Texto & Imagenes de Piñan: Juan Pablo Verdesoto
Pocos son los parajes indómitos que quedan en Ecuador, donde se ofrecen tantas posibilidades para practicar deportes de aventura (camping, kayaking, escalada, senderismo, treking, cabalgatas), combinados con un factor vivencial de interacción directa con la comunidad local. El páramo de Piñan en la Provincia de Imbabura es uno de ellos.
Unos amigos exploradores me habían hablado de la singular belleza de Piñán. Con entusiasmo, queriendo materializar el deseo de visitar la zona, logré organizar un equipo de expedición Ñan. No tenía mucho tiempo. El verano andino (junio-septiembre) estaba a punto de terminar y las lluvias llegarían en cualquier momento. Aunque se puede visitar la región todo el año, es mejor hacerlo cuando el tiempo es benevolente.
En Piñan se pueden practicar varios deportes de aventura como: treking, mountain bike, camping.
Salimos desde “Termas Agua Savia” en Chachimbiro, armados con todo el equipo de aventura que se nos pudiera ocurrir en nuestros vehículos: bicis, kayaks, cámaras, carpas, mochilas, colchones, comida, etc. Ni bien embarcados, el paisaje ya mostraba sus contrastes. Los desniveles de las laderas hacían de cada curva en el camino un mirador vertiginoso sobre los valles circundantes. Me resultaba difícil entender que un lugar tan cercano en el mapa a sitios como Ibarra, Urcuquí y Chachimbiro, luciera, en realidad, tan distante.
Empecinados en explorar las opciones de aventura, empezamos por montarnos en bicicletas para avanzar por sinuosas vías de cordillera escoltadas por los tajantes precipicios de uno de los entornos más escarpados que hemos conocido (¡y hemos conocido entornos escarpados!). Entre subidas y bajadas hicimos camino por detrás de las montañas – una experiencia sobre ruedas, en sí, bastante completa – llena de sorpresas a medida que avanzábamos hasta el pueblito de Buenos Aires, que sumido en la neblina de sus bosques subtropicales fue nuestra escala para comer. Continuamos la travesía en los autos 4×4, trepando nuevamente hasta alcanzar los páramos perdidos de Piñán, donde se oculta la comunidad del mismo nombre, nuestro destino. El día de trayecto (con paradas para fotos, la ruta en bicicleta, la comida, etc.) duró ocho horas, lo que toma a los vecinos de Piñán descender, a pie, hasta la tienda de pueblo más cercana.
Atrás quedaba la modernidad. Traté de comparar dónde había visto un pueblo así. En un cuento de hadas, en libros antiguos, en la imaginación. Las casitas de Piñán son de bareque con techos de paja y ventanas pequeñas; son “casas bonitas”, dice Fausto, mi guía local: “son nuestras casas y fueron las de nuestros abuelos y padres, y serán las de nuestros hijos”. Aquí las “calles” son de tierra y los animales de campo están por doquier, sin temor a que se pierdan. La gente atiende sus labores diarias, limpiando granos de maíz al vaivén del viento, ayudando en el ordeño, el pastoreo, la siembra y la cosecha. Los niños todavía juegan en el río entre patos y peces; aprenden a “manejar” un caballo antes que una bicicleta.
Una fuente literaria registra la existencia de Piñán como asentamiento allá por 1694 (cf. “Biografía de Otavalo”, Agustín Herrera, 1909). Se cree que fue también tambo en épocas prehispánicas y sitio de encuentro entre Cayapas y Karankis. Es increíble pensar que la luz eléctrica llegó hace tan sólo cuatro años… al igual que las comunicaciones, hoy algunas casitas cuentan ya con teléfono vía radio. La carne se sigue secando al viento y conservando fresca a la temperatura ambiente del lugar. La ropa se lava en el río todos los domingos como un ritual comunal que no conoce todavía de lavadoras y secadoras: la ropa cuelga y agarra sol en los improvisados tendederos. La comida se cuece en cocina de leña mientras las brasas dan calor al interior del hogar.
El territorio parece diseñado con papel y lápiz para recrear un parque temático de deportes de aventura. Desde que llegamos, a más de sentirnos en uno de los lugares más remotos del país, nos vimos envueltos en naturaleza y no aguantábamos las ganas de descubrirla en toda su dimensión. Montamos a caballo hasta la mágica laguna Tobar Donoso, donde, con kayaks, salimos al encuentro de sus quedas, cristalinas aguas. Hicimos picnic a sus orillas y acampamos a la luz cercana de la luna de páramo y sus estrellas. Realizamos caminatas por los pajonales y descubrimos el asombroso bosque chaparro.
No hay actividad al aire libre que no cobre una dimensión especial en Piñán, disfrutando del frío matinal, el calor del sol al mediodía, la neblina en la tardecita, el viento, el agua, el bosque, la Madre Tierra en su expresión extrema.
¿CÓMO LLEGAR?
Aquí indicamos las tres rutas hasta Piñán:
1) San Blas-Iruguincho-Hacienda El Hospital- Pantaví- Piñán: el trayecto más corto (20 km en 4×4 sobre terreno lodoso (octubre a mayo) o polvoriento (julio a septiembre). El camino es, en sí, protagonista de la aventura.
2) Chachimbiro con dirección noroeste:
Chachimbiro – Tumbabiro – Pablo Arenas – Cahuasquí – San Luis – Buenos Aires – La Primavera – Chinchiví – Pantaví – Piñán: 90 km de un camino en mejores condiciones (no requiere 4×4).
3) Desde Ibarra, por el norte, vía Panamericana a San Lorenzo- Salinas – Guadal – San Jerónimo y luego montaña arriba hasta Corazón de Guadual – San Francisco- San Luis – La Merced de Buenos Aires – La Primavera-Chinchiví- Pantaví – Piñán: 60 km de excelente camino atravesando varios ecosistemas hasta llegar al frío y ventoso páramo.