La carretilla, y toda la cultura que gira en torno a ella, es parte intrínseca de la realidad guayaquileña. Sigue muy en vigencia, con personajes que, con sus carretas (sus restoranes portátiles) se apostan en una esquina, luchando, en primera instancia, por llamar la atención.
A través del olor de sus recetas y sus invitaciones a probar lo ricas que son, se hacen conocer, granjeando amigos y clientes, esperando, con el tiempo, reunir largas filas de comensales frente a sus humeantes platos. Su reputación puede llegar a ser legendaria, algunas echando raíces, convirtiéndose en ‘huequitos’ o ‘picanterías’, que, con el éxito, abrirán sucursales a través de la ciudad. Para muchos, estos son los pasos de rigor; otros, como las “Hamburguesas de la Negrita Crucelina” de 9 de Octubre; la carreta de guatita con cocolón de las calles Ayacucho y Gallegos Lara; los caldos de salchicha del Sargento, en Calle Esmeraldas; o los encebollados de Don Pepe, en Bellavista, han preferido mantenerse en ese estado primario y callejero, un cochecito con ruedas alrededor del cual se reúnen comensales de todo corte.
Luego de ser servidos, comen parados, o se ‘agachan’ a un costado, en plena vereda, por lo que estos comederos informales, (kioscos y carretas de vereda), también se conocen como ‘agachaditos’.
Son cientos de pequeños emprendedores que, semana a semana, solicitan permiso municipal para operar en las calles guayaquileñas, manteniendo viva la tradición de la antigua carretilla. Esta, que se hizo popular en el mismo malecón del río hace más de medio siglo, era una sofisticada estructura de madera con ruedas que se convertía en puesto de comida.
Entre las carretillas más memorables estaba “La Fundadora”. Animaba el río día y noche, atrayendo a su comida a toda la gama cultural guayaquileña… La historiadora Jenny Estrada lo describe mejor que yo: “En las carretillas alternaban democráticamente la dama encopetada con el estibador, el banquero con el lustrabotas, la niña bien con la prostituta, los marineros del río con los campesinos recién llegados, los solitarios y los enamorados, las ‘galladas de 9 de Octubre’ y los buenos trompones del Astillero. Los que pedían el completo con arroz, presa y maduro, o los que sólo tenían para la salsita del seco”.