De todas las ciudades ecuatorianas, Guayaquil es una de las que más ha cambiado desde su fundación. De su pasado de madera a la vera de un río repleto de cocodrilos, se ha convertido en un reino de hormigón, el más grande de todos, con inmensas avenidas y altísimos edificios. A ello se suma un crecimiento poblacional sin precedentes en la historia del país.
Poco queda de su pasado pues Guayaquil también es una ciudad práctica, que corre con las zancadas del tiempo y no suele mirar atrás.

Bajo este contexto, Hotel del Parque representa, precisamente, uno de los pocos lugares en la gran Perla del Pacífico donde vale la pena mirar atrás; donde “mirar atrás” es un requisito pues es también mirar en el presente, donde la identidad guayaquileña se siente a flor de piel como una marca que jamás se borrará del rostro.
A las orillas del lozano río Daule, uno hace camino con entusiasmo y maravilla alrededor de antiguas edificaciones que hoy solo podrían ser un sueño nostálgico de la crecida urbe; edificaciones construidas todas en madera, a usanza de siglo atrás, pues se trataba del único material que se manipulaba en aquellas coloridas épocas.
Sus altos cielos rasos, sus espaciosos interiores y sus persianas móviles templaban el clima y generaban una brisa combativa frente al calor intrínseco del puerto.
Las fachadas revelaban la misma idiosincrasia de hoy, los pisos superiores sobresaliendo de los inferiores, creando zahuanes de sombra para quienes transitaban las ajetreadas avenidas. Pero no eran de cemento como ahora. Eran, también, de madera.

Por ello, la ciudad fue presa, en varias ocasiones, de incendios que forzaron el auge de nuevas formas de construcción. Pero en esta burbuja del tiempo que es Hotel del Parque, podemos observar la asombrosa, singular estética, todita en madera, de antaño. Y un detalle que hoy muchos olvidan y que puedes, igualmente, descubrir en esta cápsula del tiempo: no existían veredas.
Una ciudad transportada, en tiempo y espacio
El hotel en sí opera dentro de un edificio histórico, abierto al público con el nombre Hospicio del Corazón de Jesús, un día 25 de junio de 1892. Su inauguración fue todo un evento en la ciudad, al cual acudió una gran multitud; se trataba de uno de los edificios más imponentes de su tiempo.

Entonces una orgullosa construcción de la actual calle Julián Coronel —bastante lejana a su ubicación presente—, en el lugar operaba un hospicio de ancianos muy querido entre los guayaquileños. A inicios del milenio, fue decisión estudiada salvaguardarlo para la posteridad, trasladándolo hasta el Parque Histórico, junto con otras emblemáticas residencias, madero por madero.
Es el caso también de la galante e icónica Casa Julián Coronel, tomada de un lugar por demás céntrico de la ciudad antigua (y no menos céntrico hoy) —Avenida 9 de Octubre y la llamada “Calle de la Orilla”, la actual Avenida Malecón Simón Bolívar— donde hoy se levanta el poderoso edificio La Previsora.
En la planta baja de esta residencia, una tienda vendía artículos importados y en la parte alta vivía la familia del ilustre médico Julián Coronel y su esposa Teresa de Jesús Espinoza, además de sus trece hijos.
Hoy, uno puede admirar la fachada, escaleras, chazas (los grandes ventanales de madera), columnas y tumbado originales de 1901, la fecha en que concluyo la construcción. Afortunadamente, ningún incendio, ni siquiera aquel que devastó la ciudad meses después en 1902, lo afectó. Aquí, se sirven los deliciosos platos de vanguardia de uno de los mejores restaurantes del país, Casa Julián.
La visita de esta pequeña ciudad reconstruida, cuenta con otros tres ejemplos de la arquitectura de antaño. Un banco, el antiguo Banco Territorial, que conserva bóvedas, cajas fuertes y oficinas de hace más de un siglo atrás, la famosa Casa Verde, también conocida como la Casa Lavayen-Paredes y la Casa Rosada.

El llamado Malecón 1900 nos lleva al borde del río con un bonito muelle que transporta una calma inusitada para una ciudad tan activa, al igual que un modelo del lejano tranvía de la ciudad. Un paseo lleno de emociones para quienes visitan este hermoso rincón histórico, recordando una Belle Époque de una por demás incomparable ciudad tropical en la Costa del Pacífico…