadas al festejo. Cabe remontarnos, acaso, a otra milenaria celebración de inicio de año: los Carrus Navalis de la Antigua Grecia, que se representaban en las calles con carrozas en forma de barco (sobre las cuales se realizaban danzas y desfiles eróticos).
Incluso podemos remontarnos más allá, a las fiestas en honor de Isis – diosa egipcia de la fecundidad – reina de los ciclos cuyo elemento era el agua y cuyo astro era la luna. No descartamos que lanzarnos agua simbolice purificación, o desearnos prosperidad, ya que ello coincide con la .poca de echar agua a los primeros sembríos del año. Pero estamos también convencidos de que, detrás de todo, están los antiguos festejos de las primeras civilizaciones…
Foto: GAD Guaranda